En Nueva York siempre hay alguien acercándose a una verja. Dos manos se posan en el alambre y la mirada se entorna, estudiando el espectáculo de lo indómito: el deporte que aflora en las canchas callejeras. El que subvierte las normas de los organismos oficiales y se recrea en códigos atávicos y en la anarquía de su vestimenta. De vez en cuando alguien nuevo cruza esa verja.
"Tenía 17 años, venía de un pueblo de 2.000 habitantes. Cuando aterricé y subí al tren me pareció enorme, pensé que era de los que recorría todo el país; pero no, era solo el que iba a Nueva York", recuerda Sacha Kruithof, uno de esos chicos nuevos que se cuelan en la pista. Su nombre y apellidos remiten a tierras neerlandesas, pero su acento lo ubica en la alicantina comarca de la Marina Alta, en la localidad de Orba. En ese pequeño municipio deshicieron las maletas sus abuelos paternos y creció esta espiga de melena rubia.
Cabe pensar que la cancha urbana a la que accedió es de baloncesto, deporte rey en el asfalto. Pero no, se trataba de otra disciplina, de funcionamiento más sencillo y, por lo que cuentan quienes lo han probado, de práctica adictiva: el one wall. La denominación hace referencia a la sencillez de la infraestructura. Solo hace falta una pared y un cuadrado pintado en el suelo, delimitando los márgenes. Y claro, una pelota: ligera, de goma sufrida para ser abofeteada una y otra vez contra el muro.
Esta suerte de minifrontones callejeros dibujan el mapa de una Nueva York inhóspita, en una altura poco atractiva para el turista: ni el vértigo de torres infinitas ni la vida subterránea del metro. A ras de suelo se ubica la ciudad de las 2.000 canchas de one wall.
"Descubrí el deporte en Youtube. Es una modalidad de pelota a mano internacional muy vistosa. De repente me apareció un vídeo titulado New York City Handball: ¡estaban jugando a frontón en Nueva York!", enfatiza Kruithof. Una aclaración: la anarquía de este deporte hace que convivan denominaciones. Handball es la manera de nombrar esta misma práctica; los norteamericanos parecen no tener noticias del balonmano.
En Orba hay un trinquet, el recinto que acoge las modalidades valencianas de la pelota a mano. En instalaciones como esa, repartidas por todo el territorio, se curten vocaciones de un circuito que tiene su propio Olimpo de profesionales.
Sacha, en cambio, se fijó en esa otra variante del deporte que le hipnotizaba en Youtube. Con 17 años se convirtió en uno de los mejores jugadores del circuito europeo de one wall, así que hizo la maleta y se marchó a descubrir la cara oculta de Nueva York. "Es un deporte muy underground, que se juega en los barrios, que mueve apuestas. Todo se basa en reglas no escritas y en una jerarquía callejera: si llegan los mejores jugadores a una cancha, automáticamente se libera para que practiquen", relata el pelotari.
"Se ganó el respeto de esos jugadores; cuando estuve rodando con él lo reconocían en las canchas, y no es un sistema fácil: al final es el forastero desafiando a los locales", explica Álex Martínez, director audiovisual que conoció a Sacha poco después de aquella experiencia iniciática.
En 2023, Martínez acompañó al deportista a Nueva York junto a un pequeño equipo de rodaje para grabar un documental sobre esa ciudad desconocida que rebota en miles de canchas, muchas de ellas en la periferia, pero también en la pomposa Manhattan. Sacha a Nova York es la serie de cuatro episodios que resultó de esa experiencia, producida por la televisión valenciana À Punt y CreaConcepto, dirigida por el propio Martínez y disponible en abierto desde este verano en la propia plataforma digital de À Punt.
"Es una realidad contradictoria la de este deporte en Nueva York. Hablamos de unas dos mil canchas, de muchísimos jugadores, de torneos en los que se disputan miles de dólares, de algo realmente popular. En cambio, todo ocurre bajo el radar mediático: se divulga en blogs, en redes sociales, en streaming", cuenta Martínez. Y aporta una posible hipótesis sobre esta dualidad, que ya ofrece uno de los testimonios durante el documental: "Se trata de un deporte muy barato, que apenas necesita equipación ni grandes instalaciones, por lo tanto las marcas no ven un gran negocio que explotar, y eso es un lastre en un lugar donde todo se mercantiliza".
El documental se sumerge en un mundo suburbial, en un deporte mayoritariamente practicado por clases humildes de origen latino. En ese ecosistema se generan héroes y leyendas que antes solo mantenía la oralidad y ahora las redes sociales. Entre todos ellos, una figura se propone como antagonista del viajero Kruithof: se trata de Tywan Cook, la máxima estrella del handball neoyorquino. Un carismático villano final al que debe vencer el muchacho de Orba.
La narración discurre como un formato híbrido entre el documental deportivo, el reportaje de viajes y una ficción de alma indie, con algún guiño al videojuego. Mientras Sacha se va enfrentando a rivales cada vez más temibles, se despliega esa comunidad multicultural que crece en la cara menos turística de la ciudad. Después de todo, aún quedan rincones por iluminar en el lugar más trillado del planeta por las cámaras.
"El one wall tiene la llave de un universo magnético que te permite conocer la ciudad real, además de ser un deporte de una sencillez adictiva. En los días de descanso, el equipo de rodaje no visitábamos el Empire State; jugábamos a one wall", relata Martínez con el mismo aire de nostalgia que impregna la serie, la que emana de todo territorio que crece entre el barrio y el mito.
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