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Madrid es una ciudad de urbanismo desconcertante, aunque la proliferación de espacios y escenarios fallidos -Colón, Plaza de Castilla, Santo Domingo…- no contradice el interés de los lugares secretos.
He descubierto uno cuya visita requiere la cooperación de un guardia civil o de un familiar allegado. Porque es una residencia militar. Y porque su ubicación en la zona noble de Madrid -Príncipe de Vergara 246- se corresponde a la belleza y armonía de su arquitectura.
Reviste un aspecto mediterráneo el Colegio Infanta María Teresa, tanto por la calidez del ladrillo como por las gigantes palmeras que apuntalan la fachada. Se construyó en 1914 bajo la protección de Alfonso XIII. Y se concibió como un recurso académico y residencial para los huérfanos de los guardias civiles. Por eso tiene sentido detenerse en una sala del colegio cuyos documentos, imágenes y utensilios evocan la misión social de la Benemérita. Vestían los niños -y las niñas- un uniforme espartano. Y podían estudiar en las mejores condiciones. De hecho, la conciencia con las víctimas colaterales de los guardias civiles caídos forma parte de la idiosincrasia de la “institución” casi desde sus remotos orígenes. La Guardia Civil es una familia y una forma de vida, para entendernos. Y las atenciones a los huérfanos se homologaron en 1879, sin distinción de galones.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F8ba%2F1ac%2F52f%2F8ba1ac52f0ad68f75a38f868667b8e4a.jpg)
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Transcurrido casi un siglo y medio desde entonces, la residencia Infanta Teresa bien podría considerarse un hotel de cinco estrellas o un parador nacional. La arquitectura es imponente, pero no opulenta. Las habitaciones reúne los techos altos y las mejores comodidades. Y el perímetro de seguridad que protege las instalaciones beneficia la tranquilidad y solaz de la residencia. Cuesta trabajo llegar a creerse que estemos en el bullicio de la capital, sobre todo cuando al visitante lo envuelven la arboleda y el silencio del claustro de ladrillo. Se escucha más a los pájaros que a los coches.
Han sido muchos los avatares del colegio desde su fundación. Y no solo por las medidas de seguridad extraordinarias que tuvieron que emprenderse cuando ETA convirtió Madrid en el teatro de sus atentados salvajes, sino porque las mismas dependencias que actualmente alojan a los clientes en tránsito por Madrid se transformaron en la Checa del comité rojo. Fue aquí donde es establecieron las comisiones represivas del Frente Popular en 1936 y donde se multiplicaron las torturas y los crímenes.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fbdd%2F652%2Ff7f%2Fbdd652f7fb6d36ca8f37f4a478cb5838.jpg)
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La página oscura representa una excepción a las cualidades benefactoras y académicas del colegio. No estudian aquí los chavales porque los programas docentes se trasladaron en 2013 al centro Marqués de Vallejo de Valdemoro, pero sigue funcionando el régimen de internado para las alumnas y alumnos huérfanos y de hijos de la Guardia Civil.
Se explica así la vitalidad y el ajetreo del Colegio Infanta Teresa, aunque el rasgo más característico del parador acaso consiste en el ambiente familiar que lo identifica. Y no porque se conozcan los clientes y los visitantes, sino porque participan de una misma cultura que en nada se parece a la despersonalización de los grandes hoteles.
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