"¿Que qué valientes? Yo diría que inconscientes. Cuando decidimos comprar Formigales, era una ruina deshabitada desde el siglo XVIII, que estaba oculta por la hiedra. Estaba en un sitio recóndito pero impresionante y vimos que allí podíamos tener la casa del Pirineo que buscábamos, aunque entonces no calibramos la envergadura del empeño". Hoy, 25 años después, Álvaro Torrente, catedrático de Historia de la Música de la Complutense, y su esposa, la abogada de origen aragonés Ana Clara Belío, han devuelto a la vida la casa palacio de Formigales con una rehabilitación ejemplar de un patrimonio secular y singular. Es el de las llamadas casas torreadas del Alto Aragón, casas o palacios fortaleza, cuyo tamaño y estado por abandono y desuso, y a veces inaccesibilidad, dificultan su recuperación.
A la de Formigales bien se le pueden aplicar las palabras del título de la gran novela de su padre, Gonzalo Torrente Ballester, de Los gozos y las sombras. De más de mil metros cuadrados construidos, que incluye una torre cuadrada y otra circular adosada, tuvo la fortuna de que el matrimonio madrileño se fijara en ella para dejar atrás siglos de abandono, ruinas y sombras, y emerger con un renovado y gozoso esplendor.
Álvaro y Ana Clara frecuentaban el Pirineo porque el padre de ella ya adquirió y rehabilitó una casa en la cercana localidad de Arro y descubrieron Formigales en el escaparate de Europirineos, en Aínsa. Esta es la inmobiliaria del arquitecto de referencia de la comarca, Pedro Miguel Bernad, autor junto a otros técnicos del mapa de núcleos abandonados de la zona y de los edificios a proteger. "Había una oportunidad de sacarlos a la luz y a la venta, para que alguien se animara recuperarlos, así que ampliamos nuestra actividad como arquitectos a que estas casas encontrasen compradores", explica, mientras recuerda cómo la foto de Formigales fue precisamente la portada de ese informe-catálogo.
En ella se perfilaban las torres y la fachada principal, desbordadas de hiedra, con el tejado y la barbacana hundidos; y en la puerta, como habitante, una cabra, ya que el vendedor era ganadero y para ello usaba lo que quedaba de la fortaleza. Lo que quedaba de su pasado esplendor se erigía en lo alto del profundo tajo que se precipita a sus pies hasta el Barranco de Formigales, en la cima del núcleo rural del mismo nombre, de unos 50 habitantes y perteneciente al municipio de La Fueva (Huesca).
Formigales, desde la Edad media
De esa imagen se enamoraron hace 25 años Álvaro y Ana Clara, que no pudieron dormir en la casa hasta diez años después y cuya restauración no han podido dar por concluida hasta este último verano.
El conjunto hunde sus raíces en la edad media, teniendo como personaje de referencia al barón de Pallaruelo. En el siglo XX, los propietarios residen en Madrid y son fusilados en Paracuellos. La compra la hacen a quienes tenían la propiedad por usucapión, esto es, por el uso continuado de la finca, lo que dilató el proceso ya que necesitó la publicación de los correspondientes edictos. La toma efectiva aún se retrasaría más, pues el Gobierno de Aragón podía ejercer el derecho de tanteo y retracto durante tres años por tratarse de un Bien de Interés Cultural.
"Ese tiempo, explica Álvaro, casi hasta vino bien para tomarle la medida a la restauración. Lo primero fue quitar la hiedra y descubrir la dimensión y estado de la estructura y, a continuación, en la zona donde sólo había piedras y espacio libre, y precisamente la mejor orientada, construir una zona habitable, con cocina-comedor y servicios, abajo, y habitaciones en un piso alzado. A partir de ahí, abordamos la restauración monumental por fases. Empezamos por el cuerpo central: la fachada, el patio, las escaleras y el tejado. Después, las torres, donde incluso hicimos catas arqueológicas; en la parte más baja de la cuadrada, que tiene 5 plantas en 17 metros de altura, aparecieron unos grilletes que están en el Museo de Huesca", explica Torrente, que cuenta que la puerta principal es nueva, pero lleva los clavos de la anterior, que estaba deshecha.
En la última fase han recuperado la zona norte, que era la destinada a caballerizas y almacenes y donde había tres grandes espacios de más de cien metros cada uno, en alturas sucesivas que suman cuatro plantas y 15 metros de altura; la bóveda del piso intermedio estaba hundida y se ha creado una gran sala en planta baja, a la que se abre con un gran vano y barandillas la planta primera; el conjunto es espectacular, en el que manda en todo momento, como en el conjunto en general, la piedra y la construcción, sin suntuosidades.
Conservar y restaurar, sin inventar
El arquitecto ha sido el mismo Pedro Miguel Bernad, un entusiasta del Sobrarbe, de su historia y del patrimonio, que incluso desempeña el papel del rey en la gran fiesta de la Morisma que cada dos años evoca la reconquista de Aínsa.
"El proyecto ha perseguido conservar lo existente, restaurar sin inventar y hacer una zona neutra habitable. Y contando siempre que ha sido posible con gremios de la zona, que los hay muy buenos. Dadas las magnitudes y el estado del conjunto, cuando empezamos no se podía ver el final. Hablamos de unos 1.300 metros cuadrados, de los que han quedado 900 habitables, en una restauración abordada por vocación y desde la convicción de que merece la pena el esfuerzo de recuperar un lugar así, que suma arquitectura e historia. Todos hemos disfrutado mucho en el proceso, proyectando, investigando o construyendo. Y eso ha sido posible por la valentía, la sensibilidad y la constancia de Álvaro y Ana Clara, que ojalá se tome de referencia para otras iniciativas similares tan necesarias en esta comarca".
Bernad anima a otros a emprender aventuras como ésta. "Como Formigales no son, pero el Sobrarbe tiene un patrimonio espectacular, que, aunque ya se está recuperando, queda mucho por hacer".
En el Sobrarbe hay casas torreadas impresionantes como Casa Pallás, en Guaso; Casa Ruba, en Fanlo, o Casa Mur de Aluján, recuperada esta última por sus propietarios para turismo rural. En el caso de Ruba, es lacerante que, estando dentro del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, esté sufriendo un severo deterioro y ninguna institución asuma su recuperación.
Severino Pallaruelo, escritor y residente el Guaso, que ha narrado el devenir del Sobrarbe y sus gentes en libros muy emocionantes como Pirineos, tristes montes y Un secreto y otros cuentos, valora la ingente cantidad de casas que sí se han rehabilitado. "Hay que recordar de dónde venimos; hoy, muchos de los pueblos que se habían apagado son la segunda residencia de familias de antiguos pobladores o de otros nuevos, de manera que en el Sobrarbe, que tiene paisajes extraordinarios, sus pueblos están mucho mejor que hace pocos años. La dificultad está en esas grandes casas, tan características del Pirineo, que se van deteriorando, que son de varios propietarios y ninguno la rehabilita".
Familia, amigos, música, libros y canciones
Bien al contrario, Álvaro Torrente Sánchez-Guisande -que es el hijo número siete del escritor Torrente Ballester- y Ana Clara Belío Pascual disfrutan de la suya junto a sus hijos, Clara Irina y Gonzalo Miguel, familia y amigos todo lo que pueden. Así lo han hecho estas navidades, en una casa que rezuma a la vez cultura: tienen algún instrumento musical y una buena biblioteca de musicología y literatura, que incluyen libros que fueron de Torrente Ballester.
El gran escritor no llegó a conocer este empeño porque arrancó poco después de su fallecimiento, del que se cumplen este mes 26 años. "Aunque sea grande, al ser once hermanos y algunos estar fuera, somos una familia muy unida; de hecho, mis hermanos han estado aquí. Y, en los últimos meses de la vida de mi padre, tuve la suerte de trabajar en Salamanca y estar con él", dice.
Sobre por qué Aragón y no Galicia, además de la vinculación de Ana Clara con Huesca, Torrente explica que, en el 2000, esta zona de Aragón tenía unos precios que permitían a unos jóvenes comprar un lugar así (de hecho aún los hay), para recuperarlo a largo plazo. No quieren sumar lo que han invertido, pero sí confiesa que han supuesto renuncias, bien superadas por la satisfacción del resultado. Ahora, además de disfrutar, todos aprovechan para trabajar aquí, él en sus investigaciones de musicología (música española, ópera…) y su mujer, que es además correspondiente de la Academia Aragonesa de Jurisprudencia y Legislación, y su hija, también abogada, en sus casos.
"Alargamos estar aquí lo más posible. El enclave es espectacular, en el tajo del barranco del Formigales, desde donde vemos hasta la Peña Montañesa y el Cotiella. Tenemos muy buena relación con los vecinos del pueblo y de la comarca, que se saben habitantes de sitios con un gran patrimonio y una gran historia, y que defienden lo suyo, como han hecho ante la amenaza de llenar La Fueva de placas fotovoltaicas", dice Torrente.
De hecho, aunque el uso de la casa es familiar, sus propietarios no descartan ofrecer algún concierto. El verano pasado ya acogieron la celebración del día de San Agustín (28 de agosto), fiesta mayor del pueblo, tras una tormenta brutal que obligó a buscar refugio para la comida popular. Para anfitriones y vecinos fue un placer celebrarla en la casa palacio, en cuyas ruinas habían jugado de pequeños.
Aunque la música ya había sonado en Formigales con un grupo de cámara, en una celebración familiar, y con La ronda de Boltaña, el grupo de referencia de la música popular aragonesa, que lleva tres décadas poniendo letra y canciones al devenir de los pueblos del Pirineo, y de cuyos miembros son buenos amigos.
Rondaron para celebrar que la vida había vuelto a la casa, haciendo realidad su canción La casa caída. "Tu casa no es sólo un montón de piedras, la torre que el tiempo derrumbará; es más que un techo, es un puente de sangre entre los que vivieron y los que vivirán; navata que en el río de los siglos, con sus troncos unidos, lejos navegará", dice una de sus estrofas, que tras llorar que se espalden acaban con esperanza: "¡Que no, que no, que no hemos de llorar! (...) Si se nos cae la casa, ¡se vuelve a levantar!".
En Formigales ha pasado.
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