Estados Unidos advirtió este mes a Rusia del riesgo de un atentado terrorista en Moscú, específicamente del ISIS-K, la rama del Estado Islámico con base en Afganistán. En el clima de desconfianza y antagonismo que caracteriza las relaciones entre Washington y Moscú por la guerra de Ucrania, las advertencias fueron desacreditadas por parte del presidente ruso, Vladímir Putin, que las vio como una provocación. Estos avisos no sirvieron para evitar el peor atentado que ha sufrido Rusia en dos décadas, una masacre que ha segado más de 130 vidas. Ese eco de una tragedia que pudo eludirse supone un golpe para la figura de Putin, que se ha esforzado por dar imagen de garante de la estabilidad y cultivar su aparato de seguridad. Con ese trasfondo, el Kremlin ha deslizado una supuesta implicación de Ucrania. Pero Washington recalca que no ve razones para dudar de la autoría reivindicada por el ISIS. Coinciden en este análisis fuentes diplomáticas y de inteligencia, que temen que el Kremlin emplee el supuesto vínculo de Kiev para elevar su escalada sobre el país invadido. Y que sirva también para efectuar otra oleada de reclutamientos e imponer un régimen de seguridad más severo.
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