Bien está que la ciudad de Madrid se haya propuesto evacuar de sus calles, plazas y avenidas a los artífices del franquismo, pero el ejercicio de memoria histórica debería concernir a otros personajes nauseabundos cuya ejecutoria permanece encubierta por la dejadez, la costumbre o la ignorancia.
El caso del marqués de la Ensenada es particularmente grave porque los honores que disfruta en el centro de la capital contradicen el episodio genocida de la Gran redada, un plan de exterminio del pueblo gitano que pretendió ejecutarse en 1749 bajo el reinado de Fernando VI y con la aquiescencia de la Iglesia. Y fue Zenón de Somodevilla y Bengoechea (1702-1781), marqués de la Ensenada, el gran artífice del proyecto supremacista y proto-hitleriano. Impresiona leer los términos en que él mismo describe los pormenores de la operación:
"Luego que se concluya la reducción de la caballería, se dispondrá la extinción de los gitanos. Para ello es menester saber los pueblos en que están y en qué número. La prisión ha de ser en un mismo día y a una misma hora. Antes se han de reconocer los puntos de retirada para apostarse en ellos tropa. Los oficiales que manden las partidas han de ser escogidos por la confianza y el secreto, en el cual consiste el logro y el que los gitanos no se venguen de los pobres paisanos".
Tiene sentido evocar el episodio porque acaba de publicarse Martinete del rey sombra (editorial Jekyll & Jill), un ensayo/novela del historiador Raúl Quinto que repara en el episodio oscurantista de la Gran Redada y que retrata el protagonismo específico del marqués de la Ensenada.
Madrid necesita una obra de Renzo Piano
Rubén Amón
El político ilustrado (¿?) quería poner orden al “problema gitano”, ofrecer soluciones drásticas y eugenésicas a una persecución que se inició en 1499 con el edicto de expulsión y que luego conoció otros vaivenes convulsos en tiempos de Felipe II y Felipe III. Los Borbones retomaron la campaña con relativa eficacia, más que nada porque la caricatura del zíngaro errante y ácrata coexistía con la evidencia de los gitanos “avencidados”.
Trabajaban con normalidad en los gremios de los herreros, los panaderos y los carpinteros, pero ni siquiera las evidencias de la integración conmovieron a los ejecutores de la Gran Redada. El obispo de Oviedo hizo suya la doctrina dogmática del marqués de la Ensenada y propuso separar a varones y hembras para evitar que pudieran reproducirse. Toleró Fernando VI que fueran separados de sus madres los niños mayores de siete años.
Y se generalizaron muchas de las prácticas que luego serían rutina en el contexto de la solución final del nazismo: campos de concentración, torturas, trabajos forzados, represión y violencia motivada por la raza.
No le salieron bien los planes al marqués de la Ensenada. Y no porque se arrepintiera de su plan de exterminio, sino porque su ejecución fue un desastre logístico y organizativo. Las tropas no lograron apresar a muchos gitanos. Otros escaparon. Y la propia indignidad del proyecto supremacista fue repercutiendo en la conciencia de la sociedad, hasta el extremo de que Carlos III, sucesor de su hermano en el trono, forzó el destierro del marqués de la Ensenada a Medina del Campo, el mismo municipio vallisoletano donde los Reyes Católicos firmaron la expulsión de los judíos.
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