Ser motero en Madrid: una irresistible operación de riesgo

Ser motero en Madrid: una irresistible operación de riesgo

Peor que ir en moto por Madrid es no ir en moto, aunque la salvedad no siempre convierte la experiencia en grata ni en estimulante. Ir en moto es la única manera de llegar con puntualidad por carretera, la mejor solución para acceder a las zonas prohibidas y aparcar en la puerta del destino.

El problema son los obstáculos. Y no me refiero únicamente a los terribles socavones que martirizan el itinerario, al incivismo de los conductores, al peligro de los ciclistas, al punto ciego de los autobuses, a la distracción de los peatones, a los empleados de Glovo y otras plataformas, sino a la competencia desleal de quienes recurren a los scooters de alquiler sin los conocimientos elementales de cualquier motero ilustrado.

Una cosa es manejarse con habilidad a 50 por hora y otra muy distinta desempeñarse por las calles sabiendo mirar y asumiendo la fragilidad del medio. El permiso que permite llevar una moto de gran cilindrada acredita implícitamente una homologación para moverse en la jungla urbana. Nada que ver con montarse sin criterio ni cabeza en un ciclomotor eléctrico.

Y no discuto su contribución a la sensibilidad medioambiental, pero los motoristas de ocasión a bordo de artilugios precarios originan accidentes y distorsionan las normas de supervivencia del tráfico. Sucedía con la plaga de los patinetes. Fueron percibidos como la gran revolución del transporte urbano y han terminado sentenciados en su inoperatividad. Porque amenazaban a los peatones. Y porque no estaban en condiciones de competir en las calzadas con los autobuses, los coches y las motos.

Rubén Amón

Hay ciudades europeas, como París, que los han prohibido. De hecho, la gran revolución de la capital francesa consiste en haber concedido todo el poder de la ciudad a la bicicleta. Y no solo por todos los carriles que vertebran la red de transporte, sino por la conciencia cívica hacia los ciclistas y por la eficacia del sistema de alquiler municipal y privado.

Las motos, decíamos. Y los moteros, claro. Madrid nos concede algunos privilegios tan interesantes como la oportunidad de aprovechar el carril bus. Y como las zonas de transición reservada delante de algunos semáforos. Y no es que sea fácil acceder a ellos, aunque sí forman parte de las razones que incitan desplazarse con una burra en condiciones por la ciudad.

También podemos disfrutar el área protegida de las emisiones. Lo que no se entiende son los horarios que limitan la entrada y la salida a Madrid Central antes las 7:00 y después de las 22:00. Acceder más tarde implica aparcar la montura en un garaje. Y restar eficacia a los motivos prácticos que justifican el recurso de una moto o de un scooter cualificado.

Rubén Amón

Se trata de asumir los riesgos con ciertas garantías. Y es verdad que a veces nos comportamos en la ciudad sin el civismo y el respeto necesarios, pero ir en moto implica un ejercicio de solidaridad, por mucho que nos desplacemos en solitario. Porque evitamos la tentación del coche. Y porque embellecemos el paisaje urbano con los modelos más pintones.

El problema son las trampas que opone la ciudad. No ya las zonas de obras, las plataformas resbaladizas, las placas metálicas, sino más todavía las calzadas de firme irregular -socavones incluidos- donde resulta difícil mantener el equilibrio. Y no son pocas. Una de las más graves se localiza en la bajada de Alcalá (números altos) hacia Las Ventas. Solo falta poner una grada para que los vecinos y transeúntes disfruten de la gincana que implica sortear la perversión allegada a la difunta sede de Ciudadanos.



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