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Puede sonar extravagante la idea de pasar la tarde en Les Arts para ir a la ópera, “en plan”, salir a mediodía en tren hacia Valencia, tomarse un arroz en la Malvarrosa y un helado de turrón, concederse unas horas al repertorio de Wagner y regresar de noche en un horario incluso prudente.
Y puede dar la impresión de que la excursión requiere grandes presupuestos económicos, pero resulta que la alta velocidad plantea tarifas muy asequibles y que los precios de la ópera en Les Arts son mucho más sensatos de cuanto acostumbran a pagarse en el Teatro Real.
El templo de la lírica valenciano reúne además todas las garantías de la excelencia. Por la calidad de la orquesta. Por la cualificación de los repartos. Y porque Valencia participa del mejor lenguaje vanguardista en términos dramatúrgicos. Ahí están los ejemplos recientes de “Il trovatore” (Verdi) y de “Diálogos de carmelitas” (Poulenc), exactamente igual que sucede estos días con la producción de “El holandés errante” (Wagner) en versión escénica de Willy Decker y bajo la dirección musical de James Gaffigan.
Acostumbra a decirse que Valencia es la playa de Madrid, pero la perspectiva suele relacionarse bastante más con el turismo y con las vacaciones que con los hábitos culturales. Y, sin embargo, es Les Arts un teatro al alcance de la vista y del oído. Lo separa de la capital un par de horas de alta velocidad y un presupuesto ferroviario muy atractivo gracias a la competencia que se traen las locomotoras de Renfe, Oiugo e Iryo. Puede salirte el viaje por menos de 50 euros, del mismo modo que puede asistirse al coliseo valenciano por otros 80 en una localidad de garantías. Hablo (escribo) del montaje de “El holandés errante”, de un operón wagneriano con todos los detalles y modalidades de una superproducción.
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Rubén Amón
La experiencia permite distanciarse unas horas de Madrid, asomarse al Mediterráneo y “abordar” la excursión en el mejor transporte de los posibles. Me refiero al tren, claro. Y a las condiciones ambientales más propicias para leer, mirar el paisaje, aislarse con los auriculares… si el jaleo altera el vagón.
Deberían incluirse en la cartelera madrileña las propuestas periféricas que en realidad están muy cerca, pero es cierto que mantenemos una relación psicológica con las distancias. No entra en los planes imaginables levantarse un sábado en Madrid e ir al teatro a Zaragoza.
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Rubén Amón
Habiendo vivido tantos años un servidor en París, recuerdo -y no recuerdo- las pocas veces que fui a Londres en tren pese a la brevedad del trayecto. Se tardaba más tiempo en ir a Burdeos o a Marsella, pero el desplazamiento a la capital británica conllevaba un ejercicio de mentalidad. Era -es- como ir a otro país, cruzar el mar, salirse incluso del espacio Schengen.
Los madrileños tenemos Segovia a 20 minutos, Córdoba a una hora y media, Valladolid aquí al ladito. Y no siempre nos percatamos de las facilidades ni de las posibilidades. Nada tiene de extravagante ni de suntuoso marcarse un viaje a Les Arts para encontrarse con Wagner, más todavía cuando es el bajo americano James Brownlee quien representa el papel del Holandés.
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