
Miriam Jiménez Lastra es socióloga y autora de ‘La virginidad no existe ¿o sí?’ un ensayo que reflexiona acerca de esta construcción cultural.
Me sale en Twitter una de esas cuentas con cientos de miles de seguidores que dicen hablar de riqueza y de ser la mejor versión de uno mismo -y que, por lo que sea, idolatran a Trump-, que "las mujeres nunca olvidan su virginidad rompedora".
Un hilo que además incluye siguiente frase: "Es un hecho psicológico que el primer hombre con el que una mujer tiene relaciones sexuales permanecerá unido a ella el resto de su vida". Las fuentes de dicho hecho psicológico o motivos por los cuales esto solo sucede a las mujeres (y no a la inversa), no aparecen citadas por ningún lado.
Este tuit, que me encuentro copiado y pegado en un sinfín de perfiles más que tienen fotos de perfil de una silueta musculada, pero también en @Tigermindset o @MaestrodeTinder, es el ejemplo perfecto de cómo se reproduce una construcción que controla la sexualidad de las mujeres en la actualidad: la virginidad.
Y es algo que, sin una educación sexual, nos sigue pasando factura a nosotras en mayor medida, no ya solo por el estigma que hay alrededor de disfrutar de nuestra vida sexual, sino porque viene de la mano con vivir la primera experiencia sexual con penetración como algo desagradable.
Pienso acerca de ello en la presentación del libro La virginidad no existe ¿o sí? (Ediciones en el mar, 2024) de la socióloga Miriam Jiménez Lastra. Aunque en el título juega con la pregunta, basta leer unas pocas páginas para entender con su investigación -que luego transformó en ensayo- cómo es un invento cultural pensado para someternos.
Según la socióloga, la virginidad se sostiene en tres mitos: "La sangre, el dolor y el himen". Y aunque pensemos que en un país como España nos encontramos en las antípodas de otras culturas donde los elementos de la virginidad se siguen 'celebrando' -por llamar de alguna manera a las prácticas que se realizan-, en la nuestra tampoco nos libramos.
"Nos han hecho normalizar que el sexo nos duela", explica Miriam, que es de las primeras cosas que preguntamos a edades tempranas cuando oímos que alguna amiga del grupo ya lo 'ha hecho'. La eterna "¿Te dolió mucho?".
Reescribiendo la "primera vez"
Si tenemos en cuenta que la media de edad de la primera relación sexual con penetración es de 15 años (y sin penetración es de 11 años) podemos coincidir en que, en esa etapa vital, no hay un conocimiento suficiente como para hablar libremente y con rigor de la intimidad. De hecho, por la desinformación al respecto, vamos concienciadas de que no va a ser algo placentero para nosotras (no como para ellos).
"El miedo a la primera relación sexual no sabes si es un miedo real o un miedo aprendido", comenta la socióloga. Casi parece el dilema de qué va antes, si el huevo o la gallina, el dolor o el miedo al dolor. Pero lo realmente importante es que, independientemente de si lo hemos adquirido o no: "Si creemos que es real, las consecuencias serán reales".
Si pensamos que nos va a doler, nos entra el agobio, el miedo, la angustia… Un estado emocional de tensión que no favorece disfrutar del momento y que nosotras mismas, sin saberlo, somos las que provocamos esa alerta para el cuerpo que puede derivar en una dispareunia (dolor en las relaciones sexuales) o vaginismo (contracción involuntaria de los músculos de la vagina que dificultan o pueden impedir la penetración).
Pero, ¿cómo sería educar a las niñas en que su primera relación sexual va a ser una experiencia de placer que les va a hacer sentir muy bien? ¿Cómo sería hablarles de que es un momento íntimo basado en el afecto y la confianza donde van a pasar un buen rato, conectar con su cuerpo y terminar relajadas y con un subidón de las endorfinas?
Como Miriam reflexiona: "Científicamente los tres mitos no se sostienen". Además de que el sangrado no tiene por qué darse siempre (el himen puede ser flexible o haberse roto anteriormente, por ejemplo), el dolor es algo que no tiene nada que ver con el hecho de que sea la primera vez o la vigésimo cuarta, pero pensar que siempre va a suceder tiene consecuencias.
"Si lo normalizas, no puedes identificar si algo no va bien", comenta la autora de La virginidad no existe ¿o sí?. En otras palabras, "Tenemos el caldo de cultivo perfecto para una relación sexual no consentida". De ahí que sea importante deconstruir el término de virginidad, si seguimos entendiendo la primera vez como una experiencia dolorosa, que nos marca de alguna manera o incluso nos define, heredamos un relato de culpa, miedo y dolor.
Pero cuestionar lo que nos contaron y educar a quienes vienen detrás poniendo en el centro el placer y el consentimiento -para lo que va muy bien el libro de Miriam, dicho sea de paso-, es una manera de cambiar el relato y