Una vida entre agujas, telares y lanas. Muchos de los trabajadores de la Real Fábrica de Tapices, que lleva funcionando desde 1721, entraron siendo muy jóvenes a trabajar como aprendices tejedores. Es el caso de Isabel García, de 58 años, que lleva 42 en la fábrica. "Llegué con 15 años porque mi madre, un día, me hizo escoger entre estudiar y trabajar y decidí aprender este oficio", recuerda. Sus manos la delatan: sus dedos se han doblado para hacerle hueco a la aguja con la que ha pasado más de media vida, y sobre su piel sobresalen las heridas y los callos de pelearse con el tejido de las pesadas alfombras que restaura en la vieja fábrica.
Sentada a su lado está Pilar López, de 57 años, 41 entre tapices. "Esta fábrica es mi primera casa, he pasado más tiempo entre estas paredes que en ningún otro sitio en mi vida", dice mientras se enciende un cigarrillo y contempla el hermoso jardín interior. Su hermana ya trabajaba allí y cuando se enteró de que necesitaban personal, la recomendó. "No tenía ni idea del oficio, pero no quería estudiar, se me daba muy mal, así que decidí ganarme la vida de esta forma. Es verdad que a veces me he arrepentido y por eso ahora he intentado darles a mis hijos esa oportunidad que yo no tuve", confiesa.
López afirma orgullosa que ella es restauradora de alfombras: "Este oficio es un arte. Todavía me maravillo de las figuras que soy capaz de coser en los tapices". Poca cosa ha cambiado en medio siglo en la fábrica: la técnica sigue siendo la misma, igual que los telares. Incluso algunas agujas parecen resistir sin problemas el paso del tiempo. El único cambio es que ahora no se sientan en asientos de paja, sino en grandes sillas ergonómicas negras.
Este arte no figura en ningún manual. No existe un libro que lo enseñe. Todas han aprendido de sus compañeras y se han ido transmitiendo su sabiduría de forma oral, de generación en generación. "Entrabas sin saber nada y eran las otras tejedoras las que te mostraban cómo tenías que hacer los nudos. Al comienzo cuesta, pero ahora lo podría hacer con los ojos cerrados", asegura López.
Todas coinciden en que les gusta mucho su trabajo y esperan jubilarse en una fábrica de la cual se enamoraron casi desde que entraron. El encantamiento dura para siempre: no es raro encontrar de cuando en cuando antiguas trabajadoras que, ya jubiladas y arrastradas por la nostalgia, vuelven de visita para charlar con sus excompañeras y verlas tejer un rato. "Creo que voy a echar mucho de menos este lugar cuando me jubile. Vendré a pasar los ratos", vaticina López.
55 empleados
La forma de entrar a trabajar a la fábrica de tapices, que en este momento cuenta con una plantilla de 55 empleados, ha cambiado. El director general de la Real Fábrica de Tapices, Alejandro Klecker, asegura que entre el personal joven que se incorpora cada vez más predominan las mujeres.
Ahora los artistas tienen que pasar un examen para poder trabajar en la fábrica, pues el puesto ya no se hereda entre las familias. La mayoría de la plantilla viene de estudiar Bellas artes o Diseño. "Después de que se suprimieron las escuelas taller, creamos un sistema en donde pedimos un certificado de cualificación, de tal manera que eso nos permite hacer un examen para los trabajos que se realizan en cada categoría de la fábrica", explica Klecker.
Para Klecker, la principal cualidad que tiene que tener un restaurador no es tanto la buena mano para tejer alfombras como una muy buena preparación psicológica para aceptar la frustración: "Puedes llegar a pasar un mes trabajando en un solo metro cuadrado de alfombra".
A las restauradoras con las que ha hablado El Confidencial les da miedo que su oficio desaparezca. Y saben que sin gente que haga pedidos de alfombras va a ser muy difícil que sobrevivan. Es por esto que ahora están dando a conocer su trabajo y la importancia que tiene en la historia de España.
Una de las trabajadoras más jóvenes es Marta Caldevilla, de 28 años. Lleva cuatro años tejiendo alfombras. "Lo que hacemos es arte, y mucha gente lo desconoce o no lo aprecia. Cuando digo que soy tapicera, la gente no entiende a lo que me dedico", asegura. La joven aprendiz asegura que todos los días intenta dar lo mejor de ella para aprender lo máximo posible de las veteranas. "Cuando ven que no les puedo seguir el ritmo, me ayudan con mi parte, somos como una familia. Hay que estar muy sincronizado para no cometer ningún error tejiendo una alfombra a ocho manos", cuenta.
"Somos como una familia. Hay que estar muy sincronizado para no cometer ningún error tejiendo una alfombra a ocho manos"
Para Caldevilla pasar sus días en la Real Fábrica de Tapices es como vivir en otra época, y es por eso que en su tiempo libre, cuando termina de trabajar a las 15.30 horas, le gusta salir a descubrir el Madrid moderno y joven. Para ella lo peor del trabajo es aprender a manejar esa misma frustración de la que habla siempre el director general. La fabricación manual de un tapiz es un delicado proceso que conlleva, dependiendo de su complejidad, entre seis y 12 meses de dedicación por cada metro cuadrado, explica mientras corta un nudo de una impresionante alfombra azul con estrellas amarillas que va a ir en la catedral de la Almudena.
Al contrario que sus compañeras, Marta Soria, de 41 años, no puede decir que toda su vida haya pasado entre las cuatro paredes de la fábrica. Entró a trabajar en el 2000 después de hacer el curso en la escuela taller, pero después de unos años quiso salir a descubrir más el mundo. "Decidí volver un día, me volví a enamorar y me quiero jubilar aquí", afirma convencida mientras se arregla los guantes con los que se protege las manos. Para Soria, estar ocho horas con las manos levantadas sin duda es lo más desafiante de su trabajo. Pero dice que le merece la pena: "Me encanta poner mi toque artístico al escoger un color, un tipo de lana o hacer un diseño y que guste", cuenta.
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