El Lorca que sigue en ruinas: cientos de solares y casas abandonadas podrían expropiarse si sus dueños no venden

En las calles de Lorca todavía se ven las grietas que dejó el terremoto que sacudió la ciudad hace catorce años. El reguero de escombros y solares vacíos no ha desaparecido desde entonces. El 80% de las viviendas sufrieron daños y más de un millar fueron demolidas. Los días posteriores al temblor —murieron nueve personas, entre ellas un menor y dos embarazadas—, los edificios aparecieron clasificados en cuatro colores: negro, rojo, amarillo y verde; de acuerdo a su peligrosidad. De los últimos, los habitables, aún quedan rastros de alguna pintada. De los huecos que dejaron los derribos, también.

El casco histórico, el corazón de la ciudad, es la zona más castigada por el paso del tiempo, el abandono y la despoblación hacia el extrarradio, donde ha sido más sencillo edificar. Los lorquinos se han acostumbrado a vivir entre andamios, hierros y grúas. "En ocasiones era más barato irse que arreglar la casa", lamenta Alfonso José Pernías, presidente de una asociación vecinal. Es aparejador y lleva 34 de sus 38 años viviendo a pocos metros de la plaza de España. "Antes todo esto estaba lleno de terrazas y tiendas. Había vida, familias y gente joven", ahora, dice, es un barrio residual.

Basta con andar un par de minutos por esta ciudad del Alto Guadalentín para entender el desánimo de sus vecinos. La calle Álamo, una de las arterias principales, parece un set de rodaje. En el número 15 sobrevive a duras penas la fachada de una antigua casona que quedó inservible en 2011. Es uno de los llamativos edificios huecos de Lorca: se mantiene el revestimiento, sujeto con hierros que evitan que colapse, pero por dentro no hay nada, es un solar comido por la maleza. A poca distancia, más parcelas y bloques con las ventanas tapiadas o tabiques en las puertas para evitar ocupaciones. Hasta 110 ha contabilizado el Ayuntamiento, 86 de ellas fruto de los episodios sísmicos, a cuyos dueños ha lanzado un ultimátum: o construyen o podrían perder sus terrenos.

"Los propietarios tienen obligaciones y no vamos a permitir que se empañe el trabajo de quienes sí han sido valientes y han invertido". Con estas palabras, el pasado noviembre, el alcalde Fulgencio Gil hacía mención a la Ley del Suelo, que marca un plazo de diez años antes de empezar a edificar. Esta normativa, no exenta de polémica, ya se aplicó tras el seísmo para agilizar las obras en urbanizaciones donde algún propietario bloqueaba los acuerdos. "Esperemos que ayude a regular los precios, porque se pedían unas cantidades desorbitadas para las dificultades de intervenir en este recinto", comenta Pernías, que se planteó hace unos años comprar a través de una cooperativa.

Uno de los edificios donde van a realizarse tareas de rehabilitación. (Cedida por Ayto. de Lorca)

Por el momento, la "mano dura" parece haber surtido efecto. En total, de los nueve solares a los que el Gobierno local abrió expediente, previsiblemente tres de ellos se enfrentarán a la declaración de Incumplimiento en el próximo Pleno. Se podría llegar a acordar desde la expropiación de la propiedad, a su venta o sustitución forzosa; informan desde Urbanismo, que este mes ya ha iniciado nuevos avisos en otras calles del municipio. Las negociaciones parecen ser más atropelladas con las entidades jurídicas que con los particulares, que son la mayoría. Según Enrique Miñarro, arquitecto y miembro de la asociación CODELOR, el perfil predominante es el de herederos que viven lejos y no han encontrado incentivos para lanzar sus propiedades al mercado.

Desde la Unión Comarcal de Empresarios de la Construcción (UCECON) creen que la solución pasa por la vivienda protegida. "Necesitamos concentrar toda la VPO en el casco viejo. Que las familias digan 'oye, compro aquí y me ahorro 15.000 euros", argumenta Juan Francisco García Mula, presidente de la agrupación. "Nosotros no tenemos ningún interés como constructores, el interés es como lorquinos, porque hay zonas más fáciles y con más garantías, pero nos duele ver cómo está todo", añade. Atraer población joven también es la prioridad del Consistorio, que estima en 360 los pisos nuevos que podrían edificarse. "Nuestro compromiso es que la gente quiera vivir aquí y evitar el modelo de ciudad dormitorio que imperaba anteriormente", asegura María Hernández, concejal de Urbanismo.

Al abandono de los hogares de quienes se fueron para no volver, se suman las decenas de locales que no llegaron a levantar la persiana. En la calle Corredera, peatonal y llena de bares, la asociación de hosteleros puso en marcha en 2024 una iniciativa para sacar a la venta hasta un centenar de estas tiendas, pero solo uno de cada diez dueños estaba dispuesto. "Si no se puede aparcar, ni conducir, si no hay guarderías, mercados… ¿Quién se va a gastar un 5-10% más en vivir aquí? A mí me encanta, pero entiendo a quienes se van", recalca Pernías.

Imagen de archivo tras el terremoto de 2011. Se aprecia una marca roja que categoriza la casa como 'no habitable' y en riesgo de derrumbe. (EFE)

Miñarro, que además es miembro de la Fundación Casco Histórico (una unión de profesionales lorquinos que impulsan la defensa del patrimonio) insiste en la importancia de planificar un centro urbano donde se pueda hacer vida a pie, que se tenga lo esencial a mano y se adapte a las nuevas exigencias de las familias. "La pandemia ha hecho que se valore más la salud mental, los espacios verdes, la seguridad… y estos factores han favorecido una diáspora hacia las periferias", explica.

La estrategia del Consistorio para poner fin a este paisaje con síntomas de "degradación y abandono" divide el centro en tres ejes, a cuyos titulares se irá presionando distrito a distrito. Este 2025 ya se están viendo los primeros movimientos. Sin ir más lejos, en la calle Álamo, una de las famosas fachadas apuntaladas será sustituida por un inmueble de nueve pisos, el primero de iniciativa privada. A este proyecto se sumará la reedificación de otras once viviendas destinadas a jóvenes de bajos ingresos, familias numerosas y personas con movilidad reducida. En estas últimas ya han empezado las excavaciones arqueológicas y estudios geotécnicos obligatorios.

Un subsuelo impredecible y fachadas que se caen a cachos

"Es imposible saber qué van a encontrar los arqueólogos y calcular costes y tiempo", denuncia García Mula. Los derrumbes dejaron al descubierto los más de 5.000 años de historia de la conocida como Ciudad del Sol, como nuevos restos de muralla o indicios de una necrópolis andalusí, que pueden aflorar en cualquier sótano. Este mismo mes se ha aprobado la convocatoria de subvenciones para estas excavaciones, así como los estudios geotécnicos, pero Mula cree que siguen haciendo falta más medidas enfocadas en el comprador final.

Las restauraciones tampoco son sencillas. En cualquier portal inmobiliario se pueden encontrar ejemplos de palacetes solariegos a punto de venirse abajo, con precios que oscilan entre los 20.000 y los 200.000 euros. Ahora, devolverles a la vida implica mantener cornisas, escudos o escaleras y azulejos de su interior. "Hablamos de reformas complejas, donde no se pueden abrir ventanas ni sacar habitaciones", explica el constructor, que enumera otros inconvenientes, como la problemática para introducir maquinaria pesada entre calles estrechas y peatonales. Aun así, "si la zona fuera atractiva, habría interesados".

Para los vecinos, lo preocupante es que, "con la impaciencia" por superar esta etapa, se acabe destruyendo parte del patrimonio y lamentan que "la inacción de la última década y media" haya sentenciado a muerte muchos edificios. Es lo que temen que suceda con algunas fachadas o con la casa de los Guevara, abandonada tras acabar en manos de la Sareb y un promotor privado. El Ayuntamiento lleva años en negociaciones con sus dueños y recuerda, además, que las delanteras que podrían recalificarse carecen actualmente de valor. "Tenemos un cierto dilema entre no querer vivir más tiempo en una ciudad a medio terminar y el miedo a que se pierda su esencia", confiesa Pernías.

La casa de Los Guevara, sostenida por estructuras de metal. (EFE/Marcial Guillen)

En la fundación de la que forma parte Miñarro trabajan para encontrar ese equilibrio entre profesionales, instituciones y ciudadanos. "Tenemos que ser capaces de transmitir el valor de nuestra arquitectura, que no se confunda lo viejo con lo antiguo", señala. "Cuando pasa la moda [de huir a las afueras] y miramos atrás, nos damos cuenta de que tenemos una Plaza de España espectacular, una subida de Santamaría, los barrios altos con vistas espectaculares…", añade.

Son muchas las lecciones, una vez superado el duelo tras el terremoto, que pueden trasladarse a otras tragedias, como el volcán de la Palma o la riada de Valencia, con decenas de casas y pequeños negocios afectados. De hecho, Miñarro acudió el pasado diciembre a unas jornadas en Lisboa sobre la protección del patrimonio tras estos eventos y participará próximamente en un foro de cascos históricos en la localidad. "Hemos visto la capacidad que tiene el ser humano de sobreponerse a la desgracia y salir adelante", apunta. Ahora tienen mejor información para intervenir en la ciudad y conservarla, aunque recuerda la importancia de tener en cuenta, en especial, a los ciudadanos, "que guardan en el imaginario colectivo el recuerdo del pueblo que existió y que será capaz de evolucionar y crecer".

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