La gloria y la desgracia de los cachorros de Las Ventas

La gloria y la desgracia de los cachorros de Las Ventas

Hay que felicitarse por la afluencia masiva de jóvenes aficionados a Las Ventas. Tiende a caricaturizarse su aspecto de cayetanos. Y a significarse la adhesión de la muchachada a las consignas españolazas de Vox, pero la fidelidad de los cachorros a la feria de San Isidro caracteriza un relevo generacional que reanima la salud de la Fiesta y garantiza su porvenir.

Puede ocurrir que los neoaficionados acudan a la "primera plaza del mundo" por razones identitarias. O que los convoque la devoción a Ayuso. Y puede suceder, como sucede, que la corrida de toros sea el mero pretexto para acudir a la "discoteca" que transforma Las Ventas después del espectáculo.

No es incompatible asistir a la ceremonia solemne de un festejo isidril y entretenerse después con el programa lúdico de la feria. Hacen lo mismo muchos otros aficionados veteranos y cabales en los bares aledaños.

Aquí lo relevante no es el motivo por el que se viene, sino la razón por la que se vuelve. La moda deja de serlo cuando acudir al tendido se convierte en un hábito, cuando se ha descubierto una pasión y se cultiva. Todos los aficionados hemos vivido el trance de la Epifanía, el momento iniciático de la "experiencia". Y recordamos la faena, la tarde, que nos descubrió el acontecimiento. Y el deseo de volver a repetir la transfiguración. Porque los aficionados llegamos a reencarnarnos en las muñecas del torero.

Juan José Cercadillo

El único problema de los cachorros -no me refiero a todos- acaso consiste en el ajetreo de copas en los tendidos, a los botellones encubiertos y a la falta de prudencia y de rigor con que se exteriorizan las opiniones. Sobreviene estos días en Las Ventas una jarana de voces inexpertas y de criterios infundados, como si los toros fueran una expresión futbolera. Y como si la manera de significar la afición consistiera en soltar estupideces desde el tendido, más allá de las consignas políticas y de los "consejos" a los toreros.

Se agradece que los jóvenes participen de un acontecimiento pasional. Se agradece menos la proliferación de sectores ultras y el calentón que proporciona el alcohol a medida que avanza el acontecimiento.

Juan José Cercadillo

No ayuda a la serenidad la vociferancia del "siete". Ni lo hace el fenómeno mimético del "Viva España". Tampoco tranquiliza la algarabía de expresiones muy poco taurinas con que estos aficionados de reciente graduación tratan de analizar lo que sucede en la plaza. Y ya sabemos que la relación con tauromaquia es instintiva, pero la verdadera apreciación de la corrida proviene de la atención, del respeto y de la prudencia. Empezando por observar el comportamiento del toro. Saber cómo embiste. Aprender y aceptar que las mejores intenciones de un novillero o de un matador pueden estrellarse en la jurisdicción de una res ilidiable. Todos hemos aprendido de nuestros mayores. Y hemos ido adquiriendo el conocimiento desde la experiencia y la afición. Vociferar tonterías sin criterio no significa "implicarse", sino adoptar una posición frívola e indecorosa que malogra la atmósfera de Las Ventas.



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