Del efecto Streisand al control institucional: una obra caricatura de Mazón reabre el debate

Del efecto Streisand al control institucional: una obra caricatura de Mazón reabre el debate

Hoy Camps y Mazón son figuras enfrentadas en una guerra fría que el primero ha desencadenado con la habilidad de un candidato subiéndose a su Peugeot, dispuesto a recorrer la Comunidad Valenciana pueblo a pueblo, envuelto de viejas glorias y de alevines tecnobros. En cambio, algunos destinos unen a sus figuras al punto de tocarse en un mismo eje.

En 2010, con la reputación de Camps trastabillada, la Unió de Periodistes valencianos organizó su tradicional muestra de fotoperiodismo, plasmando las capturas que, durante el curso anterior, habían copado las páginas de los periódicos (todavía vivas, por entonces). La exposición tenía lugar en el MuVIM, museo dependiente de la Diputación de Valencia. Como corolario del año, se veían escenas en las que aparecían Camps, el Bigotes y buena parte de los protagonistas políticos de entonces.

Sorteando, cuando no ignorando, las bondades del efecto Streisand, la Diputación decidió ejercer las funciones de comisariado y, con las fotos ya colgadas, el día después de la inauguración decidió descolgar ocho de ellas. Hubiera sido más sencillo no alojar previamente la muestra, haber aducido problemas de agenda, pero ante la falta de una mínima estrategia, la plana mayor de Camps optó entonces por la alternativa peor: la arbitrariedad. Decidió que esas imágenes no podían estar en las paredes de una institución pública por una razón que sonaba conocida: por hacer política.

El resultado fue el previsible. Las fotos se vieron más que nunca, a pesar de que la Unió, de forma consecuente, decidió retirar la exposición al completo. Al igual que la casa de Streisand, Camps y el Bigotes tuvieron una presencia que jamás hubiera tenido la muestra de no haberse levantado polvareda.

Quince años después, la técnica ha cambiado. El lugar también. Ya no es fotografía, sino grafiti sobre tela. Ya no es el MuVIM, sino la Universitat Politècnica. Ya no es Camps, sino Mazón. Esta vez de manera explícita, aparece representado como un presidiario. La obra forma parte de una iniciativa habitual sobre arte emergente, con el nombre de PAM!, una de las principales ventanas para visualizar la expresión artística de jóvenes creadores en la Facultad de Bellas Artes.

De manera coreografiada, el partido de Mazón salió en su defensa. O más bien, en contra de la obra, considerada una obscenidad. Las razones para el rechazo recordaban a las de 2010: hacer política está feo. El resultado, similar: la tela intervenida por el artista Adrián Larok tuvo la repercusión que de ninguna otra manera hubiera tenido en el caso de que nadie levantara la voz.

EFE

La sorpresa en torno la falta de reflejos ante un efecto Streisand tan elemental puede desviar la atención del verdadero objetivo. No se trataba de que la imagen representada de Mazón fuese ocultada (a estas alturas, que la proyección de Mazón quede maltrecha es rutina), sino de pretender arbitrar aquello que sí y aquello que no puede verse en un ámbito público. Lo que está en juego es el control.

Pedir a una manifestación artística -abierta al enfoque personal- que no haga política, es querer envasarla al vacío. Se persigue el hermetismo. Una especie de falsa neutralidad por la que, en mitad de una guerra cultural, el entorno de Mazón pide anular el juego. La desaparición del simbolismo. Es un recurso hábil, en cuanto a que extrae a la obra del entorno artístico, para categorizarla en el fragor partidista. Una vez descontextualizada, puede ser tratada como una manifestación fruto de una pugna entre bandos. Como si se tratase de una expresión en Les Corts. En ese terreno es cuando las fuerzas se igualan y la expresión libre de una tela grafiteada pierde su significado.

Dibujar a Mazón como un preso no parece la más sutil de las manifestaciones artísticas. Es tan obvio el mensaje que cualquier cualidad interpretativa queda anulada. Pero no se juzga aquí la categoría de la obra, sino la libertad (ese eje narrativo troncal en la política española) de que alguien pueda hacerlo.

Como en las habituales andanadas contras algunas boutades artísticas en ARCO, la manifestación política es vista como una transgresión inaceptable. Cuando más bien es la esencia misma de la protesta y el arte, por mucho que desagrade. Cualquiera diría que esta derecha desacomplejada busca imitar el puritanismo punitivo con el que caricaturiza a la izquierda paternalista.

Fragments y PAM!, Camps y Mazón, quince años de distancia, poco deseo de libertad y la piel muy fina.



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