Pongamos que un arquitecto, solo uno, encarna el alma de la Valencia actual y sus anhelos. ¿Sería Calatrava? Negativo, su nombre es un tabú entre propios y ajenos, y aunque su legado más visible, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, es un emblema normalizado, su nombre, en cambio, sigue provocando sarpullidos. Como la comedia, que es igual a tragedia más tiempo, el calatravismo requiere de mayor paso del tiempo para que su identidad sea tratada como argumento urbano.
El arquitecto que encarna la Valencia de ahora es alguien que murió hace 52 años. Cuya obra es prolífica hasta el punto de poder recorrer la ciudad, en modo ardilla, de edificio en edificio firmado por él. También su estilo impregnó el alma de las calles: un paso más de la arquitectura castiza, importando novedades europeas, pero al mismo tiempo adaptándose y bajando al barro en plena posguerra.
Se llama Goerlich y es el arquitecto que, medio siglo después, sigue protagonizando Valencia. Hasta el punto que el kilómetro cero de la ciudad, su Plaza del Ayuntamiento, tras su personalización acertada, busca enfocar su nueva personalidad recuperando para del legado de su arquitecto tótem.
El documental Goerlich, el arquitecto que soñó su ciudad (con dirección de Eva Vizcarra y Daniel Luna) fue uno de los estrenos de campanillas en Valencia hace dos años. Por la pantalla se deslizó él, hijo del cónsul del Imperio Austrohúngaro, estudiante de arquitectura en la Barcelona modernista y desde 1914 ejerciendo en Valencia. Desde ese momento, hasta los sesenta, llega a hacer hasta 600 edificios, configurando buena parte de esa ciudad que se desenvuelve al levantar la vista: el Banco de Valencia, el ensanche de la Plaza del Ayuntamiento, parte del Paseo Alameda y Poeta Querol, la Avenida del Oeste, el Mercado de Abastos, el Trianon Palace, la Casa del Médico, el Edificio Barrachina, el Metropol… pero también viviendas sociales como el complejo Santa Rosa, dejando el brillo y adaptándose a la miseria tras la Guerra Civil.
Si cuando nació Goerlich en Valencia vivían 190.000 habitantes, cuando murió eran más de 700.000. Por tanto, otra ciudad para otro mundo. El artífice de la configuración de ese salto arquitectónico lleva su apellido. Su Fundación, que constantemente difunde la infinidad de sus obras -caídas o en pie-, sirve de catálogo para una realidad que se aceleró con el goerlichismo.
Valencia, en parte sin brújula con la que definir su estilo o vocación arquitectónica, a pesar de una riqueza patrimonial enorme, tira de Goerlich para encontrar su norte. Hace poco tiempo el ayuntamiento contrataba la catalogación de los restos de la Tortada de Goerlich, la plataforma que se ubicó en el centro de la antigua Plaza del Ayuntamiento desde los años 30 hasta los 60 y se convirtió en imagen de postal.
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Vicent Molins. Valencia
El arquitecto especializado en recuperación patrimonial Javier Hidalgo, quien comanda ahora los trabajos de búsqueda y catalogación de la Tortada, define a Goerlich como "el principal artífice de la valencia moderna", con una influencia sobre la ciudad que Hidalgo divide en sus dos facetas. Por una parte, proyectista "con una ingente cantidad de obras", y por otra como urbanista, siendo durante casi treinta años arquitecto municipal, primero y posteriormente arquitecto mayor de la corporación.
En ese espacio paradigmático que es la plaza del Ayuntamiento, la construcción de su "macizo central" y de un mercado de flores subterráneo, formando la llamada popularmente como Tortada, fue, para Hidalgo, "la mejor versión que ha tenido el espacio". Su fecha de caducidad, en 1962, fue la deriva de "cambio de mentalidad en muchos aspectos, también en el urbanismo, donde poco a poco el coche se va convirtiendo en protagonista del espacio público y esta plaza, que recordaba demasiado a otros tiempos, fue demolida definitivamente".
Las propuestas de recuperación de la Tortada verán la luz en los próximos meses, como "puesta en valor de parte de estos restos con el objetivo de que la ciudadanía conozca la pérdida que sufrió Valencia con su desaparición".
Los escarceos con la recuperación de la obra más céntrica y casi escultórica de Goerlich son, al mismo tiempo, una búsqueda del gran homenaje que Valencia le debe a su arquitecto -todavía hoy- de cabecera, sin una gran calle ni un monumento espacial. A quien durante una larga época todo lo tramó… y en parte continúa haciéndolo.
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