En la calle Irsal de Ramala, la ciudad de Cisjordania en la que más se ha atrevido a entrar el capital estadounidense, una decena de metros separan tres tiendas de comida rápida. En una acera están KFC y Pizza Hut; en la otra, justo enfrente, Popeyes. El palestino Ahmed Mashal sale de esta última con una bolsa, apresurado para que el pollo frito (muy popular en el mundo árabe) llegue caliente a su mujer e hijos. No ha elegido por sabor, sino por política: KFC y Pizza Hut están entre las cadenas de multinacionales estadounidenses ―como Starbucks, McDonald’s, Burger King o Coca-Cola― que boicotean consumidores de Oriente Próximo y de otros países musulmanes por el apoyo de Estados Unidos a Israel y ya han visto afectada su cuenta de resultados, como han reconocido los máximos ejecutivos de varias de estas empresas en sus conferencias con analistas e inversores. “No quiero que mi dinero acabe pagando las bombas que matan niños en Gaza. Hace cuatro meses que no entra nada estadounidense en mi casa. Ni siquiera unas Pringles”, señala.
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