Carles Puigdemont enterró ayer la idea fuerza que llevaba impulsando desde 2018, cuando creó el Consell de la República: que él era el "president" legítimo y que eso le autorizaba a crear estructuras paralelas a una Generalitat heredera de un supuesto "golpe de Estado" que surgió de la aplicación del 155 en Cataluña. Ahora, como ya le reconoció al propio Salvador Illa en conversación telefónica, se asume la legitimidad de Illa, pero invitó a los suyos a "pasar al ataque" y "dejar la resistencia". De modo que el nuevo Junts será de derechas y autonómico, aunque envuelto en una retórica independentista.
El Congreso de Junts este fin de semana en Calella ha funcionado sobre cuatro ejes: abandonar la legitimidad que se arrogaba el propio Puigdemont, situar el partido en un eje de derechas autonomista que pueda confrontar con el PSC, de ahí el acento en la cuestión migratoria; ganar tiempo de cara a la implementación de la amnistía y asumir que será el propio Puigdemont quien organice su sucesión en un período de tiempo indeterminado, que podría ser dos años, según apuntan fuentes del partido.
En los aspectos simbólicos el Congreso ha ido como un reloj para Puigdemont: relevo generacional, declaraciones en línea del "Ho tornarem a fer" de Jordi Cuixart, y mantener las líneas abiertas en Madrid para ejercer la única palanca de poder real que le queda al partido: sus siete diputados en el Congreso, fundamentales para cualquier mayoría absoluta que pueda arropar a Pedro Sánchez, por mucho que el presidente esté más débil que nunca acosado por el caso Koldo y por la crisis en la que se ha sumido Sumar tras la dimisión de Íñigo Errejón.
Otra cosa es que Puigdemont asuma tareas para las que claramente no está dotado. La vida de partido nunca le ha gustado al expresident, quien siempre se ha inclinado por fundar marcas políticas antes que fortalecer las ya existentes. Y organizar sucesiones tampoco ha sido su fuerte, recordemos los casos de Quim Torra o sus sucesivos fracasos en Girona, ciudad en la que había sido alcalde, con Albert Ballesta, Marta Madrenas o Assumpció Puig.
Nadie espera que Puigdemont se vuelva a presentar contra Salvador Illa. Tampoco que ejerza de jefe de la oposición, puesto que han dejado vacante precisamente para que su designación no pueda tener una clave sucesoria.
Signos de debilidad
Todo apunta, por tanto, a un Congreso de transición que solo servirá para tener que convocar otro dentro de dos años y designar al candidato que tendrá que batirse el cobre contra Illa. Mientras, el giro a la derecha del partido —por ejemplo, apoyando la ampliación del Aeropuerto de El Prat— o con la inmigración ha de servir para atajar la sangría de votos hacia Aliança Catalana.
Pero se detectan signos de debilidad, a pesar de lo apacible que ha sido el Congreso. La participación ha sido baja: del 43% de los militantes con derecho a voto. Que Puigdemont y el reelegido secretario general Jordi Turull impusiesen una lista única y bloqueada en las que no se podía refrendar a cada uno de los miembros de la Ejecutiva desanimó a posibles opositores pero también a participar a muchos, que prefirieron quedarse en casa conscientes de que el pasado viernes en Calella todo el pescado estaba ya vendido.
En el Congreso de Calella solo han votado el 43% de los militantes de la formación
Junts es un partido con 6.583 militantes, según los datos de este congreso. Pero solo controla ayuntamientos pequeños en la Cataluña rural, un total de 168 municipios. La única excepción que es una gran ciudad es Sant Cugat. Más allá de esa urbe, el poder institucional de JxCAT es nulo, lo que desincentiva a buena parte de las bases que provienen de la antigua Convergència. A muchos no les gusta lo que está haciendo Puigdemont, pero se ven sin fuerza y sin aliados para plantear una alternativa. Ha habido unidad, pero en cierta manera el cónclave se ha cerrado en falso.
Caras nuevas
Tras el Congreso, hay caras nuevas, pero también viejas. Antoni Castellà es una de ellas. Pasó por Demòcrates, por Junts per Sí y por Unió. Su carácter de activista ha cautivado a Puigdemont. Como Turull, son viejos conocidos del procés, que hay que combinar con caras nuevas para darle al invento un cierto aire de renovación.
Esas caras nuevas son los jóvenes valores de Junts: como las nuevas vicepresidentas: Míriam Nogueras y Mònica Sales, encargadas ambas de utilizar sus respectivas plataformas parlamentarias para relanzar el partido. La generación de Nogueras pide paso, lo que apunta de nuevo a la clave sucesoria. Con los octubristas enviados al exilio interior, como Laura Borràs, ahora la juventud puede pensar que en dos años llegará su hora. Pero durante este período interino, Salvador Illa se irá reforzando. Y la presidencia de Puigdemont no resultará efectiva hasta que pueda regresar a Cataluña con la amnistía en vigor quedando más de un año. Para Puigdemont, el paréntesis solo alarga la larga pausa que ha supuesto su estancia en Waterloo. Pero a su equipo le puede costar mucho más caro este ‘aggiornamento’ que, en el fondo, aplaza todas las decisiones importantes.
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