Relato de una sierra en llamas: Juan Navarro, el cronista del fuego que arrasó más de 60.000 hectáreas en Zamora

Relato de una sierra en llamas: Juan Navarro, el cronista del fuego que arrasó más de 60.000 hectáreas en Zamora

Un rayo cayó en la sierra de la Culebra y los lobos empezaron a aullar. A 150 kilómetros del epicentro del incendio, el periodista Juan Navarro García se preparaba para salir a la mañana siguiente a Cáceres para cubrir un evento "de agenda". Las informaciones que le llegaban a Navarro sobre el incendio que asolaba los campos zamoranos le mantenían intranquilo. Algo gordo estaba pasando. El desastre natural estaba causando verdaderos estragos en la población y el paisaje, las imágenes sobre el terreno de gente huyendo eran verdaderamente apocalípticas y ya afectaban a por lo menos a 50 localidades de varias comarcas.

Losacio, uno de los municipios más olvidados de España, estaba siendo arrasado por el fuego junto con más de 9.000 hectáreas de su territorio colindante. Sin pensarlo demasiado, y contradiciéndose a sí mismo y al medio en el que escribe desde hace años, cogió el coche en plena madrugada para desplazarse hasta el lugar de los hechos. "Todo el mundo huía de la zona, yo era el único que se dirigía hacia el incendio", relata Navarro, en conversación con este periódico. Aún no lo sabía, pero no volvería a casa hasta pasados varios días. Un bombero llamado Daniel Gullón había fallecido tras ser rodeado por las llamas y varios habían resultado heridos por inhalación de humo. Cientos de vecinos fueron desalojados de sus casas. Aparecían animales calcinados por doquier. El miedo y la confusión asolaban la provincia de Zamora y alguien debía documentar aquel desastre en un territorio abandonado.

Dos años después, los recuerdos de lo acaecido en la sierra de la Culebra permanecen intactos en su memoria. Y ahora, todos podemos acceder a aquella dramática historia contada en primera persona y de forma detallada en Los rescoldos de la Culebra (Libros del KO), la gran crónica del periodista de El País que cuenta todo lo sucedido antes, durante y después de que bajara de su coche aquella noche aciaga en la que todo cambió. Para hacernos una idea, se quemaron más de 60.000 hectáreas de territorio, una superficie equivalente a toda la ciudad de Madrid. Al margen de presentar un relato minucioso y pormenorizado del incendio, con datos y testimonios de vecinos, bomberos, políticos y demás agentes sociales involucrados, el libro de Navarro sirve para reflexionar por qué Castilla y León sigue siendo una de las provincias más olvidadas a nivel institucional y mediático con respecto al resto de autonomías. Olvidada, incluso, por sus propios habitantes. Hemos charlado con el periodista para que nos cuente de primera mano cómo recuerda aquellos días, y cómo ha cambiado la situación dos años después. Algo que sin duda remite a desastres naturales más recientes.

Navarro durante una de las presentaciones de su libro. (EFE)Navarro durante una de las presentaciones de su libro. (EFE) Navarro durante una de las presentaciones de su libro. (EFE)

PREGUNTA. ¿Cómo recuerdas la noche en la que comenzó todo y emprendiste el viaje desde Valladolid hasta Zamora?

RESPUESTA. Ahora lo veo con más perspectiva. Cuando sucedió, la razón principal por la que me desplacé hasta allí fue que había muerto un bombero. Me impresionó mucho. Pasé varios días sin dormir escribiendo crónicas del avance del incendio, hablando con gente, grabando vídeos y tomando testimonios. Lo recuerdo con mucha emoción, fueron unos días de plena adrenalina. Por mucho que los periodistas intentásemos plasmar lo que se estaba viviendo allí, cuando volví a casa e hice balance, fui verdaderamente consciente de la magnitud de la tragedia: cuatro fallecidos, entre ellos un bombero, un empresario local que fue a ayudar, un pastor que estaba con sus ovejas y un habitante del pueblo que intentó escapar con su padre anciano.

P. ¿No tenías miedo?

R. Al principio no, estaba expectante, quería sacar una historia. Luego, con el tiempo, me di cuenta de que tenía que ser más prudente. Me colé en el grupo de bomberos y empecé a hablar con ellos y a seguirles en sus trabajos de extinción. Lo curioso de los incendios es que no sabes dónde puede estar el peligro, depende de por dónde sople el viento. A las dos de la madrugada me encontré con un ganadero y su hijo. Estaban desesperados porque la Guardia Civil no les dejaba pasar al terreno en el que estaba su granja. Querían llegar hasta allí y arar el terreno para que el fuego no llegara a la casa, mojar la techumbre y las paredes… En ese momento escribí la primera crónica. El granjero me dio de cenar porque tenía más hambre que un tonto. Recuerdo comer un bocadillo de chorizo con ellos que me supo a gloria, charlamos un poco de la vida, de por qué había pasado aquello… Y parece que la situación estaba tranquila. Pero, a las seis de la mañana, todo empeoró.

"La precariedad del cuerpo de bomberos propicia que sucedan cosas como lo que le pasó a Gullón, que murió extinguiendo el incendio"

Esa noche la pasé entera sin dormir junto a ellos. Entonces, la noticia se amplifica, y al amanecer aparezco en las imágenes del informativo de Televisión Española ayudando al pueblo en las labores de extinción. Al día siguiente, me alojé en un hostal del pueblo de Benavente, que era lo más cercano que había disponible para dormir. Me metí en la cama y seguía sin poder conciliar el sueño. Estaba en un estado de excitación bárbara. El pelo me olía a quemado y la ropa a barbacoa. Y a las seis de la mañana del día siguiente, me llamó la BBC diciendo que habían visto las imágenes y que si quería contactar con ellos. Imagínate, dos días sin dormir, hablando en directo en la cadena en un inglés que parecía armenio. Yo estaba destrozado, imagínate las personas que estuvieran intentando salvar a sus ovejas.

P. Fue en concreto la historia del bombero Daniel Gullón lo que más te impresionó y a la que dedicas buena parte del libro.

R. Sí, es uno de los grandes protagonistas. Gracias a él y a su historia, he podido analizar la precariedad que vive el sector de los bomberos. Ya es algo dramático que muera una persona en un incendio, pues peor que sea un bombero, porque al fin y al cabo te los imaginas bien protegidos y armados con mangueras. La precariedad del sector propicia que sucedan estas cosas; obviamente, no es culpa directa de nadie, los incendios de la Culebra se originaron por un rayo, pero si tienes un dispositivo escasamente preparado como el que luchó contra el fuego aquel día, hay más probabilidades de que ocurran esta clase de percances.

P. También resulta conmovedora e indignante la historia de Valeriano, el pastor.

R. Sí, es un relato durísimo porque simboliza a la perfección esa resignación tan propia de los castellanoleoneses. El hermano de aquel hombre no había cobrado apenas nada por su muerte y se cruzaba de hombros, como diciendo: "¿Qué le vamos a hacer?". Y eso que llevaba 50 años trabajando con sus ovejas. En general, en estas provincias periféricas nunca se ha percibido nada de apoyo ni respaldo institucional. Son territorios abandonados a su suerte. Aquello era demoledor. Al fallecido le habían encontrado con sus perros, de los cuales solo había sobrevivido una perrita pequeña que cuando llegaron los bomberos no paraba de ladrar. Al día siguiente, desapareció. Nadie sabía dónde estaba y la descubrieron en el mismo lugar en el que encontraron el cuerpo de su dueño. Era muy difícil no emocionarse, cuando me contaba todo esto su hermano rompía en lágrimas, y era muy chocante ver a un hombre recio, grande y que había llevado una vida tan dura así de compungido. El mayor mal de estas tierras es el olvido y el abandono. También existe mucho desarraigo de los ciudadanos con las instituciones. Nadie cree en los políticos, en los alcaldes, en la Junta… porque nadie les hace ni caso.

P. Además, hablamos de Zamora que, a pesar de tener un gran peso histórico, es una de las provincias más desconocidas por el resto de España.

R. Sí, y no sé hasta qué punto es causa del carácter de los propios zamoranos. Pensemos en cuando se movilizan los astilleros de Cádiz o los trabajadores de los Altos Hornos vascos.... Zamora y sus habitantes son un poco la quintaesencia de ese carácter tan marcado de personas que viven en zonas periféricas o despobladas. Su actitud se basa un poco en el “Virgencita que me quede como estoy”, pasarlo mal y resignarse. Y esa complacencia, que aumenta con el desinterés de las instituciones por la tierra, es lo que habría que combatir.

"Me da mucha lástima ver a tantos zamoranos y castellanoleoneses resignados, encogidos de hombros, diciendo que ya pasó su momento"

Los castellano y leoneses sienten que ni la Junta de Castilla y León ni el Gobierno de España miran hacia ellos. El debate de la despoblación rural tuvo su auge en 2019, con los partidos de la España vaciada y demás, pero luego se han ido desinflando. Es lógico, después del coronavirus, la guerra de Ucrania o lo de Israel y Palestina… Es normal que haya pasado a formar parte el sexto lugar en el escalón de las preocupaciones sociales, pero hay un elemento intrínseco a este abandono y es el carácter castellano, sí. A mí me da mucha pena, me lleva los demonios ver a tantas personas resignadas, encogidas de hombros, diciendo que ya pasó su momento. Están más pendientes de Marruecos o Cataluña que de su propia tierra. Es algo que me indigna.

P. Este verano no ha habido muchos incendios. ¿Ha influido el hecho de que haya habido tantos -y tan devastadores, como el de la Culebra-, para que nos hayamos puesto las pilas en materia de prevención e inversión en zonas rurales?

R. Sí, me consta que ha habido más trabajos en el campo y ha habido un esfuerzo para implantar medidas. También es verdad que este año ha llovido mucho en primavera y en junio. La Junta de Castilla y León ha invertido un poco más de dinero y se ha implicado en lo que se refiere a tácticas de prevención. Antes, era la comunidad autónoma que menos euros por hectárea invertía en el campo. Es verdad que esta comunidad es muy complicada de gestionar, tiene un grave problema de despoblación y además es territorialmente inmensa. Cada provincia va a su bola, nadie va a defender a la que tiene al lado. Hay muy poco arraigo por la Comunidad.

"El convenio de bomberos anterior era bastante humillante, no aparecía ni siquiera la palabra ‘bombero’, sino ‘peón forestal’"

Entiendo que sea difícil de administrar, pero también hay cosas que reivindicar y defender. Sí, se ha invertido más en proteger al campo, pero el oficio de bombero sigue siendo muy precario, con sueldos de mil y poco euros, plantillas temporales con alta rotación. La gente, por lo general, no quiere quedarse a vivir en Castilla y León, los bomberos tampoco. Incendios siempre va a haber, por lo que si queremos que causen el menor impacto debemos mejorar sus condiciones de vida. Me da rabia porque justo cuando terminé el libro, el Congreso de los Diputados aprobó el Estatuo del Bombero, una especie de marco legal al que las autonomías deben ajustarse y que tiene como fin mejorar sus condiciones laborales. Menos mal. Antes, el convenido de bomberos era bastante humillante, no aparecía ni siquiera la palabra "bombero", sino "peón forestal".

P. ¿Tienen muchas peores condiciones los bomberos rurales que los urbanos?

R. Sí, normalmente hay mucha queja, las condiciones de los que trabajan para la Junta de Castilla y León son mucho peores que las de los que trabajan en el Ayuntamiento de Zamora. Desconozco por qué, aunque intuyo que todo viene de los presupuestos que concede y plantea cada uno, así como el rigor y exigencia de los exámenes y requisitos. Pero sí, suelen estar peor los autonómicos que los locales.

P. Ahora, con lo de Valencia, mucha gente está pidiendo la dimisión de Carlos Mazón por su gestión en las inundaciones de la DANA. España no es un país muy dado a las dimisiones de sus representantes públicos, pero… ¿Realmente soluciona algo que un poder público abandone su puesto de responsabilidad en una situación de tanta emergencia?

R. Me preocupa mucho el discurso antipolítico que se ha asentado estos días, aquel que dice que todos los políticos son iguales. Me parece injusta esa generalización, forma un caldo de cultivo de otros discursos muy peligrosos. En el caso de los incendios de Zamora, sucedió que el vicepresidente Gallardo fue a hacerse la foto con mocasines, pantalón de vestir y americana sobre las cenizas del incendio, y eso tampoco es de recibo. Le abuchearon tras el primer incendio, y también a Mañueco, el presidente de la Comunidad, y a Quiñones, que era y sigue siendo el consejero de Medio Ambiente. Esa actitud yo no la defendería jamás.

"Me parece de muy mal gusto que ocurra una catástrofe y las reacciones solo sean estéticas; hay problemas que solucionar"

Cuando ocurrió el segundo incendio, no se presentó ningún cargo de la Junta, lo cual estuvo fatal. No hay que agredir ni insultar a nadie, pero es obvio que el político tiene que estar siempre ahí, aunque de poco sirve eso si luego su partido vota en contra de mejorar las condiciones de los bomberos o paraliza inversiones positivas que repercuten favorablemente en la gente del campo. Está muy bien el postureo y es normal que en estos tiempos que corren quieran salir en las fotos. Lo que me parece de muy mal gusto es que ocurra una catástrofe y las reacciones solo sean estéticas; hay problemas que solucionar.

"De qué sirve que un político dimita en desastres naturales si luego el que le sustituye, sea del mismo o distinto signo, va a hacer lo mismo"

En cuanto a lo de las dimisiones… Yo creo que hay que hacer balance siempre con quince días de descanso mínimo. A veces, es verdad que hay que dar golpes escénicos, les va en el sueldo. La gente suele decir: “Es que si yo hago esto en mi trabajo, me despiden”. Por ello, sí, la dimisión puede estar bien, pero de qué sirve si luego el que le sustituye, sea del mismo o distinto signo, va a hacer lo mismo. Creo que ya es hora de dejar de discutir sobre si sería mejor dimitir y que de una vez se impulsen las políticas necesarias para que estos desastres no vuelvan a suceder.

P. El libro desprende un gran respeto por el mundo rural. Acostumbras a documentar tus expediciones en bicicleta por las pedanías castellanas en tus ratos libres. ¿Cómo es tu relación con el campo, tanto en lo personal como en lo profesional, más aún después de la publicación del libro?

R. Yo no soy una persona de campo, entre comillas. Soy de Valladolid y allí vivo, una ciudad que tampoco es Manhattan. Mi familia no es de campo. Pero sí que es cierto que al tener que cubrir la actualidad de Castilla y León, que es una comunidad autónoma enorme en la que el territorio urbano solo ocupa una ínfima parte, pues mi relación con el campo ha ido afianzándose más y más con los años. Soy muy crítico con el ecosistema madrileño, ya que parece que todo lo que tenga que ver con las artes, la cultura o el periodismo pasa por ahí. Antes de empezar a trabajar en esto, mis amigos y yo nos juntábamos los domingos para salir con la bici y acabar en un bar tomando cañas y sorber sopas de ajo. Ahora salgo más solo, lo hago porque es mi forma de desconectar del teléfono. Pero sí que es cierto que cuando me propuse escribir el libro y me fui quince días a Codesal, cuando no estaba haciendo entrevistas o escribiendo, montaba en bici. Tuve la suerte de que hizo un tiempo muy bueno y me inspiré un montón durante esos paseos para escribir el libro.

P. Parece que siempre que hay un desastre natural, aparecen las conspiraciones, además de las fake news. Lo hemos visto ahora con lo sucedido en Valencia. ¿Hubo también estos rumores conspiranoicos en los incendios de Zamora?

R. Es verdad que, ante situaciones así, el cuerpo te pide decir o pensar cualquier barbaridad, pero lo cierto es que hay distintos grados de conspiración. Unas son muy lunáticas, como que lo de las inundaciones de Valencia fueran provocadas por plantación de nubes; otras, están hechas para crear agitación, que son las que pueden resultar más plausibles. En los incendios de Zamora decían que había pirómanos, pero luego tras varios análisis en la zona, se descubrió que cayeron dos rayos. Creo que la realidad a veces te pone en tu sitio, lo cual no quita para que sí que haya desastres intencionados o que las consecuencias sean mucho más terribles por culpa de una mala gestión, como por ejemplo la recalificación de un terreno en medio de un barranco en el que después se han construido casas. Lo único que podemos hacer es informarnos bien, con cautela, con tiempo, y dejar a los científicos que hagan su trabajo para explicar un suceso.

P. ¿Qué les ha parecido el libro a los protagonistas?

R. Aún es pronto para saberlo, ya que ha salido hace poco. Pero he estado en permanente contacto con ellos a lo largo de toda la redacción, y he notado que están contentos con la idea, al fin y al cabo estoy intentando poner el acento en todas sus andanzas y miserias. Por otro lado, soy consciente de que esto tampoco va a solucionar nada, al menos de forma rápida. No puedo pretender que ahora la Junta destine un montón de dinero para gestiones forestales o para contratar a más bomberos y en mejores condiciones. Eso me generaría una frustración salvaje. Creo que mi objetivo pasa por señalar el problema a la sociedad civil y a los políticos. Nuestra labor es poner en negro sobre blanco la verdad objetiva con honestidad y rigor, lo demás ya no es de mi negociado.



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