
John Wayne poseía una gama interpretativa mucho más amplia de lo que se ha venido a considerar, capaz de brillar en el drama y en la comedia, y como héroe o villano, pero siempre conoció sus límites.
Sin una lesión de clavícula y algunos suspensos, hoy el cine sería distinto. Seguramente peor. John Wayne estaba destinado al fútbol profesional, pero, al romperse la clavícula durante un entrenamiento, debió renunciar a su sueño. También, a la beca deportiva que había logrado. Buscó el amparo en la Academia Naval de los Estados Unidos, pero lo rechazaron por sus bajas notas. No le quedaba otra que sacarle partido a su 1’93 de altura de alguna forma. Quizá, actuando.
Desde que detuvo una diligencia en 1936, John Wayne ha sido uno de los mitos incontestables del cine. Actor portentoso y en muchas ocasiones infravalorado, John Ford trabó con él una relación profesional solo comparable a la de Akira Kurosawa y Toshirō Mifune o Alfred Hitchcock y Cary Grant. Sin embargo, El Duque tenía claro qué papeles no aceptaría nunca: aquellos en los que tuviera que interpretar a los que, por lo general, se encontraban al otro lado de su revólver.
John Wayne no es un tipejo mezquino
Ha pasado más de medio siglo desde John Wayne apareció en su última película, El último pistolero, y dijo que era un hombre viejo que le temía a la oscuridad. En este largometraje, el personaje de John Wayne, abatido y antes de morir, derriba a varios enemigos. Esta secuencia final (y a la postre, lapidaria) fue motivo de disputa entre el director, Don Siegel, y Wayne, ya que Siegel había planeado que a uno de los rivales, el protagonista, en inferioridad, lo tirotease en la espalda. El actor se negó: en su carrera, nunca había disparado a traición.
Aunque esto no sea cierto (en Centauros del desierto, abate a varios indios por la espalda), dibuja a la perfección los límites de John Wayne. Como dijo en una ocasión, jamás interpretaría a un hombre mezquino, despreciable y cobarde. Durante décadas, había construido una imagen, y un papel así la desmoronaría.
Eso no significa que todos los personajes de Wayne fuesen dechados de virtud: el propio Ethan de Centauros del desierto, que Scorsese definió como la mejor interpretación de la historia, era un hombre racista, vengativo y devorado por el odio. Por no olvidar que Wayne fue Genghis Kan en la película que posiblemente le costó la vida.
Sin embargo, en ambos casos, el de Iowa encarna a un hombre fuerte y poderoso. John Wayne descartó papeles por convicciones políticas: despreció Solo ante el peligro por considerarla favorable a los comunistas y criticó a Kirk Douglas por encarnar a “un mariquita pirado” en El loco del pelo rojo. "Quedan muy pocos como nosotros", le recriminó Wayne, "y debemos interpretar siempre a tipos fuertes y duros". Douglas, como cuenta en su autobiografía, le recordó que él, como Wayne, era actor, no un personaje real. “Ni siquiera tú eres real”, añadió. “No te llamas John Wayne”. Llevaba razón: su nombre era Marion.
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