Se suele decir que las desgracias nunca vienen solas. El saber popular predice que a un disgusto, a una contrariedad, se le puede sumar siempre otra igual o peor consecutivamente. Y eso es justo lo que han vivido las familias de ucranianos y rusos que, paradojas de la vida, y tras dos años de guerra entre sus países, ahora se encuentran con que han perdido todo en un incendio feroz e imprevisible a miles de kilómetros de las bombas.
Quien cuenta esto es Artur, un joven ucraniano que vivía en una de las torres de Campanar arrasadas por el fuego el pasado jueves en Valencia. Su cara y sus gestos transmite la sensación de estar entre la incredulidad y la impotencia, a pesar de su buen aspecto y su sonrisa. Más o menos la misma sensación que transmiten la mayoría de las personas que se mueven por el hall del hotel SH Valencia Palace, el hotel donde han sido realojadas hasta 113 personas que también lo han perdido todo.
Pero para los ucranianos, el incendio les ha llegado en un momento especialmente sensible. Este sábado justo se cumplen dos años de la invasión de Rusia a Ucrania. Una terrible efeméride que, para los casi 20 ucranianos que vivían en el edificio incendiado, poco menos que se va a quedar en una anécdota.
"Yo llegué a España con unos amigos en coche", continúa Artur. "Cumplimos dos años en Valencia en abril. Teníamos alquilados dos pisos, uno encima del otro. Cuando llegamos al edificio ya estaba todo ardiendo, así que no pudimos coger nada. Ni papeles, ni ordenadores, ni ropa. Nada".
Hace dos años dejamos nuestras casas por las bombas rusas. Y ahora por un incendio
Junto a él está Andrej, un padre de familia que está allí con su mujer y sus dos hijas pequeñas. Andrej llegó a Valencia con su familia huyendo de Járkov, tras cruzar en coche toda Europa. "Mi hija pequeña nació en la carretera, poco antes de salir de Ucrania. Al día siguiente estábamos en España", relata mientras la pequeña corretea y ríe con su hermana mayor.
"Ahora no sé qué vamos a hacer. No tengo ni idea. Solo tengo esta sudadera, estos pantalones y estas zapatillas que llevo puestas. No tenemos nada más", explica, mientras se frota repetidamente la frente con su enorme mano derecha y se queda pensativo. Entonces retoma la conversación inspirando. "Pero, mira, por otro lado estamos aliviados, porque tuvimos la suerte de no estar en casa. Habíamos salido a recoger a las niñas a la escuela y cuando llegamos ya estaba todo ardiendo. Al menos mi familia está a salvo".
El alivio de Andrej se deja ver también cuando se va encontrando con varias parejas de vecinos por el hall del hotel. Entre abrazos y gestos de cariño, y a pesar de su escaso español, Andrej y sus vecinos comparten relatos de la terrible experiencia y también la alegría de verse a salvo.
El hall ha ido llenándose poco a poco de otras familias ucranianas y ahora forman un corrillo alrededor de un hombre que lleva un rato hablando con los que estaban y con los que van llegando. Su nombre es Mykhaylov Petrunyak, presidente de la Federación de Asociaciones Ucranianas en España. "La situación es terrible porque esta gente lo ha perdido todo, dos veces". Mykhaylov lleva 25 años en España y en los últimos dos está volcado en ayudar y dar soporte a los refugiados de la guerra.
Mykhaylov los ha convocado allí con la ayuda de Pablo Gil, cónsul honorario de Ucrania en Valencia. "Lo principal ahora es que todas estas personas puedan tramitar la renovación de la residencia, que justo debían hacer ahora en marzo y puedan recuperar los pasaportes y documentos que han perdido en el incendio", explica Gil. "Hemos hablado ya con el consulado ucraniano en Barcelona y vamos a fletar un autobús para resolver todos los trámites en un solo día."
"Todos los que vivían en el edificio provienen de zonas ocupadas, principalmente de Donetsk y Járkov. Son familias jóvenes, que hablan inglés, que se habían gestionado todo por su cuenta y que habían formado esta pequeña comunidad en estos edificios", explica Mykhaylov. "Muchos de ellos teletrabajan para empresas ucranianas, lo que es una ventaja, pero ahora han perdido ordenadores, conexiones a internet y todas sus herramientas de trabajo".
A pesar de la desgracia, la red que han tejido estas familias en su tiempo en Valencia parece fuerte. De hecho, solo una de ellas ha aceptado la oferta de quedarse en el hotel. El resto se quedan con amigos o familiares a la espera de saber exactamente cómo acceder a las ayudas económicas y de alojamiento ofrecidas por un Carlos Mazón y una María José Catalá, que también aparecen por allí brevemente para saludarles y asegurarles su apoyo.
En el mismo sitio en el que ahora las familias ucranianas se sientan y reúnen sus datos, pero un poco antes de que llegaran, hablamos con una familia rusa de seis miembros que también vivían en el edificio calcinado. "Llevábamos viviendo allí bastantes años", explica el padre en un perfecto español. Al lado, el pequeño de sus hijos duerme en mala posición, tumbado en el sofá, junto a su abuela. Enfrente, su esposa y sus hijas no levantan la vista de las conversaciones que tienen abiertas en sus teléfonos móviles.
"Vivíamos en el primer piso y por eso pudimos salir rápido. De hecho, nos dio tiempo a coger todos nuestros papeles y documentos importantes. Es increíble recordar lo rápido que fue todo, como las llamas subieron por el edificio y lo envolvieron en minutos. No creía que nadie de los pisos de arriba pudiera salir." El hombre termina el relato levantándose y alejándose, visiblemente cansado de hablar del tema.
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