Resulta siniestro que la presidenta de la Comunidad, Díaz Ayuso, y el presidente del club, Martín Presa, vayan a instrumentalizar el contexto del centenario del Rayo para demoler el estadio y extirpar el equipo a la periferia por presuntas razones de modernidad y de seguridad.
Se trata de arrancarle al Rayo su adjetivo, vallecano. Y de someterlo a un proceso de actualización que amenaza precisamente su razón de ser. Me refiero a la identificación con el barrio, al arraigo, a la personalidad, a la idiosincrasia. Y al hábitat en que se identifica el ambientazo de las horas previas al partido y el resacón de las horas posteriores.
Vallecas es un barrio popular en que cohabitan los gatos y los chinos. Y donde la promiscuidad étnica y cultural se reconoce en la adhesión a un equipo de primera que juega en un estadio felizmente excepcional.
El destierro no sería el inicio de una nueva época, sino la incertidumbre de la próxima. El Rayo jugaría siempre fuera de casa. Y lo haría desprovisto de referencias, es decir, sin el muro donde se inmolan los rivales, sin los balcones vip de los edificios aledaños, sin el aroma marihuana, sin las escrituras del payaso Fofó, sin la beligerancia de los bukaneros y sin la arboleda aledaña que se mece con el viento.
Sé de lo que hablo porque el Rayo es el estadio donde mejor se ve el fútbol y porque formo parte de los atléticos que todavía reniegan del exilio del Metropolitano. Y no es que comprenda las razones del presidente Martín Presa, es que me desesperan, al menos cuando sostiene que al estadio le faltan zonas Vip, áreas de hospitality y parking de directivos.
Me parecen argumentos todos ellos para quedarse en Vallecas, lo cual no contradice que se urjan reformas de seguridad y se implementen novedades tecnológicas. El Rayo carece de venta online, por ejemplo. Quizá por ello nunca se llenan las gradas del todo, aunque se abarrotaron, igual que el césped, cuando actuó Bob Dylan con un telonero llamado Santana en 1984.
¿El Rayo se muda de Vallecas? "El club necesita un estadio adaptado a la realidad"
El Confidencial
Cuarenta años después de aquel alunizaje, el Rayo no solo se está jugando la categoría en una crisis de malos resultados, sino que es la víctima polifacética de la especulación política, urbanística y sentimental.
La alarma entre los aficionados la despertó Díaz Ayuso en una entrevista incendiaria al As. Sostenía la presidenta que la ubicación actual "es insostenible", aunque el estadio lleva casi medio siglo en el mismo lugar y aunque a los vecinos y los socios les escandaliza el desahucio.
Razones tienen para oponerse. Y no por la apelación del costumbrismo o por el preventivo sentido de la nostalgia, sino por el trauma identitario y sociológico que implican las operaciones de desarraigo.
El estadio del Rayo no es un mero campo de fútbol, sino el centro de gravedad de un modo de vida. Los precios de los abonos se atienen al perfil de un barrio obrero. Y es verdad que al aforo, unos 14.000 espectadores, dista de los estándares de los clubes de la categoría, pero las estadísticas de la pasada temporada registran un promedio de 12.500 localidades. Nunca llegó a colgarse el "no hay billetes".
Y sí puede colgarse al Rayo del cuello en caso de prosperar la "solución" del exilio. La masa social se opone de manera elocuente a la profanación, pero resulta que los terrenos pertenecen a la Comunidad de Madrid y resulta que el club es propiedad concreta de Martín Presa.
Se explican así los peligros de la coreografía que han iniciado Ayuso y el presidente del equipo, no ya subestimando la aniquilación identitaria del Rayo, sino perpetrando una agresión cultural y sociológica que pone a prueba el espíritu del club en el umbral de sus cien años.
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