La guerra contra los cazadores furtivos en África: "Solo pido que la patrulla vuelva con vida"

La guerra contra los cazadores furtivos en África:

Cuando los últimos rayos de sol invaden la estepa sudafricana, la sabana se convierte en un territorio sin ley. Son las seis de la tarde y varios grupos formados por tres personas cruzan la frontera desde Mozambique rumbo al Parque Nacional Kruger. Van fletados en sus todoterrenos Land Cruiser y cargan rifles muy potentes que le permiten tumbar en cuestión de segundos a un elefante. En los bolsillos portan ocultas varias pistolas de 9 milímetros por si la situación se complica y hay que disparar a un guardabosques. Uno de estos encargados de luchar contra la caza furtiva confiesa en conversación con este periódico el miedo que enfrenta cada jornada laboral: "Hermano, cada vez que empiezo mi ronda de vigilancia hablo mucho con Dios. Solo pido que mi patrulla esté a salvo y regrese a casa aun con vida".

El chico empieza su actividad a las cuatro de la mañana, cuando no queda ningún rastro de los safaris turísticos que frecuentan la zona. No tiene más de 30 años, pero prefiere no revelar el nombre para proteger su vida y la de su hija pequeña. Todos los días realiza varios turnos de seis horas en los que recorre acalorado hasta 30 kilómetros para conseguir un único objetivo: que no se derrame la sangre de ningún animal a causa de los cazadores furtivos.

El joven lucha desde hace una década para frenar esta guerra indiscriminada que amenaza la supervivencia de la fauna en África. Ha experimentado en sus propias carnes lo que es tener el cañón de un arma enemiga a pocos metros de su cabeza. Durante este tiempo ha formado parte de Protrack, una de las empresas más reconocidas en la batalla contra este crimen organizado. El dueño de la compañía se llama Vincent Barkas y empezó a entrenar guardaparques cuando Sudáfrica estaba inmersa en el apartheid. "En estos años la gente dirá que el número de rinocerontes que se cazan está disminuyendo, pero es simplemente porque hay menos de ellos. La masacre continúa", explica Barkas.

La Fundación Internacional del Rinoceronte ha dado a conocer la cantidad de ejemplares que han sido acribillados por las balas furtivas. Más de 12.000 de estos mamíferos han muerto en el continente africano desde 2008, la mitad vivían dentro del Kruger. Esta reserva natural tiene una extensión de 19.000 kilómetros plagados de enormes baobabs y matorrales muy frondosos que facilitan a los criminales pasar desapercibidos. Aquí la población de rinocerontes se ha reducido un 70%. Aunque la cifra de ataques es casi la mitad que años atrás, en 2023 fueron abatidos 583 de estos animales. Uno cada 15 horas. "He llegado a ver como mataban cuatro rinocerontes en una misma noche. Es muy difícil de asumir que lo han hecho mientras tú estabas patrullando", lamenta el joven guardabosques.

Rinoceronte en Ol Pejeta Conservancy, Kenia. (Diego Sáenz)Rinoceronte en Ol Pejeta Conservancy, Kenia. (Diego Sáenz) Rinoceronte en Ol Pejeta Conservancy, Kenia. (Diego Sáenz)

El único propósito por el que se producen estas cacerías es para extraer de cuajo el cuerno de la especie y trasladarlo a los países asiáticos. Varios meses después, se vende de manera encubierta en algunas de las tiendas más extravagantes de Vietnam. Allí los ricos pagan cuantiosas sumas de dinero por conseguir uno. En el mercado negro cada kilo cuesta más de 100.000 dólares, un precio más elevado que el oro o la heroína. La gente de estos lugares considera que la cornamenta tiene propiedades medicinales capaces de desintoxicar el cuerpo y sanar enfermedades graves como el cáncer. En realidad, lo que consumen al tomar estos mejunjes no es más que un puñado de queratina, pues los cuernos están compuestos del mismo material que el pelo o las uñas.

El afán por lucrarse con este negocio ilegal ha llegado a comprometer la seguridad de algunos sitios públicos. En el año 2013, tres encapuchados robaron en una exposición de Dublín cuatro astas de este tipo valoradas en 800.000 dólares. Para evitar los saqueos, el Museo Nacional de las Ciencias Naturales de Madrid ha retirado el cuerno de su rinoceronte disecado y lo ha sustituido por una recreación de resina.

Rubén Díaz Caviedes

Disparo y motosierra

Cada contenedor que llega a Asia cargado con este contrabando esconde un lado muy oscuro. Las noches de luna brillante son las preferidas por los furtivos para adentrarse en la sabana en busca de su próxima víctima. Cada uno de estos criminales sabe a la perfección el rol que desempeña en la matanza. El primero, agazapado entre la maleza, empieza a detonar cartuchos hasta que el animal cae a plomo. El segundo tiene la tarea más complicada: quitar el cuerno con una motosierra o un hacha mientras desgarra la carne del rostro. El tercero solo vigila. Para no gastar munición, algunas veces suministran un dardo tranquilizante y todo lo hacen con el ejemplar todavía vivo. Morirá en agonía a las pocas horas por la gravedad de las heridas.

Cuando amanece, los forestales contemplan el fatídico resultado. En el horizonte yace un enorme cadáver con las rodillas dobladas y la cabeza casi incrustada en la tierra. Alrededor, un charco de sangre. Eric Madamalala es el vicepresidente de la Asociación de Guardabosques de África y en su retina tiene grabadas algunas escenas escalofriantes. "A una hembra le arrancaron los cuernos mientras estaba viva y tuvimos que sacrificarla. Cuando la despellejaron descubrieron que estaba preñada. Aquello me rompió el corazón. Imaginar el dolor que sufrió fue desgarrador para mí. Me quedé deprimido e impotente", recuerda.

"A una hembra le arrancaron los cuernos aún viva y en la autopsia descubrieron que estaba preñada"

Al recibir por radio el aviso de una nueva muerte se desplazan hasta el lugar un equipo de veterinarios. El momento de la autopsia es el más desagradable porque el rinoceronte se abre en pedazos para buscar la bala del crimen. El ranger bajo anonimato relata una de las experiencias más desoladoras que ha vivido y pide perdón por si se pone sensible. "Un rinoceronte fue asesinado justo después de dar a luz. El bebé llegó cuando estábamos abriendo a la madre y empezó a llorar para intentar despertarla", explica. En el Parque Kruger y las hectáreas más cercanas, los vigilantes han tenido que serrar todas las cornamentas para proteger la vida de la especie. "Limita la cantidad de cazadores, pero no es la solución. Si descornas a uno tienes que hacerlo en toda la población y volver a repetirlo a los dos años", señala Vincent Barkas.

La otra joya de la corona en el mercado negro es hacerse con un colmillo gigante de elefante. El marfil que se exporta a Asia es tratado por los artesanos para venderlo en forma de esculturas, collares, incluso teclas de piano y obtienen hasta 70.000 dólares por un kilo en polvo de este nuevo 'oro blanco'. Desde que el material es extraído en África hasta que se comercializa con él en China, el precio aumenta un 4.000%. Un negocio más lucrativo que el de la cocaína.

La obsesión de todo furtivo es derribar un gran 'tusker'. Se les llama así a los machos más majestuosos de todo el continente que pesan hasta ocho toneladas y tienen unos colmillos que llegan a ras de suelo. Quedan menos de 30 en todo el mundo y están supervisados durante las 24 horas del día. En los ocho primeros meses de 2024 cazaron cinco de ellos en Tanzania, cerca de la frontera con Kenia. La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES) avisa que todos los años son abatidos 20.000 elefantes africanos. 55 cada día y tres en una hora. Si estas mafias que atentan contra la vida silvestre tienen problemas para dispararlos, los intoxican. En 2013 murieron en Zimbabwe 300 ejemplares envenenados con cianuro.

Caídos en combate

La Asociación de Guardabosques de África ha desvelado la cantidad de hombres que han perdido desde 2017: 562 rangers. La mayoría han sido fusilados en el Parque Nacional Virunga de la República Democrática del Congo mientras custodiaban los últimos gorilas de montaña que hay en el planeta. En esta reserva han asesinado 220 forestales durante el último siglo. Muchos de los ataques son financiados por las milicias locales y opositores al Gobierno. La Dirección del parque ha desestimado colaborar en este reportaje por temor "al conflicto en curso y ser una zona muy inestable".

Eric Madamalala ha sentido en sus propias carnes el miedo de atravesar una de estas áreas de guerra en Mozambique."A veces vas andando por la sabana y hay una alta probabilidad de pisar una mina terrestre. Te puedes imaginar que si un elefante camina sobre una de estas volará en pedazos", comenta. Aunque él es veterano en la industria y se ha enfrentado a situaciones de mucho riesgo, cada vez que entra al monte un escalofrío le recorre el cuerpo. "Hay demasiada gente que viene a matar, estás expuesto a un entorno muy peligroso. Es una suerte que te metas y salgas bien", advierte Madamalala.

El dinero que se mueve alrededor del furtivismo ha hecho que los cazadores actúen de una forma mucho más sanguinaria. Cuando hace unas décadas no había tantos millones de dólares sobre la mesa, las piezas abatidas eran aprovechadas para consumir su carne. Ahora que estas redes criminales pagan por cada kilo de cuerno extraído, ejecutan también las crías a sangre fría. "Cuando balean a las madres, los pequeños siguen sin separarse de ellas. Estos carniceros aprovechan y los matan", asegura Vincent Barkas.



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