Cuando los madrileños se murieron de hambre

Cuando los madrileños se murieron de hambre

No es sencillo dar con el paradero de El año del hambre en Madrid (1815). Se aloja en el Museo de Historia de la villa y corte -el antiguo Hospicio-, pero la búsqueda de la obra de José Aparicio Anglada requiere ascender al segundo piso y descubrirlo en un rincón bastante mal iluminado.

Podría pensarse que la institución madrileña se avergüenza de la obra. Y no faltan razones para cuestionar los méritos artísticos de la pintura, aunque urge recordar que lienzo pertenece a la colección del Museo del Prado y que representó un símbolo patriótico contra la ocupación francesa.

Gozaba Aparicio Anglada (1770-1838) de enorme reputación y popularidad en la corte de Fernando VII y en la estética del primer tercio del siglo XIX, hasta el extremo de que el canon de la época lo situaba por encima de los méritos y el reconocimiento entre tinieblas de Francisco de Goya.

Rubén Amón

Se había convertido en el emblema de la resistencia. Y en la expresión de un costumbrismo tremendista que enfatizaba el heroísmo de los madrileños durante la Guerra de Independencia. El heroísmo… y la hambruna, de tal manera que Aparicio se propuso inmortalizarlos en un cuadro de gran tamaño cuya escena principal expone el estupor de las figuras cadavéricas y el rechazo de los protagonistas al mendrugo de pan que ofrecen los soldados franceses.

"Preferimos morir de hambre que aceptar la limosna y la comida de los invasores", viene a decirnos el documento pictórico que evoca el "año del hambre en Madrid". Y hambre la hubo, mucha, durante el fatídico ejercicio de 1811 y 1812. Se calcula que murieron por inanición unas 25.000 personas, respecto a una población que rondaba los 175.000 habitantes.

Es el contexto en que Aparicio adquiere los galones de pintor oficial y conmociona a la sociedad de la época con un mural alegórico en que destaca la figura fantasmagórica de una mujer exánime con su hijo muerto en el regazo. El trance doloroso recuerda la escena análoga de Picasso en el Guernica, aunque no puede decirse que el artista malagueño formara parte de los herederos entusiastas de Aparicio. Había decaído su gloria. No ya por significarse hasta las entrañas con la causa de Fernando VII -el cuadro del hambre ensalza la devoción al monarca en una pilastra-, sino por la decadencia misma de su pintura, un arte oficial relamido y grandilocuente que terminó escarmentado por el vanguardismo de Goya.

El Grito

Lo demuestra el momento histórico en que el propio Museo del Prado evacuó El año del hambre en Madrid para sustituirlo por Los fusilamientos del 3 de mayo. No estuvo exenta de polémica la transacción. Se sublevaron los rapsodas del antiguo régimen. Y pretendió convertirse a Aparicio Anglada en una suerte de artista perseguido, aunque el movimiento solidario no alcanzó a redimir la desgracia del "cronista oficial". Murió en la indigencia, como un mártir de los gobiernos liberales.

La posteridad no ha remediado el oprobio, tal como demuestra el canon estético. Se estudia a Aparicio como un pintor secundario del neoclasicismo español. Y también se recuerda que el látigo de la invasión francesa se formó académicamente en París. Y formó parte de los alumnos más allegados de Jacques-Louis David, el mayor protagonista y propagandista del arte de propaganda napoleónico.



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