Sor María Jerusalén tomó el hábito el pasado mes de septiembre en el convento de Santa Clara de Allariz.
La vida de Denise Burciaga ha dado un giro tan inesperado que ni siquiera ella misma lo habría imaginado. Con 32 años, acaba de dejar su California natal para tomar el hábito en un pueblo de Galicia. "Yo nunca me planteé ser monja ni nada relacionado con la Iglesia", reconoce a 20minutos. La religión no era su prioridad. "Cuando era pequeña, los domingos iba a misa con mis padres y estaba en un grupo de la parroquia", explica. Sin embargo, a medida que iba creciendo, lo fue dejando poco a poco. Lo que ella no sabía es que con 25 años volvería a "encontrarse con Dios".
Sor María Jerusalén de Cristo Crucificado, el nombre que ha escogido como religiosa, siempre tuvo claro que quería estudiar una carrera. Y eso hizo. Se graduó en Comunicación en la Universidad de San Diego, aunque rápidamente se dio cuenta de que no le gustaba. Aun así, llevaba una vida aparentemente normal: trabajaba en una clínica dental, salía con sus amigos y tenía novio. Sin embargo, se sentía vacía. Esto la sumergió en una depresión con solo 25 años. "Había hecho mi vida, pero en ese momento no estaba bien", reconoce.
Su familia, que pertenecía al Camino Neocatecumenal —un movimiento orientado a la renovación de la fe—, le propuso acompañarles a la parroquia. "No me llamaba mucho la atención, yo quería seguir viviendo como yo quería, pero acepté y fui con ellos", aclara. En una de las reuniones, escuchó hablar sobre una peregrinación que los fieles de la comunidad iban a hacer a Roma. "Yo quería viajar, así que aproveché la oportunidad para ir", asegura.
Un viaje a Roma marcó un cambio
Este viaje marcó un antes y un después en su vida. "Uno de los catequistas me preguntó cómo estaba y quería saber mi historia y todo lo que me estaba pasando", recuerda. La ahora novicia se abrió durante los días de peregrinación por la ciudad italiana. Estas conversaciones la motivaron a volver a la parroquia. "Entonces, empecé a sanar, me sentía perdonada por Dios y comencé a recuperar la fe con 26 años", comenta.
Los siguientes años la religión empezó a ocupar un lugar más importante en su vida hasta el punto de que con 30 años quería participar en una experiencia. Sus catequistas le ofrecieron ir a un convento de clausura durante tres semanas para conocer un poco más la vida dentro de la Iglesia. Y así es como llegó al Monasterio de Santa Clara, en la localidad ourensana de Allariz. Esta estancia fue el inicio de una transformación profunda. "Al principio tenía dudas, pero algo cambió en mí", recuerda.
A su vuelta a Estados Unidos, se sentía extraña y lo comentó con sus catequistas, que le propusieron una nueva experiencia de tres meses. La aceptó, aunque con mucho miedo. "No pensaba que tenía vocación de monja", aclara. Simplemente decidió ir al convento convencida de que le ayudaría a entender su camino. "Ya estando de vuelta en Allariz me di cuenta de que Dios me estaba llamando", explica sor María Jerusalén, que reconoce que "quería apagar esa llamada", pero a la vez "sentía paz".
Una nueva vida dedicada a Dios
De nuevo, hizo sus maletas y regresó a San Diego. Sin embargo, esta vez volvía a casa con las ideas claras: quería ser monja. "No sabía como iban a reaccionar mis padres porque somos una familia muy unida", explica. El cambio iba a ser duro y el proceso era largo, pero ella estaba dispuesta a renunciar a su vida. "Al principio todos pensaban que esto no iba a llegar a nada", confiesa. Aun así, su familia aceptó la decisión. "Aunque les costaba, me apoyaron porque veían que era feliz", reconoce.
Sor María Jerusalén lleva ya varios meses en el convento de Santa Clara y el pasado 29 de septiembre tuvo lugar el rito de la toma del hábito. Fue un acto muy esperado tanto por la novicia, que daba el primer paso en su nueva vida religiosa, como por el monasterio, que llevaba casi dos décadas sin realizar este ritual. Vestida de blanco, se despojó de sus ropas para ponerse el hábito. Ahora, tendrá que esperar dos años más para realizar la toma de votos.
El día a día de sor María Jerusalén en Allariz es completamente diferente al que llevaba en San Diego. "Trabajo en la cocina haciendo dulces", cuenta sobre su rutina. "Además, rezo y estudio piano, español y liturgia", añade. La vida de clausura no es fácil. Para ella, fue un gran sacrificio dejar a su familia y su país. "Me daba ansiedad pensar en no poder salir", reconoce. Aun así, no se arrepiente de su decisión: "Extraño muchas cosas, pero Dios me sigue confirmando que este es mi camino".
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