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Cuando Julio César fue cuestor de Hispalis en el río Betis había castores. Hispalis es el nombre romano de Sevilla y Betis es como César llamaba al Guadalquivir. No sabemos si vio algunos de estos roedores en su etapa en la Bética, antes de volver a Roma, pero en su época está probada la presencia de estos animales en los ríos de la península Ibérica. Después se extinguieron, pero veinte siglos después vuelve a haber castores en el Guadalquivir, aunque no se han detectado cerca de la capital andaluza, sino en el nacimiento, en la provincia de Jaén. Lo comprobó Jacinto Román, biólogo del CSIC que acudió a la zona donde se habían registrado los avistamientos que ya se habían dado en el Ebro en 2006, en el Tormes en 2022 y ahora se acaban de documentar en el Tajo.
El científico adscrito a la Estación Biológica de Doñana explica que es imposible que los primeros ejemplares detectados en España en siglos hayan sido capaces de extenderse por el país en apenas dos décadas y en puntos tan lejanos entre sí. La incógnita sobre estos avistamientos tiene una respuesta clara, la existencia de "grupos de amigos de los castores", como los denomina este biólogo, que realizan sueltas ilegales por el país. Es un fenómeno que se conoce como beaver bombing, es decir, bombardeo de castores y que consiste en transportar a los animales a un río, soltarlos y esperar a que sean capaces de desarrollarse por su cuenta. Esto ha ocurrido en el Ebro de forma natural y ahora hay agricultores en la ribera que ven cómo estos mamíferos están dejando a sus árboles "como un lápiz".
El castor, explica Jacinto Román, estuvo a punto de extinguirse en Europa y ese peligro ya quedó atrás hace años, pero en España no se produjo una reintroducción natural. A principios de este siglo, estos grupos de "amigos de los castores" anunciaron su intención de hacerlo por su cuenta, pero se trata de una práctica irregular. "No hay planificación, no hay estudios previos", se queja el biólogo del CSIC, que detalla que antes de proceder a este tipo de prácticas es necesario hacer un análisis de la viabilidad, controlar el estado sanitario de los especímenes y el impacto que tendrá su presencia en el medio ambiente y también a nivel social. "Estos llegan con una furgoneta llena de castores y si salen adelante bien, y si no ya veremos en otro sitio", ilustra Román.
La improvisación es tal que, según recuerda el experto, la intención inicial de estos activistas era hacer la primera suelta en Galicia, pero acabaron haciéndolo en el Ebro. En términos biológicos, la vuelta del castor a la península Ibérica no parece perjudicial. "Normalmente, aumentan la biodiversidad de los lugares donde se asientan", apunta Román. El problema para este experto es la "impunidad" con la que "los amigos de los castores" ponen en marcha sus acciones y la aleatoriedad de elegir a estos roedores antes que a otras especies "mucho más amenazadas".
A pesar de que rechaza la práctica, el biólogo del CSIC aleja la situación española de la que se produjo en Chile y Argentina, donde a mediados del pasado siglo se produjo una introducción planificada del castor americano en los ríos de los dos países sudamericanos con objetivos industriales. "Allí jamás hubo castores, por lo que es una especie ajena y ha provocado problemas tremendos", relata Román, que cuenta cómo con su "costumbre" de cortar árboles los roedores han transformado el ecosistema. Al no tener depredadores y estar protegidos de la caza, las 10 parejas iniciales que fueron liberadas en la Tierra del Fuego se han multiplicado y solo en Chile hay 23.000 hectáreas de bosque nativo invadido por estos mamíferos.
"No es necesariamente malo, pero no hay estudios que lo avalen, pero los que tienen frutales en la orilla del Ebro dicen que son una plaga", zanja el experto de la Estación Biológica de Doñana. Manuel Cobos, que tiene frutales en Urrea del Jalón, lo ha comprobado en sus propias carnes. Concretamente en los ciruelos, manzanos, perales y melocotoneros que tiene plantados junto al afluente del Ebro, cerca de Zaragoza. "Dejan los árboles como un lápiz", explica este agricultor de la huerta del Jalón, donde ahora están preparando los frutales y realizando trabajos postcosecha por la "parada de la savia". "Se me ocurrió ir a un campo y estaban todos con las ramas cortadas a la altura de mis ojos", lamenta el productor aragonés.
Según relata Cobos, el problema principal se está registrando en las fincas situadas en la ribera del Ebro y sus afluentes, pero ya empieza a llegar más lejos porque los castores remontan las acequias y se aventuran tierra adentro. "En una noche pueden arrancar 20 o 30 árboles", reconoce el agricultor zaragozano, que calcula que los especímenes pueden pesar más de 20 kilos. Tienen predilección, asegura, por los manzanos, pero también les gusta el peral de agua.
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"Yo tengo 1.400 melocotoneros que tienen ahora 7 u 8 años, pero si cuando den fruto vienen estos y me arruinan 600 tengo que arrancar el campo entero porque no sería rentable", reconoce el agricultor zaragozano, que para ahuyentar a los roedores ha colocado barreras de pelo de perro que recoge en la peluquera del suyo, ya que su olor los espanta temporalmente. "Nadie nos ha dado ninguna solución", se queja después de ver cómo los árboles jóvenes que han atacado los castores rebrotan, pero no lo hacen de forma correcta. El problema, cuenta, es que los seguros no incluyen las afecciones que provocan los castores en los frutales porque no es un efecto meteorológico.
José Manuel Roche, secretario general de UPA Aragón, insiste en este problema de los seguros agrarios y sus coberturas, por lo que reclama una respuesta de la Administración para compensar las pérdidas. Y añade que los daños no solo se circunscriben a las plantaciones de frutales, ya que los castores también están causando estragos en zonas urbanas. En la capital zaragozana hay registros de árboles como chopos y álamos de ribera afectados. Las zonas donde se han avistado a los roedores son el meandro de Ranillas y el mirador del Puente de Tablas, donde el Ayuntamiento de Zaragoza incluso ha retirado algún tronco deteriorado para evitar peligros de caídas sobre viandantes.
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