Pongamos que hablo de 'Madriz'…

Pongamos que hablo de 'Madriz'…

He descubierto que Gonzalo de Berceo (1196-1264) nació en Madriz. Y no quiere decirse que el clérigo riojano y patriarca del castellano fuera madrileño, sino que Madriz identificaba una aldea de San Millán de la Cogolla que no guardaba conexión alguna con la futura capital española.

Y no vamos a entrar en la compleja discusión sobre la etimología de Madrid, sino en la debilidad de la última consonante que caracteriza la ciuda(d). Por esa razón, los vecinos de la villa y corte, igual que los foráneos, tienen dificultades para llamar Madrid a Madrid. Las fórmulas alternativas tanto restringen el tamaño del topónimo como lo transforma. Y decimos Madrí como decimos Madriz, pero casi nunca reparamos en el final ortodoxo de la palabra. La "d" balancea como una incomodidad que explica la solución fonética más común entre valencianos y catalanes: Madrid es Madrit.

Se escucha así mejor la plenitud de la capital. Suena más contundente. Y se demuestra que, acaso, la aldea natal de Berceo aportaba la mejor solución de las posibles, más o menos como si la cuna de nuestra lengua ya alojara el destino de la capital en el trance de pronunciarse: Madriz.

Rubén Amón

El recurso de la última letra del alfabeto no solo concierne a la ciudad, sino a muchas otras palabras que finalizan con la incomodida(d) de la letra “d”. Lo demuestra la manera enfática con que nuestros expresidentes Adolfo Suárez y José Luis Rodríguez Zapatero tanto decían Madriz como hablaban de la ciudaz, de la juventuz o de la honestidaz. Y no se trataba de una iniciativa particular, sino de una significación fonética habitual entre los castellanos y leoneses.

Andaluces, extremeños y canarios optan por la fórmula apocopada –Madrí–, pero también los hinchas del Real eluden la última letra en sus himnos y cánticos. Me acuerdo de que el propio David Gistau escribía las proezas y decepciones del "Madrí" en sus crónicas balompédicas, sensibilizándose con los hábitos más populares de la afición merengona. ¡Hala Madrí!

De hecho, son los angloparlantes y hasta los franceses quienes más tratan de respetar la incolumidad fonética de la metrópoli, aunque el sonido final de Madrid se parezca un poco al de Detroit. La "d" final pide ayuda. Y predispone al mismo tiempo la vitalidad de la palabra, como si la capital fuera en sí misma un proceso lingüístico en construcción. Y un infierno para los residentes chinos, cuyo problema no solo concierne a letra final, sino a la "r" intermedia que acapara y describe toda la resonancia de la palabra.



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