Querido lector, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar por defender sus derechos? Los vecinos de Cerro Belmonte lo tienen claro. Hasta La Habana y más allá, si hace falta. En 1990, los habitantes de este barrio se independizaron de Madrid, en respuesta a un plan de expropiación que pretendía desalojarles de sus viviendas, dentro del proceso de recuperación de las conocidas como bolsas de deterioro urbano. Tras varias protestas, los residentes de esta zona pidieron asilo político en la embajada de Cuba. Los hubo más valientes: hubo un grupo que viajó a La Habana para contarle la situación al mismísimo Fidel Castro.
Cerro Belmonte, delimitado por la autopista de Sinesio Delgado al sur, la calle de Villaamil al este y la zona de Peña Chica al oeste, era un pequeño pueblo dentro de la capital. En la actualidad este barrio tiene otro nombre: Valdezarza. Los residentes presumían de que sus hogares los habían construido sus antepasados con sus propias manos. Un orgullo para las más de 200 personas, que vivieron en estas calles hasta que empezó el boom del ladrillo.
Por allí cerca pasaba cada mañana Jaime Fernández para ir al colegio. "Tenía un amigo que vivía en este barrio. La casa de su abuela estaba en una calle con más casas bajas. Íbamos a jugar allí a menudo. De hecho, su familia fue una de las que resistió hasta el final". "No era una zona descuidada, pero sí muy humilde. Es más, había casas con grandes patios", explica.
Sin embargo, el Ayuntamiento criticaba el deterioro urbano, en algunos casos chabolismo, en el que se encontraba esta área y proponía dejar suelo vacante para destinarlo al "servicio público, comercial o habitacional". "Las casas eran bastante parecidas: dos habitaciones, un salón, un baño, una cocina y un patio. Sí que recuerdo que las estancias eran muy pequeñas", recalca Fernández.
El Consistorio se subió al carro de la burbuja inmobiliaria e implementó un ambicioso plan, que incluía la expropiación de decenas de viviendas ante la indignación de los vecinos, que vieron este acto como una trama urbanística más, cuyas víctimas tenían nombres y apellidos.
Su odisea comenzó a principios del verano de 1990, cuando un centenar de familias recibió un anuncio que les cambiaría la vida. El Ayuntamiento de Madrid les ofrecía 5.018 pesetas por metro cuadrado; algo que consideraron injusto, teniendo en cuenta que el suelo se cotizaba en ese momento por más de 200.000 pesetas (incluso más alto en algunas zonas cercanas).
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Ana Rodríguez
El Consistorio les dio dos alternativas para alojarse: Vallecas o Villaverde, lejos del lugar en el que habían pasado gran parte de sus vidas y de donde residía su familia. Ese fue el germen de una serie de protestas que acabaron con la independencia del barrio. Desde amenazas de manifestaciones ante la casa del alcalde, Agustín Rodríguez Sahagún, hasta huelgas de hambre, pasando por el encierro en una parroquia, de donde fueron desalojados por la Policía Municipal.
La última bala en la recámara era refugiarse en la comunidad internacional. Pusieron el ojo en Cuba, alegando que Fidel Casto "expropió a los ricos para dárselo a los pobres, no como aquí en Madrid, donde el Ayuntamiento hace lo contrario", tal y como recordaba el cronista oficial de la Villa, Ángel del Río López, en su libro Disparates de la historia de Madrid. El Ejecutivo cubano escuchó las peticiones de los vecinos madrileños y les invitó a pasar unos días en la isla.
"Fidel Castro invita a los vecinos de Cerro Belmonte a visitar Cuba a gastos pagados", informaba ABC el tres de agosto de 1990. La noticia llamó la atención de varios medios de comunicación europeos, entre ellos Der Spiegel, en Alemania o la BBC, en Reino Unido. "La abuela de mi amigo fue una de las personas que fue y esta acción sirvió para que la comunidad internacional pusiera el foco en sus reivindicaciones", asegura Jaime Fernández.
Pero ni el viaje a Cuba ni sus numerosas protestas fueron suficientes para parar los planes del Consistorio. El edil madrileño y su equipo hicieron oídos sordos a este brote de insurrección popular hasta este momento. Aprovechando la coyuntura, la representante legal de los propietarios, dio un ultimátum al Ayuntamiento a finales de agosto: o les daban una solución antes de septiembre o se constituirían como estado independiente.
Los afectados, que eran conscientes de que tenían que actuar rápido, convocaron un referéndum para declararse estado independiente el 5 de septiembre de 1990. El sí a separarse de Madrid ganó por mayoría absoluta, 214 votos a favor, frente a dos en contra. El colegio electoral era precisamente la casa de una de las vecinas más longevas del barrio.
Los vecinos se pusieron manos a la obra inmediatamente para crear su propio estado. En su recién estrenada independencia redactaron una Constitución, cuyo primer artículo promovía la felicidad. Bajo el nombre genérico de Reino de Belmonte se englobaron las comunidades autónomas de Belmonte (cerro y Barrio), calle Villaamil y Peña Chica. "En dicho reino se abogará por la justicia, la igualdad, el pluralismo político y la felicidad", decía su Carta Magna. Para no tener que volver a pasar por esta situación, abolieron la expropiación.
Los más creativos, entre los que se encontraba Juan Carlos Parra, vocalista del grupo punk Kaduka 92, compusieron un himno, cuya letra decía "queremos pan, queremos vino, queremos al alcalde colgado de un pino" y diseñaron una bandera con tres franjas horizontales de colores blanco y rojo. En el centro de la misma había una estrella, que según explicaron había sido robada de la bandera de la Comunidad de Madrid. Incluso fueron más allá y pidieron al Gobierno madrileño que retiraran una de las siete estrellas de la bandera. En cuanto a la economía, acuñaron una moneda llamada belmonteño, equivalente a las 5.018 pesetas con que quería expropiar el Ayuntamiento cada metro cuadrado de sus casas.
La independencia duró una semana, hasta que el Consistorio madrileño anuló las expropiaciones. Varios años después, los vecinos renegociaron las condiciones y fueron realojados en pisos cercanos. Cambiaron las casas bajas blancas por edificios de ladrillo naranja. Eso sí, sin perder lo más mínimo su esencia de lucha
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