El éxtasis religioso de santa Isabel Díaz Ayuso

El éxtasis religioso de santa Isabel Díaz Ayuso

Más que de Isabel Díaz Ayuso tendría que empezar a hablarse de Isabel Díaz Asunta, lo digo por la dimensión católica-apostólica-romana que ha adquirido la presidenta de la Comunidad de Madrid en estas fechas señaladas (como reza el inagotable tópico navideño).

Y no solo por haber reprochado al Gobierno central la ausencia de un representante de altura en la reapertura de Notre Dame, “símbolo de la cristiandad de Europa”, decía Santa Isabel, sino por el entusiasmo con que aludió en un tuit a la fiesta de la Inmaculada Concepción y por su reciente condición de peregrina en el jubileo de Caravaca de la Cruz.

Allí, a la región murciana, se desplazó hace unos días la presidenta, remarcando la fe y la devoción, comulgando en el altar mayor e insistiendo en la idea según la cual no podemos entender España sin la religión cristiana.

Entenderla -aclaremos- no significa relacionarla siempre con el progreso ni sustraer a la Iglesia de sus persecuciones, inquisiciones y vinculaciones al Antiguo Régimen, aunque se diría que las reflexiones de Ayuso no responden tanto a cuestiones de fe ni de acervo cultural como al interés electoral que reviste el debate identitario.

Rubén Amón

Resulta inquietante el incienso confesional de sus homilías. Y no solo porque pueda obedecer a la competencia política con Vox, sino porque condiciona al mismo tiempo el discurso político, como si estuviera en peligro la tutela del laicismo. Allí está su visión restrictiva del aborto, su posición respecto a la familia tradicional, el paternalismo de las campañas sobre las drogas o el alcohol, como si la presidenta nos gobernara desde el púlpito.

Y como si ella misma quisiera mistificar la política y la religión, no solo por recelos a los musulmanes, sino como si las expectativas de emperatriz a la antigua usanza la convirtieran también en la pastora del rebaño. Lo hace Meloni en Italia. Le sucede a Orban en Hungría.

Nos espera a los madrileños un calendario de fiestas religiosas del que va a ocuparse la parrilla de Telemadrid, igual que sucede con las procesiones y misas de Semana Santa. Mucho habla el PP de la inequívoca manipulación que ejerce Sánchez con RTVE, pero nuestra presidenta hace pesar igualmente el culto a su personalidad y el reflejo de su propaganda.

Rubén Amón

El cristianismo identifica un rasgo de nuestra cultura, empezando por el calendario que observamos. Y es una buena noticia reivindicarlo cuando se trata de mencionar los conceptos de la tolerancia y de la conciencia del prójimo, pero ya se ocupa Vox de transformar la herencia judeocristiana en el pretexto para restregarle la cruz a los musulmanes.

Madrid es una ciudad abierta porque tolera las procedencias y las confesiones. Proliferan los evangelistas de Latinoamérica. Tienen su sitio los cristianos de raíz ortodoxa (rumanos, búlgaros, rusos, ucranianos…). Y la gran mezquita de la M-30 representa un espacio de oración que se traslada a otros espacios menos opulentos del cinturón autonómico.

El laicismo significa consentir la pluralidad. Y garantizar la separación del Estado -de la Administración- en cualquier cometido confesional, precisamente para que los asuntos del espíritu y de la fe no se “confundan” con las tareas de Gobierno ni con el fanatismo religioso.

La Iglesia tiene muchas razones por las que disculparse y avergonzarse. Las debería considerar también Ayuso cuando hace memoria entusiasta del pasado. Y cuando sus discursos se resienten de un aroma nacional-católico que enfatiza el patriotismo a la señal de la cruz.



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