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La arquitectura tiene el poder extraño de retratar los ciclos de la historia. Es fácil fijarse en el continuo de fechas e interpretar que, como estratos, cada capa pertenece a un periodo de nuestro pasado. El problema es que muchas de esas visiones son espejismos. Sirven para proyectar una realidad que ocurrió en diferido. El Espai Vives de Valencia, en un lugar privilegiado en el truncado camino de la ciudad hacia el mar, parece un proyecto racionalista acorde con los postulados de la Segunda República. Luce como un edificio educativo repleto de intenciones de los primeros años treinta. Pero se levantó en plena autarquía, en mitad de los estragos presupuestarios y rodeado de recelos de la nueva elite, sospechando de una era enterrada. Hoy el Vives, cerca de dejarse caer, forma parte de la serie de edificios nuevos que, sin serlo, representan el ciclo arquitectónico actual de Valencia. Aunque al mismo tiempo llevan un asterisco: ¿son el símbolo de la ciudad actual… o justo el de un periodo ya acabado cristaliza físicamente ahora?
Espai Vive
El presidente de la Fundación Goerlich suele hablar del Vives como un ejemplo de racionalismo rabioso que el propio arquitecto imaginó para una Valencia de vanguardia. Un edificio que representa bien la historia del último siglo español. La Ciudad Universitaria que se abría paso en los años 30, con la residencia de estudiantes de Madrid como patrón, pretendía encarnar el sueño educativo. Ya en el franquismo, los planos del edificio tomaron cuerpo, sorteando todo tipo de piruetas, y cediendo unos cuantos principios: en lugar de biblioteca, una capilla, tan enclaustrada en mitad del recinto que obstaculizó las grandes entradas de luz.
Desde entonces, y durante más de medio siglo, fue emblema de la vida universitaria, también cogollo de la cultural, con un escenario improvisado para la música emergente. En manos de la Universitat de València, cierta ansia renovadora llevó a pensar que su función había caducado. En la última década, quedó en el limbo, cerca de sucumbir ante el olvido. La decisión de rehabilitarlo ha salvado un ejemplo luminoso de racionalismo europeo. Ha reabierto sus puertas desde hace unos meses. Ahora tiene un uso como edificio administrativo para la Universitat, guardando su parte central para exponer el origen arquitectónico y la propia vida del complejo. Resulta contradictorio ver tanta vida colgada de las paredes, al tiempo que se asiste a una momificación de su esencia. Ejemplifica bien la querencia de estos últimos años en los que edificios fantásticos terminan regenerándose, no tanto para ponerlos en marcha, sino para que sirvan de templete de lo que fue.
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Asilo San Juan Bautista
Si el Vives reunió durante muchos años a parte de la comunidad universitaria llegada a Valencia de otras demarcaciones, el Asilo de San Juan Bautista, a metros del Turia -primero vio transitar el agua, luego crecer los árboles- acogió desde finales del siglo XIX a niños sin hogar. Con unos suelos repletos de mosaicos Nolla, ha sido el reflejo de un acompañamiento a la protección de menores desde la caridad más espontánea hasta la regulación, especialmente a partir del Estado de las autonomías.
El edificio, inmenso como un convento -es lo que fue, en su origen-, estrena época. Es el nuevo campus de la Universidad Europea, que tras una incursión en unas cuantas coordenadas de la ciudad ha hecho toda una demostración de fuerza con la adquisición del antiguo asilo. La reforma, a cargo de Ramón Esteve, busca el vínculo entre un campus actual dentro de una estructura antigua, poniendo en valor el conjunto de mosaicos, y combinando de manera cruzada instalaciones administrativas y aulas. La conexión con el jardín exterior y los claustros interiores plantea una circulación abierta.
Si al comenzar se hacía la pregunta de hasta qué puntos estos nuevos edificios son la representación de un cánon actual en la ciudad, la remodelación del asilo forma parte de un eje en el que un patrimonio urbano relevante adquiere una nueva vitalidad para encarar el futuro.
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The Terminal Hub
La apuesta por los usos nuevos en edificios antiguos se reproduce en el tercer caso de edificio importante que reabre sus puertas en Valencia. La que fue terminal de pasajeros del Puerto, destruida en la Guerra Civil y reconstruida en los ochenta, hasta convertirse en el centro neurálgico de la Copa América en los rampantes años 2000, se ha convertido en un espacio de oficinas y sede de eventos para el ecosistema innovador. La llegada de IBM al edificio, anunciada la semana pasada, ha concretado las posibilidades del proyecto.
Al margen de la actividad que tiene lugar dentro, el edificio es diferencial porque tiene apariencia de cuerpo extraño en un entorno -La Marina- con arquitecturas bien diferentes. Con una (falsa) apariencia brutalista, tiene el regusto a la arquitectura moderna que buscaba romper radicalmente con las formas precedentes.
Esta última reforma, obra del arquitecto Ricardo Orts, es generosa enseñando las tripas de la historia del edificio. A pesar de su sensación de búnker, mira al mar desde casi todas sus posiciones. En ese juego de espejos entre épocas, es ayer pero también mañana.
Si Valencia puede catalogar de alguna manera su momento arquitectónico, este tendrá que definirse sin remedio a partir de la obsesión por estar a la altura de su pasado.