"Es crucial alzar la voz en defensa de una actividad que es no solo positiva, sino valiosa, capaz de mejorar tanto a los lugares como a las personas".
Lo confieso desde el principio, para despejar cualquier duda: me gusta el turismo. Defiendo que todas las personas que deseen viajar y conocer otros lugares tengan la oportunidad de hacerlo. En tiempos donde la turismofobia gana terreno y el turismo se percibe como algo negativo, con términos como "turistificación", "odio al turista" o el clásico "turistas go home", creo que es crucial alzar la voz en defensa de una actividad que es no solo positiva, sino valiosa, capaz de mejorar tanto a los lugares como a las personas.
El turismo es una necesidad humana, esencial para muchos de nosotros. Es una actividad que, además de ser divertida y sorprendente, puede resultar transformadora. No es de extrañar que se haya convertido en un fenómeno global y masivo. Sin embargo, como todo aquello que se extiende sin control, requiere de un proceso de adaptación, regulación y, sobre todo, moderación. Es vital que los destinos más visitados, que actualmente sufren de cierta saturación, gestionen adecuadamente el acceso a sus atractivos turísticos. No podemos permitir que el criterio económico sea el único factor excluyente. Al mismo tiempo, es necesario que ampliemos nuestra mirada hacia otros lugares igualmente interesantes y cercanos a estos destinos saturados, pero menos conocidos y prácticamente vacíos.
Es necesario que ampliemos nuestra mirada hacia otros lugares interesantes, pero menos conocidos y prácticamente vacíos
España es un país espectacular, el segundo destino turístico más importante del mundo. Somos una potencia global en el sector, y dependemos del turismo para mantener nuestra prosperidad. Nuestro país ofrece una variedad de paisajes, costas y patrimonio cultural únicos en el mundo, acompañados de una gastronomía y vinos de nivel mundial, además de una cultura de hospitalidad que destaca por ser amable e integradora.
El turismo, bien gestionado, es beneficioso para las economías locales, pero además tiene el poder de generar un mayor entendimiento cultural entre los pueblos. Promover el intercambio entre visitantes y residentes puede enriquecer a ambos, fomentar la empatía y desmitificar prejuicios. Apostemos, entonces, por un turismo responsable y respetuoso, que valore tanto el destino como sus gentes, asegurando que esta actividad siga siendo un motor de progreso y conexión en un mundo cada vez más interconectado.
Por todo ello, no comparto la generalización negativa que muchas veces se hace sobre el turismo ni la demonización de sus efectos. Es un análisis simplista que no ayuda a comprender la realidad. Como cualquier fenómeno complejo, el turismo requiere un análisis más profundo y una evaluación sosegada. Esto incluye la implementación de políticas públicas que mejoren la gestión de los destinos turísticos y la colaboración del sector privado para fomentar un uso responsable de los recursos, evitando la sobreexplotación o el expolio. También la búsqueda de soluciones imaginativas para favorecer la convivencia entre ciudadanos y visitantes, o para reducir el proceso de encarecimiento de la vivienda en los destinos más deseados.
Es necesario que quienes estamos involucrados en este sector seamos plenamente conscientes de la fragilidad de muchos entornos, ciudades y territorios. Debemos trabajar con energía y sensibilidad para gestionar los destinos de manera óptima. Al mismo tiempo, debemos seguir promoviendo el turismo como la actividad enriquecedora, vital, emocionante y vibrante que realmente es. Por eso, mi diagnóstico es claro: sufro de turismofilia, y no creo que sea una patología peligrosa, sino todo lo contrario. Es más, podría ser contagiosa. Y, francamente, espero que lo sea.
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