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A comienzos del siglo XXI, Madrid era una ciudad que respiraba herencia cultural y anhelos de renovación. Las noches de Malasaña, Lavapiés, Chueca y otros barrios se llenaban de jóvenes que buscaban vivir al margen de las rutinas diurnas, herederos, aunque más discretos, de la mítica movida ochentera. A los excesos coloristas de décadas pasadas le sucedía un espíritu más ligado al hazlo tú mismo, con sellos independientes, bares pequeños y grupos que emergían sin apenas recursos pero con una enorme energía creativa.
Lugares como el Nasti, el Weirdo, la Vía Láctea, el RedRoom o el Tempo se convirtieron en epicentros culturales donde bandas emergentes, DJs, escritores y artistas se encontraban, mezclaban y experimentaban. La noche, en aquel Madrid, daba la sensación de un verdadero territorio de libertad: los horarios se difuminaban, los espacios clandestinos proliferaban, y la música y el arte se convertían en una excusa para encuentros que escapaban de las lógicas del día.
Bajo esa superficie de efervescencia cultural, sin embargo, también se escondían jerarquías, desigualdades y dinámicas de poder difíciles de ignorar. El consumo generalizado de drogas, la mezcla de generaciones en espacios cargados de tensión, y la desigualdad persistente entre hombres y mujeres tejían un mapa emocional que, para muchos, pasó desapercibido o quedó silenciado durante años.
La autopsia emocional de una generación“La fiesta, convertida en producto de consumo, dejó de ser solo un espacio de disidencia para convertirse en un engranaje más de las dinámicas capitalistas y heteropatriarcales”, cuenta María Ovelar, la periodista y escritora alicantina que en su primera novela, Suya era la noche, se propone narrar no solo la fiesta, sino también sus heridas. A través de un relato que mezcla ficción, memoria y denuncia, Ovelar ofrece una radiografía honesta y brutal de aquellos años que definieron a toda una generación.
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Publicado por la editorial Consonni en 2025, Suya era la noche sigue a Victoria, una poeta e influencer atrapada entre fiestas, drogas y relaciones destructivas en el Madrid de los 2000. La novela, escrita a lo largo de seis años, arranca en 2018 y termina en 2020, pero su estructura circular viaja al pasado para explorar las raíces del personaje: su inseguridad, su baja autoestima, su tendencia a enredarse con hombres narcisistas.
“Yo en ningún momento utilizo la palabra narcisista”, aclara Ovelar, “pero los hechos y las características de los personajes lo pintan así”. El relato recorre clubes inspirados en el Nasti, bares literarios que evocan Los Diablos Azules, Bukowski Club o El Aleatorio, y casas privadas que se transforman en afters clandestinos. A través de este mapa de la noche madrileña, Ovelar dibuja una historia de identidad fragmentada, culpa y redención.
La novela no solo documenta el ambiente festivo y cultural, sino también el despertar feminista que se gestaba en paralelo, caracterizado por eventos internacionales como el #MeToo y nacionales como el caso de La Manada. “Cuando en 2018 la gente —no solo las mujeres, también los hombres— sale a la calle para protestar por esa sentencia que no reconocía la violación, algo cambia en la conciencia colectiva”, explica la autora.
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Abraham RiveraSuya era la noche habla del deseo femenino, pero no del deseo liberado, sino del deseo encadenado al deseo del otro. “Ella se cree deseante, pero en realidad está encadenada al deseo de otros, no solo en lo sexual, también en las expectativas, en lo que esperan que haga, a dónde esperan que vaya. Siempre el otro por delante”. Ovelar no romantiza a su protagonista. Al contrario: “A veces me daban ganas de coger a Victoria y decirle: ‘Por favor, espabila”. Pero justamente ahí está la fuerza del relato: en mostrar el tránsito, el proceso, el momento previo al empoderamiento.
La escena literariaEl libro no se limita a la escena musical. Una parte fundamental se sitúa en el mundo de los micros abiertos, las tertulias poéticas y las editoriales pequeñas que florecían en Madrid durante aquellos años. “Yo monté un grupo feminista de apoyo a mujeres que se movían por esta escena. Ahora tenemos otra cosa que se llama La Safo”, cuenta Ovelar.
¿Por qué fue necesario crear esos espacios? Porque, como describe, en ese entorno se repetían dinámicas de abuso y manipulación. “Aquí sí que era directamente gente mayor que, a través de tener editoriales o bares, se aprovechaban de las chicas. No era solo una cuestión de robar ideas; era un aprovechamiento sexual, emocional”.
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El periodismo, donde Ovelar trabajó durante trece años en El País, no escapaba a estas dinámicas. “Llegué muy joven, con 25 años, llena de ilusiones. Pero te dabas cuenta enseguida: prácticamente no había mujeres escribiendo sobre música, por ejemplo. Te dejaban hacer alguna crónica, pero las puertas estaban cerradas. Y los comentarios machistas eran constantes”. Aun así, Ovelar insiste: Suya era la noche no es un ajuste de cuentas. “Yo no estoy ahí ajustando cuentas con nadie. Estoy contando una historia”.
Ficción y testimonioEl valor de Suya era la noche reside precisamente en esa capacidad de entrelazar ficción y testimonio, análisis social y relato íntimo. No es un reportaje disfrazado de novela, pero tampoco es un ejercicio de pura invención. Es un texto híbrido, donde lo literario sirve como herramienta para iluminar los silencios de una época.
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Abraham RiveraSu prosa combina crudeza y lirismo, permitiendo que los momentos más oscuros convivan con destellos de ternura, humor y belleza. Y esto es solo el principio. Ahora mismo, María Ovelar trabaja en dos proyectos nuevos. El primero, un libro de relatos titulado Chica mala, donde mujeres de distintas edades (desde la infancia hasta la tercera edad) exhiben actitudes disidentes, desafíos a las normas, deseos incómodos. El segundo, un poemario titulado Las Deseantes, centrado en el deseo femenino en todas sus formas: sexual, emocional, vital.
Suya era la noche pone sobre la mesa una verdad incómoda: que las conquistas actuales no surgieron de la nada, sino que son el resultado de transitar por períodos oscuros. Como dice Ovelar, “para que las cosas vayan a mejor, siempre tenemos que pasar por períodos más oscuros. Este fue uno de esos momentos de transición”.