La historia de Raffaella Carrà y Juan Carlos I: que la realidad no estropee un bulo


         La historia de Raffaella Carrà y Juan Carlos I: que la realidad no estropee un bulo

Hay un glamour de revista que siempre ha escondido las crudezas debajo de las alfombras.

Que la realidad no fastidie un morbo colectivo. Vivimos en la edad de oro de los bulos, corren por las redes sociales más veloces que nunca. El problema es cuando los medios tradicionales también intentan dar credibilidad a la rumorología para conquistar el interés del público. O eso creen.

Ha sucedido en estos días con Raffaella Carrà. Se ha intentado vender como verdad la mentira de su relación con Juan Carlos I. Incluso se ha restado credibilidad a los propios amigos íntimos de la showoman, pues desmienten con argumentos tal cuchicheo.

Da igual lo que digan, da igual que los datos no coincidan nada con la vida de entonces de Raffaella Carrà. Lo importante es intentar estirar el chicle de las amantes del emérito tras los audios y las fotos con Bárbara Rey. Se han puesto a buscar rubias. Y Raffaella es una diana bien fácil. Ya no puede rebatir nada y es una artista muy querida por la sociedad.

Hemos crecido con Raffaella. Aunque justamente ese vínculo afectivo que conseguía en pantalla provoca que la audiencia sienta rechazo al ver cómo se intenta manosear su nombre. El éxito de Raffaella creció porque conseguía el equilibrio más complicado en televisión: evadirnos de la rutina con las imaginativas puestas en escena de sus himnos y, a la vez, terrenalizar lo que tocaba. Especialmente por su capacidad de hablarnos siempre de tú a tú, con ayuda de un humor que permitía compartir todas sus emociones. Hasta cuando no quería hablar de algo.

Esa libertad que otorga la espontaneidad honesta hizo que calara tanto en la cultura española Raffaella. Era una diva, pero era una diva de andar por casa. En una televisión en donde las presentadoras intentaban ser rigidamente perfectas, Raffaella jugaba a la naturalidad que no teme miedo a la imperfección. O a aquello que nos decían que era imperfección. A menudo, de hecho, Raffaella delataba con sus ironías los postureos sociales y las trampas de la propia tele.

Como consiguiente, las dos generaciones que vivieron Hola Raffaella generaron un todopoderoso lazo con la Carrà, que les permite ahora intuir que sus relaciones con el emérito son sólo fruto de los mercaderes de la chismografía. Chimografía de otra época, por cierto.

Porque seguimos enfocando los devaneos de Juan Carlos I como una novela romántica sobre un conquistador de corazones. Sus responsabilidades como Jefe de Estado desaparecen en estos relatos de culebrón. Incluso quedan 'añoñadas'. Lo accesorio arrasa con lo importante. Las mujeres en el foco. El hombre, un seductor. Hay un glamour de revista que siempre tapó las crudezas debajo de alfombras. Elegantes alfombras, que cuando se enrollan se descubre que su esplendor es un mero decorado. Tal vez, por eso mismo, Raffaella Carrà huyó del uso de alfombras en las escenografías de sus espectáculos televisivos: son un ecosistema ideal para los ácaros, es fácil tropezarse con ellas y, encima, pueden hacerte creer que eres un ser tan superior que ni siquiera pisas el mismo suelo que el resto de los mortales. Carrà siempre eligió ser Raffaella.

{getToc} $title={Tabla de Contenidos}

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente

Formulario de contacto