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Eran aquellos días en los que los detenidos en la operación Malaya comparecían en un plató nada más recuperar la libertad. La protagonista de la entrevista estrella de aquella noche era Mayte Zaldívar. La exmujer del recientemente fallecido Julián Muñoz se sentó para responder una larga batería de preguntas formuladas por periodistas del corazón. Uno de ellos le pidió que describiera cómo fue ese momento de ingresar en los calabozos. Y Zaldívar fue muy meticulosa con los detalles.
El teléfono sonó entonces en casa de Faustino Rodríguez Flores, miembro de la Brigada de Policía Científica de Málaga. Era uno de sus compañeros que le pedía que encendiese el televisor. Flores, como lo conocen sus amigos, puso el canal que le indicó y se topó con la famosa describiendo que, en el momento de hacerle las fotografías de la ficha policial, un agente le pidió que mirase el póster de la plaza de toros de La Malagueta que colgaba a su lado.
Esa imagen que tanto sorprendió a Maite Zaldívar no le era ajena. La veía todos los días. Porque esa habitación era la antigua sala de reseñas de la Comisaría Provincial. El lugar en el que ha pasado buena parte de su vida profesional. El sitio en el que comenzó a amar la fotografía y donde descubrió los misterios de las huellas dactilares. Flores, tras más de cuatro décadas en la Policía Nacional, se despidió este viernes, con un pellizco en el alma porque reconoce que, por si él fuera, hubiese seguido hasta que las fuerzas le fallaran. Pero la administración manda.
El jueves, en compañía de su compañero Javier, su "alumno aventajado", se despidió haciendo su última instantánea. El detenido 147.645 de Málaga capital. Uno que estrenaba historial tras ser arrestado por estafa en un centro comercial. Estaba nervioso porque no sabía el tiempo que iba a pasar en una celda, pero se le explicó el protocolo, y se tranquilizó.
La sala de reseñas ha sido el particular reino de Flores. Ubicada en los remozados calabozos, sus paredes blancas contrastan con el tono apagado del resto de estancias. La habitación se distribuye en dos secciones. Como si quisiera mostrar la evolución de un procedimiento que en España cumple más de un siglo. A la derecha, los equipos informáticos con los que se registran las fichas; y a la izquierda, las artes clásicas: la toma de fotografías y la revelación de huellas con tinta, unidas por un lavabo para quitarse los restos de tinta. Es, sin lugar a dudas, el espacio más llamativo para los profanos. Y el que nos resulta más familiar por nuestra cultura cinematográfica. Con su guía métrica para determinar la estatura de los detenidos —hasta 2,20 metros— y una cámara de fotos para inmortalizarlos en tres posiciones: "Perfil, semiperfil y de frente".
Se trata de una Nikon D3500 adaptada a una silla de metal que domina toda el espacio. No sólo por su estructura mecánica que la hace girar gracias a un pulsador de pie que libera las manos del fotógrafo, sino por los flashes que sobresalen a derecha e izquierda de la cámara que se activan por simpatía. Flores reconoce que le gustaría un tercero, en el techo, para que el trabajo sea "fino, fino". Pero confiesa que se apaña con lo que tiene para eliminar las sombras de los rostros de sus clientes.
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El maestro, como le han bautizado sus compañeros, es un "retratista". Su trabajo podría ser industrial, como en una cadena de montaje, pero le gusta "captar la esencia" del detenido que tiene frente a su objetivo. Y en esa tarea, desvela, es fundamental atrapar la mirada. "Lo es todo", explica a El Confidencial, mientras repasa el equipo y afirma que "hay rasgos que nos acompañan durante toda la vida". No es una creencia, es una certeza. Sus fotografías han documentado el progresivo deterioro físico de chicos atrapados en la droga, sin embargo, en cada instantánea reconocía ese elemento diferencial que detectó la primera vez.
Flores es un tipo desenfadado, de los que domina la conversación con su experiencia, y que a alguien le pueda parecer distraído por su carácter afable. Pero encierra una personalidad meticulosa, perfeccionista y maniática. Cada jornada de trabajo en "la hormigonera", como bautizó a la sala de reseñas, arranca casi como un ritual. Lo primero: "Revisar la cámara". "No es lo mismo hacer una fotografía, que componer una fotografía", advierte, "por eso me gusta trabajar en manual". Los ingredientes de su receta: "125 de velocidad, ocho de diafragma y entre 100 y 200 de ISO". El segundo paso: "Limpiar objetivo". Exhala un poco de aliento en la lente, "y vas haciendo círculos de dentro hacia fuera", explica con sus manos de una forma cadenciosa. Y el tercero: tener claro el clisé, el número que se asigna a cada detenido, y que en la instantánea queda plasmado con una especie de matrícula cuyas cifras se van modificando.
"Yo soy el que dice a la cámara lo que quiero", comenta. Es cierto que podría abrazar la comodidad y certidumbre que ofrece el modo automático, pero sería una imagen sin alma. Para él, "la clave es la profundidad de campo", por eso "juego con el diafragma y la velocidad". Como un alquimista de la fotografía que intenta transformar la luz.
La atmósfera que se obtenga de la relación con el arrestado es importante para que el trabajo esté bien hecho. "Los nuevos vienen con el miedo en el cuerpo" y los veteranos están resabiados. Por eso siempre hay que "aplicar la psicología". "Hablo mucho con ellos y hasta les saco una sonrisa". "Alguno, incluso, me ha abrazado".
Cuando trabajaba, Flores siempre decía: "El día que haya dos huellas dactilares iguales, me tengo que jubilar"
Porque Flores trata a cada detenido de la misma forma que a un modelo. Les da instrucciones sobre cómo posicionarse en la silla y corrige cualquier detalle que no le cuadre. Con sus dedos, coge la barbilla y la frente, y mueve la cabeza de forma delicada hasta que está en el punto exacto que desea. En la pared, un letrero que en —al menos— siete idiomas dice: "Mire hacia aquí". Es el sustituto de la mediática fotografía de La Malagueta que trajo su compañero Fernando y que le servía para hacer un chiste a los arrestados: "Siéntese usted ahí, mire a la plaza y dígame si ve algún toro". Le gustaría recuperarlo, aunque es muy probable que acabase en un contenedor durante los trabajos de remodelación de los calabozos.
"La huella es la base"
Para que la cadena de investigación esté bien engrasada, explica, "todo depende de una buena reseña", porque "puede ser el punto de partida de los investigadores". Recoge información básica como la estatura, la complexión —"fundamental"— o el color de ojos del detenido, aunque también datos concretos que pueden ser fundamentales para una identificación: "Cicatrices, lunares, tatuajes…".
La foto de la estatura, al contrario de lo que se pudiese pensar, "se hace con los zapatos puestos". Y la explicación es sencilla: "Los ladrones no van a robar descalzos o con plataformas". Lo hacen con un calzado cómodo. Unas zapatillas de deporte, por jemplo. Por eso, hacer la fotografía con ellas puestas, puede ser más útil en la praxis policial.
¿Y que pasa cuando el detenido tiene gafas? Pues una de las instantáneas se hace con ellas puestas. Exactamente, de lado, porque se considera que facilita una posible identificación.
La reseña fotográfica es A, B y C —"perfil, semiperfil y frontal"—, aunque en ocasiones reciben peticiones especiales. Sobre todo, del Grupo de Atracos. Sus investigadores trabajan mucho con las grabaciones de las cámaras de seguridad que se instalan en puntos elevados, por lo que suelen captar la escena desde un plano picado. Y esto hacía que Flores tuviese que recurrir a sillas y escaleras para captar una perspectiva igual a la del fotograma dubitado y que los investigadores pudiesen comparar si su sospechoso es el atracador que persiguen.
Pero aunque una imagen vale más que mil palabras, el experto lo tiene claro: "La huella dactilar es la base". Siempre comentaba que, "el día que haya dos iguales, me tengo que jubilar", porque es como el exclusivo número de identificación de cada persona. Habla con pasión del proceso de toma mientras dispara términos como "cresta, núcleo, delta" o "canto del escritor". "Es la marca que se deja con la zona cubital de la mano cuando se escribe", aclara al mismo tiempo que entinta "la plancha de los espetos", que es el bloque sobre el que posa el dedo para impregnarlo de tinta.
Flores coge el dedo y pide que se destense. Después, lo hace rodar con suavidad. "De izquierda a derecha", porque el movimiento es más natural y mejora la impresión en la ficha. "Mira que huella más bonita", exclama mientras la muestra con una sonrisa de oreja a oreja.
Destila una seguridad insultante que le acompaña desde su primera reseña dactilar. Un estreno únicamente a su altura: Tony Alexander King. El asesino de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes. Un criminal en serie que hacía vida normal en la Costa del Sol y que evidenció los agujeros de la coordinación entre cuerpos policiales de distintos países.
King, tras su detención el 18 de septiembre de 2003, fue llevado a la Comisaría Provincial. En los calabozos era custodiado en una celda por tres agentes de Unidad de Intervención Policial (UIP) que evitaban que tratase de autolesionarse. No estaba previsto que Flores lo reseñase, pero al agente que le correspondía "tenía una hija de la misma edad que las víctimas" y "me dijo que le acompañase porque no sabía si iba a ser capaz".
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"Serían las 7:30 de la mañana y nos preparamos. Nos pusimos los guantes y comenzamos". Fotografías, recogida de muestra de ADN y decadactilar completa, que "era lo que se hacía entonces". Como su compañero estaba incómodo con la situación, Flores asumió que debía hacer su primera toma de huellas. Se dirigió al asesino y le dijo: "Finger print". Cogió el primer dedo, lo entintó y lo apoyó sobre la ficha, mientras daba instrucciones que salteaba con un socorrido "one moment, please".
Cogió la reseña y se la enseñó a su compañero. "¿Échale un vistazo a estas huellas? ¿Qué te parecen?", preguntó. "Están fabulosas", le respondió. "Pues a partir de ahora, que me echen lo que quieran", espetó Flores. Y desde entonces, muchos años documentando las huellas de miles y miles de personas. Como cuando se produjo la crisis de los refugiados sirios y temporalmente fue destinado a Melilla o se producían repuntes en las llegadas de pateras.
La toma de huellas es una tarea que le recuerda a sus días de calle, cuando comenzó a hacer inspecciones oculares al poco de llegar a la unidad. Eso ocurrió con el cambio de siglo. Un período en el que la cámaras digitales habían jubilado a las reflex analógicas y que supuso el fin de una fotografía artesanal que llevó a Flores a incorporase a la Policía Científica. Fue el comisario Jose Antonio Ruiz Toledo quien vio aptitudes en este granaino, hijo de emigrantes en Alemania, que asegura que perdió el acento durante sus 18 años destinado en Barcelona. A pesar de que pertenecía a otra unidad, lo veía pululando por la Brigada, interesándose por lo que allí se cocía entre cámaras, pinceles y reactivos. "Me preguntó si me gustaría trabajar con ellos". "Y a los tres días me incorporé".
Trabajar sin 'red'
El desembarco no pudo ser más televisivo, ya que pasó a formar parte del equipo de inspecciones oculares. Son los que acuden a la escena del crimen para hacer aflorar y documentar cualquier vestigio que ayude a resolver el caso. Pero reconoce que "no tenía ni puñetera idea", porque "a mí, lo que me atraía, era la fotografía y el video". Así que comenzó a formarse para estar a la altura.
Como era el novato, lo previsible era pensar que se comería mucha delincuencia común. Robos con fuerza en vehículos y comercios, atracos y, con suerte, alguna agresión con arma blanca. Pero su bautismo fue una de esas cosas que jamás esperas vivir: un accidente aéreo.
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El 29 de agosto de 2001, el vuelo 8261 de Binter Mediterráneo procedente de Melilla se estrellaba en la N-340, a pocos metros de alcanzar la pista de aterrizaje del aeropuerto de Málaga. La aeronave se detuvo sobre el asfalto tras cruzar una zona de cañizo. Cuatro personas murieron como consecuencia del impacto.
Flores revela que entonces tenía "miedo" por la responsabilidad que suponía poder destruir una prueba. Esa sensación se acrecentaba porque, en aquellos tiempos, trabajaban sin red. Utilizaban carretes y cualquier mínimo fallo en su colocación o extracción podía suponer que se velase el reportaje fotográfico. A eso se une que la cámara disparaba sin película y, si no te cerciorabas de que estaba puesta, podías hacer el canelo.
"Te la jugabas. Así que antes de partir hacia la escena, entrabas en el cuarto oscuro para poner el carrete. Y repetías esta secuencia cuando regresabas para sacarlo". Eran tiempos peligrosos si no estabas plenamente atento al trabajo, pero llenos de regusto. Entre temporizadores, papeles de revelado, fijadores y ampliadora. Y sus cámaras. Siempre le gustaron, aunque como aficionado. Nunca hubiese imaginado que acabarían siendo una herramienta fundamental de su trabajo.
Solía acudir a los lugares con dos objetivos. "Uno normal, un 18—55; y un macro, para las huellas". Suficientes para los tres tipos de fotografía que marcaba el protocolo en la escena del delito: "Conjunto, semiconjunto y detalle". O lo que es lo mismo, "coche, puerta y huella con testigo métrico", si el suceso ocurre en un vehículo. Como el crimen en el que este experto confiesa que rompió sus "temores". El asesinato de un chico al que acribillaron a tiros en la calle Explanada de la Estación.
La llegada de la fotografía digital llevó a algún abogado a tratar de tumbar su caso al criticar que las fotos se podían editar
La cámara fotográfica era un filtro que le permitía abstraerse de la dura realidad que se extendía frente al objetivo y ayudaba a que esas escenas tan trágicas no hiciesen mella en su carácter. "Nunca me he llevado el trabajo a casa", explica, porque "siempre he afrontado esas situaciones desde un punto de vista profesional". Y se muestra dubitativo cuando se le cuestiona por la huella emocional: "Me han hecho muchas veces esa pregunta, pero…".
El Maestro tiene mil y una anécdotas de esos días, aunque no se le nota cómodo a la hora de entrar en detalles. Otra cosa es cuando relata cómo les afectó el boom de la serie CSI y las chapas que debían aguantar en algunas inspecciones oculares. Fue algo así como cuando Fernando Alonso comenzó a despuntar en la Fórmula 1 y cada español creía llevar en su interior a un Flavio Briatore. Cuando llegaban a la escena de un delito, las víctimas le exigían lo que habían visto en la televisión.
"Nos hizo un flaco favor", resume, para recordar un episodio vivido en un campo de golf donde habían robado. Estaba realizando la búsqueda de huellas y una de las personas presentes le decía insistentemente que en el televisor había una que seguro que dejó el ladrón al tratar de llevárselo. Flores detuvo lo que estaba haciendo y fue hacia el aparato. Uno de los viejos, de los culones con tubo catódico y pesado como él solo. Se agachó y vio una marca dactilar perfecta. Volvió a reincorporarse, se giró y observó a su alrededor, antes de comenzar a disertar: "A ver, esto es una mancha, probablemente de Nocilla, de los niños que estaban sentados en ese sofá y que la dejaron cuando fueron a cambiar de canal". Para que el choro se hubiese podido llevar esa tele, tendría que haber estado en muy buena forma.
Hay una cosa en la que sí coincide con Gil Grissom, el protagonista principal de CSI Las Vegas, "la lluvia es el peor enemigo" para la Policía Científica. "Nos mataba" cada vez que estaban en una inspección ocular y comenzaban a caer las primeras gotas. "Con polvo", aunque también es un escenario complejo, "podemos sacar huellas por sustracción", pero el agua borra los vestigios y obliga a trabajar con celeridad. Y las prisas, en un cometido tan delicado, nunca son bienvenidas.
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Porque la inspección ocular "es como el acta de un notario". Un reflejo fidedigno de cómo era la escena y lo que en ella descubrieron los investigadores. Inmutable. Por eso, la llegada de las cámaras digitales, y la posibilidad de que la imágenes se pudiesen modificar con programas de edición, generó cierta controversia. Hubo algún abogado que se agarró a esa hipótesis para tratar de tumbar el proceso de su cliente, pero Flores zanja la controversia apuntando: "Somos policías, no los malos".
El viernes, como en los últimos 43 años y medio, acudió a trabajar. Pero esta vez no se puso su impoluta bata blanca sobre el uniforme. Tenía que pasar por el duro trámite de entregar la placa y la pistola. Era su último día como policía en activo. "Lo llevo regular, porque yo no me quiero ir, me echan", comentaba, medio en broma, medio en serio, durante las jornadas previas.
Flores guardará como un tesoro las dedicatorias que le han hecho sus compañeros de la Policía Científica. Algo habrá hecho cuando lo quieren tanto. "He pensado mucho, en todo lo que ha rodeado mi vida profesional, y estoy contento. Si naciese de nuevo, estoy seguro que volvería a ser policía nacional".
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