Por qué Blasco Ibáñez es el gran extraño de Valencia

Por qué Blasco Ibáñez es el gran extraño de Valencia

De la figura de Blasco Ibáñez se han escrito tantas cosas que quizá la más notoria de su existencia actual -la de la memoria- es su escasa relevancia en la narrativa de su ciudad, Valencia.

Sí, claro, Blasco, tiene una gran avenida -que en plena era expansionista de Rita quiso zamparse el marítimo-. Tiene una casa museo, sin demasiada relevancia. ¿Pero dónde está Blasco en Valencia? ¿Cómo el prohombre con tanto afán, que quiso cambiar el tiempo de su entorno, que construyó un movimiento rebelde en torno a su cintura, apenas tiene herederos políticos, apenas nadie en Valencia reivindica su ideario? ¿Cómo el hombre que todo lo vendió -quien entendió antes que nadie las leyes de un bestseller- causa, en diferido, tanto recelo? ¿Cómo el icono, a quien Josep Pla llamó el “hombre absolutamente rodeado de gloria, no de una gloria académica, sino popular, dilatada”, cuyos restos llegaron a la ciudad a los cinco años de su muerte congregando hasta a 300.000 personas, parece no existir en el calado popular?

Para encontrar respuesta quizá la mejor vía es entender la sensación de extrañeza que habitaba dentro de Blasco. Justo por ello, el escritor y filósofo Jorge Freire lo ha incluido en su libro que lleva por título Los extrañados (Libros del Asteroide). El capítulo que le dedica sirve para desencriptar parte del misterio y busca responder a la propia condición del hombre de huida en huida.

“Me interesaba entender por qué el novelista español más exitoso de la historia tuvo que exiliarse para reencontrarse con la patria”, explica Freire. “Es paradójico cuando menos, ¿verdad? Lo que sucede es que uno también hinca la pluma para entenderse a sí mismo y esclarecer su propia condición. Y este libro no va sobre cuatro escritores concretos, sino sobre un sentimiento que todos hemos experimentado en algún momento de nuestra vida. Mi intención con Blasco, y con los otros tres, es hacer de la anécdota categoría; que los lectores se reconozcan en las vidas de estos personajes”.

Blasco Ibáñez en Japón, en 1924. (Foto: Casa Museo Blasco Ibáñez Valencia)Blasco Ibáñez en Japón, en 1924. (Foto: Casa Museo Blasco Ibáñez Valencia) Blasco Ibáñez en Japón, en 1924. (Foto: Casa Museo Blasco Ibáñez Valencia)

Esa condición es, por una parte, la del “caballo desbocado”, “una bestia indomable”, que acaba en el centro de escenas inimaginables como la que rescata Freire: “Estoy pensando en la arenga que Blasco pronuncia en el Congreso de los Diputados y que lo lleva a acabar en un duelo de honor con el teniente Alastuey, que para colmo era un magnífico tirador. Blasco inicia su arenga manso y bien domado, por así decirlo. Las palabritas van fluyendo con suavidad, como un caballito paseando por el campo, con su ronzal y su montura. Pero de golpe empieza a notar el cosquilleo de la espuela, empieza a trotar, se desentiende de las riendas y, ¡zas!”.

Es el mismo animal político que se enfrentó hasta las últimas consecuencias con Rodrigo Soriano, diputado por Valencia, financiador de El Pueblo, que dirigía su entonces gran amigo Vicente Blasco Ibáñez. “Su lucha con el 'Sultán de la Malvarrosa”, como entonces muchos llamaban a Blasco, levantó una buena polvareda. Lo más parecido que tenemos a mano es, qué se yo, la contienda que enfrentó a Pablo Iglesias y a Íñigo Errejón. Pero los pablistas y los errejonistas nunca se enfrentaron a palos, ni a navajazos, ni a tiros, como sí hacían blasquistas y sorianistas cada noche, sembrando el terror en el corazón de Valencia. Eran otros tiempos… ¿Cómo explicar que Blasco subiera a la tribuna del Congreso, siendo ya diputado nacional, se sacase del bolsillo una pistola y amenazase al teniente que la noche anterior le había pegado un sablazo en una manifestación? Otros tiempos, como digo, y no necesariamente mejores”.

Víctor López Heras

Por otro lado, está su condición de protagonista de una era que, con el tiempo, se ha diluido tanto que deriva en una posición puramente decorativa. “Blasco -sigue Freire- da nombre a una de las arterias principales de Valencia y tiene calles y avenidas en Mislata, en Burjassot, en Torrent. En Alicante da nombre a una avenida y tiene una calle en Elche. Lo mismo en Castellón. Tiene calles en Madrid, en Murcia, en Málaga y en Sevilla, en pleno barrio de Triana. ¿Supone eso que está presente en la vida de los peatones? En absoluto. Jacinto Benavente tiene también varias calles, la de Madrid especialmente céntrica, y aquí ni el Tato se ha leído Los intereses creados. Y eso que ganó un Nobel. Otro tanto podría decirse de José Echegaray. Son, como bien dices, elementos decorativos. ¿Por qué se lo denostó en su momento? Hay varios motivos. El 98 lo criticaba por su estilo. Ortega, por ejemplo, rechazaba el naturalismo de sus primeras novelas, so pretexto de que “se veía demasiado”. Siempre me ha parecido estúpida y traicionera la burla que Azorín le dedica en La voluntad, hablando de qué es y no es literatura. El 14, en cambio, lo denostaba por populachero. Pérez de Ayala decía que su éxito se debía a su adecuación a los gustos cambiantes del público, Juan Ramón también fue por ahí. En general, casi todos sus compañeros de oficio lo vieron como un activista o un político que en sus ratos libres hacía literatura, lo que les evitaba verlo como un escritor de verdad. Lo que sucedía en realidad es que tenían pelusilla por el resonantísimo éxito de Blasco. Y éste, que encima era un fanfarrón, les pasaba por el morro que el Chicago Tribune le pagaba mil quinientos dólares por una historia corta.

Dicho lo cual, todo esto es comprensible en su contexto, en el exiguo mundillo de los cenáculos literarios y tal y cual. Pero ¿cómo se explica que hoy nadie lea a un autor tan ameno y tan completo como Blasco? No tengo respuestas para eso. Pero me consta que, en la humilde medida de mis posibilidades, Los extrañados está contribuyendo a que algunos se acerquen a su obra”.

Blasco y Unamuno junto a intelectuales exiliados en París, en 1924. (Cedida)Blasco y Unamuno junto a intelectuales exiliados en París, en 1924. (Cedida) Blasco y Unamuno junto a intelectuales exiliados en París, en 1924. (Cedida)

A las puertas del centenario de su muerte (será en 2028), ¿dónde quedan los rescoldos del pensamiento político de Blasco?, ¿son identificables? Freire da un poco de luz al respecto: “Decía Paul Valéry que no se puede pensar en serio utilizando palabras en “ismo”. Supongo que hoy no podría haber un blasquismo stricto sensu, porque es un producto de su tiempo, igual que no podría haber un fascismo fuera de la Italia de los veinte y los treinta. Dicho lo cual, si le echamos imaginación y vemos los elementos que lo componían, no nos parece algo tan extemporáneo. Es decir, si juntas ingredientes como el republicanismo, el laicismo y el valencianismo el cóctel resultante se parece mucho a Compromís. Lo que sucede es que Valencia y España han cambiado mucho en un siglo”.

Un cambio, tan brusco, un ajuste de cuentas de la ciudad con el tiempo, del que fue consciente en vida el propio Blasco: “Por una cuestión de carácter, Blasco era de esas personas que, al oír “fuego”, en lugar de huir, se lanzaban a las llamas. La suya es una vida de película y sorprende que, habiendo inspirado tantos blockbusters de Hollywood, nadie se haya atrevido a hacerle un biopic por todo lo alto. En su vida hay de todo: pobreza, cárcel, duelos, persecuciones, triunfos, colonizaciones y decepciones. ¿Por qué termina huyendo? Diría que toda su vida es una tentativa de saltar fuera de su sombra. Y al término de la misma se da cuenta de que su única patria es, por decirlo con Rilke, la patria de la infancia. Es decir, la Valencia de los aguaduchos y las horchaterías, la Valencia de las romerías, la Valencia popular de los aguadores, de los guardas de acequia… Cuando vuelve a la ciudad y se encuentra con la Casa de Correos, con el Mercado Central, con el nuevo Mercado de Colón, con todas las novedades modernistas, entiende que la Valencia ruidosa y pintoresca de su infancia ya no existe. De manera que solo queda emprender la retirada”.

La retirada dura hasta ahora.



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