Deudas y resignación para los 200.000 cisjordanos que ya no pueden trabajar en Israel

El domingo, en su casa de Ramala, Abu Omar se acostó con esperanza, pero amaneció sin ella. El gabinete de guerra israelí había vuelto a posponer la votación para permitir de nuevo la entrada a los 200.000 palestinos de Cisjordania que, como él, solían cruzar cada día a trabajar al país o a los asentamientos judíos. Hasta el 7 de octubre, cuando Hamás mató a unas 1.200 personas en su ataque masivo y se instauró el mantra de que algunos de los jornaleros gazatíes habían aprovechado su paso por Israel para recabar información. Los mucho más numerosos trabajadores de Cisjordania también se convirtieron en sospechosos de la noche a la mañana y las autoridades militares israelíes congelaron sus permisos de trabajo y de acceso hasta nuevo aviso. Llevan más de dos meses sin unos ingresos de los que normalmente depende toda la familia. La medida no solo afecta a personas con nombres y apellidos. También a un sostén clave de la economía palestina, tan disfuncional como marcada por la ocupación militar y la dependencia de Israel. Son un 22% de la fuerza laboral de Cisjordania y sus ingresos impulsan en casa a otros sectores económicos.

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