La química Giulia Tofana creó una pócima que habría matado a más de 500 hombres.
El pasado miércoles, en Galicia, una sexagenaria fue declarada culpable de matar a su marido. "Estaba cansada de él", llegó a decir durante el juicio. La semana pasada, una mujer fue detenida por intentar envenenar a su compañero de piso. Hace pocos días, una joven fue arrestada en Valencia por planear el envenenamiento de su novio. El 95% de los homicidios a escala global los cometen los hombres. Así lo estima un estudio mundial de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNDOC). Quizá por eso, entre otros motivos, el crimen femenino siga resultando enigmático.
Las mujeres matan menos y utilizan métodos distintos. El envenenamiento es su modus operandi preferido. No se emplea violencia física directa y permite mantener mayor distancia emocional del acto. Antiguamente era más difícil de detectar, pero hoy en día los análisis toxicológicos son contundentes. El caso más notorio fue el de la química Giulia Tofana. En la Italia del siglo XVII, su "Acqua Tofana" habría llegado a matar a cerca de 600 hombres. Se trataba de una fórmula letal que otras mujeres le compraban para deshacerse de presuntos matrimonios opresivos.
Las mujeres, de siempre, han preferido métodos más discretos, que no conllevasen confrontación explícita. También muestran una mayor planificación. El uso paulatino del veneno, de hecho, explicaría que su violencia radica en motivaciones más meditadas que impulsivas.
En el siglo XIX se consideraba a las asesinas como excepciones a la regla, una anomalía biológica
La criminalidad femenina no interesaba. Los estudios son escasos, también recientes, comparados con los de los hombres. Entre los pioneros, como siempre, se encuentra el padre de la criminología, Cesare Lombroso. En el siglo XIX se consideraba a las asesinas como excepciones a la regla, una anomalía biológica. Las describía así porque la mentalidad predominante de la época marcaba unos roles claros, en los que lo femenino se asociaba al cuidado, al hogar y a la maternidad. Les chirriaba que las mujeres pudieran ejercer la violencia.
En esa misma época, otro criminólogo, algo más escéptico, creía que las mujeres cometían más delitos de lo que se pensaba. Otto Pollack desconfiaba de las estadísticas. Tachaba a la sociedad de indulgente. Pensaba que, debido a su histórico rol, habían desarrollado mejores tácticas de sigilo y manipulación. No iba tan desencaminado. Ciertos crímenes son más difíciles de detectar.
El cine noir de los años 40 y 50, clímax del constructo de la femme fatale, retrataba a mujeres vengativas o despiadadas que instrumentalizaban su belleza. Convertida en arma hipnótica, manipulaban a los hombres a su antojo. Algo similar al caso español de Maje, la viuda negra de Patraix. En 2017, Maje convenció a Salvador, uno de sus amantes, para que asesinara a su marido. Según el relato de Salva, accedió por amor. Estaba convencido de que debía protegerla de su marido violento. El móvil, sin embargo, podría haber sido económico. El peritaje psicológico demostró que Salva era dependiente e influenciable. Su condena, de hecho, fue inferior a la de Maje, pese a haber sido el autor material.
Los estudios criminológicos señalan que las motivaciones suelen dividirse en dos grandes categorías: emocionales y económicas. En los hombres, por lo contrario, prevalece la ira. En el primer grupo encontramos casos de venganza, celos o una reacción a años de abuso. Mujeres que, por ejemplo, tras sufrir violencia de género continuada, asesinan a sus parejas en un acto de ... {getToc} $title={Tabla de Contenidos}