A la altura del número 56 de la calle de Serrano huele a chocolate –del bueno– desde hace décadas. La bombonería Santa, decorada con latón, hierro forjado y mucho dulce, lleva siendo el placer culpable de los madrileños desde 1930. Sin embargo, las rocas de almendra y leche y las barritas de canela dejarán, por el momento, de formar parte de los desayunos y meriendas de sus fidelísimos clientes. El negocio cerrará sus puertas el próximo 10 de mayo.
La muerte de Marie Martine hace escasos meses pone fin al contrato de alquiler de renta antigua del que disponía el negocio. Martine, claro, era la titular de aquel acuerdo firmado en los años 60. El precio actual por el arrendamiento de un local en el corazón del barrio de Salamanca solo pueden permitírselo "las grandes empresas y superficies", explica Verónica López, la hija de Martine.
La clausura de la tienda anuncia el final de ese Madrid de antaño: en la calle Serrano ya apenas quedan negocios tradicionales. Una cadena de sandwiches Rodilla, un Mango y un restaurante Honest Greens son los vecinos comerciales de la chocolatería. En tiempos de urbanismos globales, parece no haber espacio para Santa. Su historia, en cambio, sí será perenne.
El teléfono no dejó de sonar durante toda la mañana del viernes en el interior de la bombonería. "Hola, sí, cerramos…", contestaba Carmen, la mujer al otro lado del mostrador. Entre llamada y llamada, preparaba las bandejas de bombones y rocas de 60 gramos para colocar tras las vitrinas casi vacías. En los inicios de la tienda, estos dulces de almendras podían llegar a pesar hasta medio kilogramo.
Entrar en este es establecimiento es como viajar en el tiempo. Una escalera de caracol asciende hasta un segundo piso, donde se almacenan recuerdos y cachivaches: "¡Ahí arriba hacía los deberes del colegio!", señala Enrique López. Abajo, huevos de Pascua, básculas para pesar el chocolate y una fotografía de Concha Velasco comiendo un bombón. "Siempre venía", rememora él; "la última vez ya estaba muy malita", continúa. Su madre y ella hicieron buenas migas y, cuando la artista enfermó, Martine se encargó de organizar envíos a domicilio. Otras personalidades del mundo de la cultura también se aficionaron a estos dulces: "Ayer avisamos a Pedro Almodóvar de que cerrábamos", explican.
Pero, ¿cómo llegó este peculiar negocio a la calle Serrano? El origen no está en el chocolate, sino en los granos de café. En la década de 1930, Antonio López Martín –el abuelo de Enrique y Verónica– empezó a importar el oro marrón americano desde Colombia y Cuba. De forma paralela, se enamoró de Enriqueta, una joven española nacida en la isla caribeña con quien formó una familia en la capital. Para impulsar su economía, abrió un primer establecimiento en la calle Espoz y Mina. Allí fundó la marca Santa –en el 1932– y su popularidad emergió como la espuma: "¡Aparecía incluso en la radio!", señala Verónica. Los cafés de la tienda cercana a la Puerta del Sol eran un manjar para los madrileños.
Con la intención de ampliar su mercado, Antonio López Martín apostó por empezar a producir bombones de chocolate. Fue entonces cuando abrió un segundo local en la calle Preciados y un tercero en la calle Serrano en los 60. Por desgracia, la enfermedad le pilló de imprevisto y apenas pudo ver como la tienda del barrio de Salamanca funcionaba con éxito.
Tras su fallecimiento, su hijo José Manuel heredó el negocio. Y junto a su mujer, una jovencísima francesa llamada Marie Martine (¡ajá!), trabajaron para mantener la esencia de Santa. Compraron decoración, innovaron en productos, contrataron personal y pidieron ayuda a sus dos hijos durante la Navidad, el clímax de las ventas. Enrique y Verónica hicieron vida dentro de aquel espacio porque sus padres trabajaban hasta tarde. Ellos, ya de adultos, nunca perdieron la intención de mantener el negocio.
El proceso de gentrificación en torno al casco histórico madrileño culminó con el cierre de Santa en Espoz y Mina. En Serrano, y gracias a la fidelidad de los vecinos, se ha mantenido hasta ahora. El próximo 10 de mayo cerrará por la dificultad para renovar el contrato de alquiler. No obstante, la marca permanece. Enrique y Verónica tenían la ambición de celebrar los 100 años de Santa. La realidad es que ambos dedicaron sus carreras profesionales a otras áreas: "Queremos pensarlo como un parón. Solo el 3% de las empresas llega a la cuarta generación y nos gustaría cumplirlo. Ojalá poder abrir algún rincón pequeño".
Por ahora, el objetivo es vender todas las reliquias que albergan el interior de la tienda. Joyas como las básculas de 1914 ya han encontrado un nuevo hogar, pero todavía permanecen las estatuas, las figuras, las bandejas, la escalera… Los tesoros de Santa están ahora en liquidación. ¿Cómo deshacerse de todo aquello? "Me dijo mi hermana que pusiera un tuit para difundirlo", confiesa Enrique, que tiene varios miles de seguidores en sus redes sociales debido a su popularidad en su oficio. Ustedes, probablemente, le conozcan como Enrique Lavigne: uno de los productores de cine más importante de España y el hijo de los bomboneros.
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