¿Por qué nadie habla de la mili en España? El melón que ni izquierda ni derecha quieren abrir

¿Por qué nadie habla de la mili en España? El melón que ni izquierda ni derecha quieren abrir

Ni el PP ni Vox. Tampoco el PSOE, Sumar, Podemos o los nacionalistas. Desde que en febrero de 2022 estalló la guerra de Ucrania, un debate recorre Europa: la posibilidad de recuperar el servicio militar obligatorio. Pero en España, la cuestión ha pasado de largo. Nadie está dispuesto a abrir un polémico melón. Motivos como los que han empujado a Letonia a recuperar la mili —su proximidad al frente y la vecindad con Rusia— se ven lejísimos en esta punta del continente. Pero las razones, apuntan los expertos, van más allá de la geografía. Empezando por la falta de un debate riguroso sobre política internacional y de defensa de Estado; o el peso de la historia reciente, como la lucha del movimiento objetor e insumiso por el fin de la conscripción obligatoria en los 80 y 90.

Fuentes del PP y Vox confirman que para ellos no es una prioridad este asunto. Y a la ministra de Defensa, la socialista Margarita Robles, cuando se le ha preguntado, siempre ha despachado la cuestión con un rotundo no. "En absoluto, ni creo que se le haya pasado por la cabeza a nadie", zanjó, el pasado marzo, en la Comisión de Defensa en el Senado, al ser preguntada por la recuperación del servicio militar obligatorio. Los expertos, desde la óptica electoral, también coinciden.

"Sería un suicidio", sostiene el sociólogo Rafael Ajangiz, hasta hace unos años profesor en la Universidad del País Vasco y autor de diversos libros y artículos sobre la mili, la insumisión y la objeción de conciencia.

Los profesionales primero

En el Partido Popular y Vox coinciden en señalar que primero debe resolverse la profesionalización del Ejército. Fuentes populares rechazan entrar en el fondo del asunto y se limitan a enumerar que sus reivindicaciones pasan, primero, por incrementar el gasto militar y, segundo, por mejorar la situación de las Fuerzas Armadas. "Abrir ahora el debate del servicio militar obligatorio, desviaría el foco de lo realmente importante, que es mejorar las Fuerzas Armadas profesionales", señalan, en la misma línea, desde Vox (partido que sí incluyó recuperar la mili en su programa de las elecciones generales de 2019).

El planteamiento de las dos formaciones coincide con el que defiende Marco Antonio Gómez, presidente de la Asociación de la Tropa y Marinería Española (ATME), una de las asociaciones de militares que trata de negociar con el Ministerio (infructuosamente) la política laboral para los uniformados.

"La situación es lamentable”, señala sin rodeos. Gómez denuncia la "precariedad" de los miembros del escalafón más bajo, con sueldos de unos 1.100 euros, sin opción de conciliar y sin proyección profesional. "Para tropa y marinería, las Fuerzas Armadas se han acabado convirtiendo en un trampolín para entrar en la Guardia Civil, en la Policía Nacional o hacerte bombero, con sueldos que triplican lo que se gana aquí", señala. Y zanja: "Si no somos capaces de ver en las Fuerzas Armadas un futuro profesional, imagínate si te llevan obligado".

Otra 'excepción' española

Más allá de la necesidad de cerrar el capítulo no resuelto de la profesionalización, sociólogos y politólogos consultados coinciden en que la ausencia de un debate serio y profundo sobre la estrategia internacional y la política de Defensa no permite plantearse cuestiones más serias.

"No hay un debate sobre el papel que debe jugar España en las relaciones exteriores", censura Jesús Ignacio Martínez Paricio, profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid y autor de varios libros sobre el servicio militar. "Con todos los respetos, pero que nuestro ministro de Asuntos Exteriores asegure que una de sus principales preocupaciones es que el catalán sea oficial en la UE, en el contexto actual, pues mire…", señala.

Alberto Bueno, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Granada y especialista también en asuntos militares, apunta a la contaminación de la "política doméstica". "Muchas veces la falta de debate está sujeta a los condicionantes de partidos políticos que se oponen por sistema a cualquier avance en política militar, también a partidos nacionalistas periféricos, que sin ser antimilitaristas, rechazan cualquier asunto vinculado al Ejército e impiden abrir un debate en estos términos".

Mónica Redondo

España es una excepción. La discusión sobre la mili se ha extendido los últimos años por todo el continente. Desde los países bálticos, a Centroeuropa, pasando por los Balcanes. A lo largo de la primera década de los 2000, los grandes países de Europa apostaron por la profesionalización de sus ejércitos. Excepto los nórdicos, Austria, Grecia, Estonia y Chipre, el resto optó por la eliminación del servicio militar obligatorio. Pero ahora, muchos se plantean desandar lo andado.

Lituania fue la avanzadilla. El país báltico recuperó la conscripción en 2015, después de que Rusia se anexionara Crimea el año anterior. Letonia siguió sus pasos en el verano de 2022, cinco meses después de que las tropas rusas invadieran Ucrania.

En estos momentos, Croacia se está planteando reintroducir un servicio militar obligatorio de dos meses. El Ministerio de Defensa ya tiene lista una propuesta para que la medida se pueda hacer efectiva el año que viene. Sería un entrenamiento básico en manejo de armas para hombres de 18 a 27 años, pero la convocatoria de elecciones presidenciales, previstas para finales de este 2024 o principios de 2025 podría retrasar los plazos por falta de consenso político.

Silvia Ragusa. Milán (Italia)

En Bulgaria, las formaciones de corte populista llevan años planteando la vuelta de la mili, pero el asunto ha cobrado mayor relevancia tras el estallido del conflicto ucraniano. Uno de los mayores defensores del servicio miliar es el presidente búlgaro, Rumen Radev. No obstante, sus planteamientos poco tienen que ver con el sentir mayoritario en Europa. Es uno de los principales líderes prorrusos y no ha ocultado su rechazo al envío de ayuda militar a Kiev.

También el apoyo popular a la mili ha subido en la República Checa desde la guerra, pero sigue sin superar el 50%, por lo que ninguna formación se anima a abanderar con seriedad la vuelta del servicio. El debate allí también es prácticamente inexistente, excepto cuando los partidos de la derecha, esporádicamente, agitan esta posibildiad como respuesta a los que abogan por recortar el presupuesto de defensa.

En la vecina Austria, la imagen del Ejército nunca ha sido especialmente buena y los diferentes gobiernos no se han prodigado en grandes inversiones. El país, aunque neutral, está rodeado de miembros de la OTAN y se da por descontado que, en caso de necesidad, otros estados de la UE saldrán en su ayuda. Aun así, tras el inicio del conflicto bélico, el Gobierno ha multiplicado las inversiones para modernizar sus Fuerzas Armadas.

La idoneidad o no de recuperar la mili también ha sobrevolado Francia y Alemania, mientras que Italia ha sido el último gran país en sumarse al debate. Matteo Salvini, líder del partido derechista y de corte populista Lega, ha impulsado una propuesta para que los jóvenes entre 18 y 26 años reciban instrucción militar durante seis meses. Sin embargo, la iniciativa no ha sido bien recibida por el ministro de Defensa. En Italia, la población se divide entre defensores y retractores, si bien las encuestas señalan que no existe un apoyo abrumador a la medida, especialmente entre los más jóvenes.

¿Es la mili de izquierdas o de derechas?

Aunque habitualmente se asocie a posturas de derechas la defensa de la mili y a la izquierda, su supresión —en el primer gráfico que acompaña a esta información se puede ver cómo la valoración del Ejército fluctúa según las posiciones ideológicas—, los expertos señalan que reducir el debate a esa dicotomía es tremendamente simplista. “En aquellos países que se sienten amenazados, los partidos socialdemócratas también están impulsando la vuelta del servicio militar”, defiende Bueno. El servicio militar obligatorio en España terminó en 2001, en el segundo Gobierno de José María Aznar, aunque su supresión —realmente lo que se hizo fue suspender con carácter indefinido el servicio—, comenzó a gestarse unos años antes.

El fin de la mili fue una de las contrapartidas que Jordi Pujol le arrancó a Aznar en 1996 en el Pacto del Majestic, el acuerdo suscrito entre el PP y CIU a cambio de la investidura del líder popular. Bueno recuerda que entonces el PP, que no llevaba la medida en su programa, no tardó en abrazar internamente la propuesta y rápidamente caló en el seno del partido la idea de que la total profesionalización era la mejor fórmula para la gestión de las Fuerzas Armadas, frente a un PSOE que abogaba por mantener, aunque con una duración menor, de tres meses, el servicio. El 72,8% de la población española en 1997, según datos del CIS, era partidaria de la profesionalización, frente a un 18,6% que defendía el modelo mixto, como se puede ver en el siguiente gráfico.

"El PSOE era esclavo del mito del pueblo en armas. En los orígenes del socialismo francés late la idea de que el conjunto de la sociedad tiene que participar en el Ejército para evitar, digamos, derrotas golpistas. Y esa lógica imperaba en el PSOE: tras la dictadura, recuperar las Fuerzas Armadas para la democracia y la manera de conseguirlo era mantener el servicio militar obligatorio. En cambio, para la derecha liberal europea, en Francia y en España [los dos países emprendieron al mismo tiempo la supresión de la mili], resultaba más fácil aceptar o patrocinar la idea de unas Fuerzas Armadas profesionales", apunta Ajangiz.

No obstante, para el sociólogo, la eliminación de la mili no se puede reducir exclusivamente a una cuestión de oportunidad política, al pacto entre el PP y CIU. La clave fue que el Estado estaba completamente desbordado. El movimiento objetor e insumiso había puesto contra las cuerdas el modelo y a mediados de los 90 era completamente insostenible. En 1997, el número de solicitudes de objeción de conciencia fue de 127.304, el 73,7% del contingente. En 1993, 459 personas habían sido juzgadas en España por insumisión, en 1996, un total de 936 habían pasado por la cárcel por dicho motivo y 348 en ese momento permanecían en prisión, según datos recogidos en el libro La Insumisión. Un singular ciclo histórico de desobediencia civil, firmado por Ajangiz junto a Xabier Agirre Aranburu, Pedro Ibarra y Rafael Sainz de Rozas.

Eran años en que las cifras de jóvenes que terminaban haciendo la mili eran irrisorias. Los objetores se contaban por decenas de miles, como también los jóvenes que esperaban a hacer la Prestación Social Sustitutoria, una alternativa al servicio que nunca contó con plazas suficientes para absorber la demanda (en 1996, los objetores oficialmente reconocidos ascendían a 419.718 y unos 250.000 estaban pendientes de acceder a la PSS). Pero el principal problema eran los insumisos.

Julio Martín Alarcón

"Eran jóvenes que desobedecían la ley asumiendo que su comportamiento acarreaba penas de cárcel. Y aunque se les daba prácticamente el tercer grado de forma automática, nada más entrar, lo rompían. Volvían a desobedecer porque para este movimiento la objeción no era una opción ni la solución, su objetivo era abolir el servicio militar y consiguieron una gran simpatía", recuerda Ajangiz.

Historias de la mili

Por último, la mili sigue pesando en el imaginario español y permeando el debate hasta nuestros días. "En seguida asoma esa percepción de que era algo impopular, de que no era prestigioso, de que muchas generaciones pasaron y no se les preparó bien… Aunque el servicio militar lleve suspendido más de 20 años en España, son cuestiones que siguen presentes y que influyen", sostiene Bueno, de la Universidad de Granada, como uno de los factores que condicionan el hecho de que aquí no se haya abierto esa conversación.

"La mili la hice cerca de casa, en el Aeródromo militar de Reus, en 1993. Como era un recién titulado en Ingeniería Técnica Industrial con la especialidad de electrónica me destinaron a Telecomunicaciones. Suena bien, ¿verdad? Pues mi labor era hacer de telefonista: ‘Base aérea, dígame", rememora José Luis M. Su testimonio coincide con el de otros muchos que pasaron por los cuarteles. La sensación de que fue una pérdida de tiempo y de que el planteamiento de la instrucción era prácticamente una tomadura de pelo es común entre muchos de aquellos que cumplieron la mayoría de edad en los 90, los últimos de la mili.

"La experiencia fue francamente muy intensa, contrastaba mucho con el mundo académico más moderno del que venía. Invitaba a una profunda reflexión de qué estábamos haciendo allí. Especialmente en las guardias donde tenías dos horas cada seis de absoluta soledad", añade. "Lo mejor fueron los amigos y las risas que nos echábamos".

Su hermano, en cambio, se libró por una cuestión médica. "Yo no quería hacerla, así que alegué que tenía una lesión de rodilla. Fui a la revisión médica en el cuartel de Tarragona y me dieron por inútil para servir a la patria", recuerda Javier M.

La sensación es similar entre los que objetaron. "Yo hice la prestación social sustitutoria ayudando en unos pisos que tenía habilitados la asociación de minusválidos de Cartagena para que los chavales se independizaran. No le veía ningún sentido a la mili y preferí utilizar mi tiempo en algo más constructivo", defiende Enrique L. "Mis amigos que sí la hicieron en esa época me contaban que se pasaban el tiempo haciendo de jardineros de los mandos, lavándoles su coche privado… Toda una mafia y una pérdida de tiempo vamos", añade.

Julio Martín Alarcón

¿Podría cambiar esa imagen y percepción si España, como le ha pasado a los países bálticos, viese de repente la guerra a escasos kilómetros?

"No es descartable", apuna Bueno. "Cuando la sociedad percibe ese tipo de amenazas, suelen mostrar una actitud más favorable a este tipo de medidas", señalan en referencia a recuperar el servicio militar obligatorio.

Martínez Paricio difiere en parte. "El CIS hace mucho tiempo que ya no pregunta, pero cuando se planteaba esa cuestión, en caso de que existiera un riesgo, cuál sería su respuesta, un porcentaje alto optaba por la negociación. Esperemos que sea un escenario que no llegue nunca. También hemos tenido la experiencia contraria. Cuando un drama colectivo ha empujado a la gente a la calle. Con los atentados del 11-M, la gente salió a ayudar en lo que hiciese falta. Llegado un momento así, vaya usted a saber lo que podría suceder".



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