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Artur Heras (Xàtiva, 1945) ha redescubierto el placer de trabajar con nocturnidad, como cuando era joven, explica apoyándose en un tango de Gardel: de noche el músculo duerme. Aunque matiza que no es muy regular en los horarios, todos los días acude al taller, a un par de calles de su casa en Godella.
Son días ajetreados para Heras (Xàtiva, 1945), pendiente del estreno en Xàtiva de Halt!, su última exposición, producida por la Universitat de València, y que recientemente se expuso en el Centre Cultural La Nau. Dos años después de que comenzara a verse en Bremen, su nuevo trabajo ha itinerado por tres ciudades (Frankfurt, Perpiñán y Valencia), y ahora recala en su ciudad natal, donde se podrá ver en el Espai Cultural Sant Domènec y en el Museu de Belles Arts.
Pero antes de adentrarse en su obra, la voz enérgica del artista se revuelve ante la pregunta más trivial: cómo estás. "Fastidiado", dice. El pasado verano le detectaron un sarcoma por el que le operaron y está recibiendo sesiones de quimioterapia. "El proceso este te deja sin fuerzas, aunque la cabeza va muy rápida: durante una fase tenía la capacidad de visualizar imágenes extrañas, muchas ideas que luego no tenía la capacidad de plasmarlas enseguida", cuenta.
Heras descuelga el teléfono desde su casa de Godella, pidiendo que se le llame al fijo después de maldecir la cobertura del lugar, o desde el museo que acogerá su próxima obra. La quimio le ha obligado a frenar un poco, tras cinco años en los que ha trabajado en esta exposición, creando piezas nuevas para cada destino. Todo comenzó con una pregunta: cómo era el mundo en el que nació.
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"No lo digo de una manera narcisista, pero con mi edad creo que tenía derecho a plasmar estas preguntas", dispara el autor sobre una exposición abrumadora en la que retrata una etapa de la historia en blanco y hollín. El año en que nació fue el año en que el mundo conoció los horrores de Auschwitz.
"Quería hacer un trabajo de traductor: trasladar de la fotografía al dibujo", explica Heras. Así comenzó a retratar a víctimas del Holocausto, también a victimarios, a partir de fichas policiales. "La pandemia me pilló en mitad de este trabajo y al cabo de un año, la introspección me llegó a abrumar. No tenía vías de escape, raramente hacía una interpretación gráfica. La idea es que yo dijese lo menos posible. No quería ficcionar nada", rememora.
Entre las obras de gran formato no hay solo rostros, también espacios que atestiguan el horror, como el vagón de tren que llevaba a las víctimas hasta el campo de concentración, o una imponente escultura, interpretación del Ángel de la Victoria de Walter Benjamin. Esta pieza la realizó para la penúltima estación de la muestra, en La Nau de la Universitat de València, donde también se incorporaron (como sucedió en Perpiñán), obras que recordaban un horror más próximo: republicanos marchando al exilio durante el franquismo, ropa de fusilados en las fosas de Paterna.
"Nunca había trabajado de este modo, como traductor, pero no lo hice por una voluntad previa. El tema exigía que yo tuviese esta mirada. El riesgo es siempre el mismo: hacer una cosa que valga la pena. Y yo no quería hacer una mala obra", asegura Heras sobre la brújula que le ha guiado en estos años.
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En esa última afirmación, Heras manifiesta un compromiso con la obra que, según quienes le han estudiado en profundidad, se ha mantenido en sus más de sesenta años de trayectoria, hasta erigirlo en "uno de los pintores valencianos más importantes y desde luego más interesantes de su tiempo", sugiere el catedrático de Estética y Teoría de las Artes Anacleto Ferrer, comisario de esta exposición.
"Desde sus inicios hay una voluntad de trasladar a la pieza una idea, un proyecto. En este caso tiene que ver con la historia, con la memoria, con la política, con el pasado y que conecta lo que ha sido con lo que es y con lo que se perfila como terrible futuro inmediato", abunda el teórico. Ese puente entre dos épocas lo refleja el propio Heras en una de las últimas piezas incorporadas a la serie, una obra a tinta y lápiz en la que un grupo de refugiados camina sobre el título: Auschwitz 1945 - Gaza 2024.
"Su obra siempre interpela al público, le está lanzando preguntas", expresa Ferrer, quien describe a Heras como "pintor de ideas". El artista, por su parte, tiene sus propias consideraciones sobre cómo entiende el oficio, citando al filósofo Gilles Deleuze: una filosofía que no contraría a nadie no es filosofía. "En el arte igual, tienes que incordiar", sentencia.
Ese principio probablemente le haya convertido en un verso libre de su generación, pese a que en sus inicios formó trío con Boix y Armengol. Eran los años sesenta y en Valencia surgieron colectivos artísticos de mirada renovadora, influenciados por el pop-art y con espíritu contestatario ante el franquismo. La vertiente valenciana de Estampa Popular o Equipo Crónica fueron algunos de los exponentes más célebres: "Ellos tuvieron capacidad y ambición", describe sobre los segundos.
En cualquier caso, Heras fue uno de aquellos pioneros: "A mí me interesó mucho en mis inicios Rauschenberg, considerado un padre del arte pop, pero que no rompió con la generación anterior. Utilizaba imágenes de Kennedy cuando aquí íbamos a la fuente con el botijo".
En una fotografía de 1964 rescatada para la exposición que ahora puede verse en Xàtiva, se refleja esa iconografía propia, de mirada nueva: en lugar de Kennedy, aparecen una viejecita y un niño pequeño, vecinos del propio Heras en la setabense Calle de las Almas, donde vivió hasta la adolescencia con sus abuelos.
Se formó como artista en una Valencia en la que apenas había espacios donde exponer y, cuando germinaron aquellos grupos a la contra y pese a que estuvo en reuniones de Estampa Popular, prefirió desmarcarse. En su discurso se deja ver una veta de orgullo: "He sido independiente toda mi vida. He trabajado con compañeros, sí, pero he ejercido con eclecticismo y heterodoxia. Lo fácil es plasmar una idea que parezca una marca, para que te reconozcan".
"En su obra encontramos una entrega absoluta al trabajo artístico", expresa el catedrático Ferrer: "Ves formatos grandísimos, digamos, que no están hechas para un mercado convencional, o elementos que salen del cuadro. Hay una reflexión sobre el propio arte". Además de cultivar diferentes disciplinas –escultura, diseño gráfico y, sobre todo, pintura– la obra de Heras se dispersa en técnicas, superficies, formatos, estilos. "Para mí, cada cuadro es una aventura. Cómo no va a serlo si quiero que lo sea para el público", recoge el artista.
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La marca personal que enarbola, la de poner el dedo en la llaga en cada obra, seguramente se vincule a la siguiente afirmación, ya enunciada en otras entrevistas: "Sigo sin tener predicamento entre la burguesía". Sobre todo cuando esa vocación de incordiar se une a otra de las características de su trabajo, que aporta el estudioso Anacleto Ferrer: "Su obra dialoga con su tiempo".
Ejemplo: años ochenta, en plena ebullición mediática de la conocida Batalla de Valencia, en la que se dirimían las lindes simbólicas –y fácticas– de la autonomía. Artur Heras expone en la Fundación Joan Miró de Barcelona un trabajo de título Bandera bandera cargado de ironía.
Por aquel entonces, el verso –o la pincelada– libre de Heras dirigió durante la Sala Parpalló de Valencia, una ventana que renovó el aire de la ciudad y en la que llegó a exponer David Lynch. "La Filmoteca de Valencia le quería dedicar un ciclo en pleno éxito con Twin Peaks, y me comentaron que también tenía obra pictórica. Me enseñaron un catálogo de una exposición suya en Japón: dibujos y pinturas que plasmaban un mundo oscuro, propio de su imaginario. Y también había unas fotos, que no sabía si eran suyas", rememora. Heras cogió un avión y se fue a Los Angeles a visitar a uno de los grandes cineastas de la historia.
"Le pregunté si también tenía fotografía y le gustó la idea. Aquí trajo obra fotográfica inédita: fábricas y máquinas rotas en Detroit, algún muñeco creado por él". El propio Lynch acudió a Valencia a presentar la muestra: "Era un personaje muy educado, que se prestó a todos los actos oficiales y a cualquier entrevista. Luego hubo una cena muy animada en Villa Amparo donde acudió mucha gente, algunos que ni siquiera se habían pasado por la exposición". Hasta los recuerdos más brillantes de Heras guardan un frasquito de veneno.
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La Sala Parpalló expuso un catálogo abrumador de artistas, de Robert Frank a Joan Miró o Wim Wenders, pero quien dirigió el espacio no lo recuerda como una etapa fácil: "Éramos tres personas como equipo; trajimos la primera exposición sobre el fotógrafo Walter Evans, que luego fue a Madrid. Aquí en la inauguración éramos cuatro, no se hacía difusión. Aquellos años recibía acoso y derribo por parte de periódicos de derechas".
El nombre de David Lynch le trae de nuevo al presente, y al incendio del que avisa su nueva exposición. "Hay un loco –se refiere a Trump– que parece sacado de Cabeza Borradora. No engaña a nadie, hace lo que dice. Tiene a todos los multimillonarios detrás. Estamos en un final, o el inicio de una debacle que mejor no verlo. Se han cargado la democracia como sistema. Políticamente se la han cargado. Los que deberían de votar políticas sociales son los que le votan a él", se enciende.
En un plano más cercano, sus planes son sencillos. Recuperarse, retomar sus rutinas en el taller, un nuevo trabajo del que de momento solo tiene el título, editar otro sobre un poeta alemán que se mezcló con la Generación del 27. "Todo un descubrimiento", dice con un deje entusiasmo. Seguir creando, en definitiva, y seguir poniendo el pincel en la llaga.
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