Permiso para disfrutar


         Permiso para disfrutar

Analizamos algunos estereotipos acerca de la sexualidad que forman parte de los motivos por los que las mujeres van a terapia sexológica.

En algunas de mis últimas sesiones de sexología me encuentro situaciones tan parecidas que siento que puedo sacar una radiografía de la sexualidad de las veinteañeras y treintañeras.

De "No me concentro" o "Se me va la cabeza", hasta el "Me cuesta llegar al orgasmo" o, directamente, "No llego".

Y aunque cada caso es diferente, el común denominador es que parece que disfrutar del sexo es algo para lo que no nos damos permiso.

Decía Noemí Casquet en una entrevista que compartimos para un podcast, que las mujeres nos hemos relacionado con la sexualidad, pero desde la búsqueda de ser miradas o ser elegidas por un hombre.

Es decir, que la liberación sexual ha ido siguiendo un camino claro: el de encontrarle el poder al sexo, pero siempre como el elemento pasivo del encuentro, nunca el activo.

La periodista especializada en sexualidad reiteraba que debemos darnos permiso también para el disfrute, porque somos merecedoras de este.

Una teoría que comparto con ella, pero veo cuán difícil es llevar a la práctica con los casos que me llegan a consulta, por lo que no puedo evitar preguntarme el motivo.

El libro Ave Mary de Michela Murgia, fue una iluminación en ese sentido. En España, como en Italia -país de la autora-, la influencia católica ha llevado a que, durante siglos, el deseo se viera como algo malo, una corrupción del espíritu.

Habrá quienes recordemos, a través de relatos de nuestras madres, como fueron ellas las primeras en apoderarse y habitar su propio placer porque todavía nuestras abuelas cumplían el débito conyugal sin que su deseo estuviera ni importara.

Merecedoras de placer

Mucho deseo es malo, sabían ellas entonces, pero ahora la historia solo se ha adaptado a los tiempos actuales con vídeos en Tiktok. A golpe de algoritmo salen vídeos a modo de insulto o acoso a chicas de 12, 13 o la edad adolescente que quieras, por tener una vida sexual.

Tener poco deseo también es malo, claro, porque en una sociedad tan sexualizada como la actual, no cumplir con las expectativas culturales sobre el sexo (como por ejemplo no querer tener intimidad en una primera cita cuando es lo que se espera) puede generar presión, frustración o la sensación de que la rara eres tú.

Por no hablar de la tendencia de poner nuestro deseo en segunda posición, porque éramos nosotras quienes en las revistas de los 2000, devorábamos los artículos de cómo hacer una buena felación para ser esas diosas que se esperaba de nosotras en la cama.

Artículos que, por otro lado, ni ellos leían ni nos parecía relevante que lo hicieran.

De la misma manera, a día de hoy, parece que tenemos que pasar por el aro de prácticas inspiradas en una industria de cine pornográfico que van de la mano con la violencia: el apretón de cabeza contra la entrepierna, un golpe…

Una intimidad en la que muchas no nos sentimos cómodas, pese a que la aguantemos o hayamos aguantado.

De nuevo, la vara de medir son los ojos del otro y no los propios.

Decía Noemí que tenemos que darnos permiso para disfrutar, y debemos hacerlo, pero todavía tenemos que adentrarnos en el deseo que, para muchas, sigue siendo campo desconocido por la vergüenza, tabúes, miedos

En definitiva, por una falta de educación sexual que no solo nos permitiría entender(nos) mejor, sino combatir todos esos estereotipos que, como coincidirás conmigo tras leer el artículo, nos siguen pesando y también son los responsables del "Me cuesta llegar al orgasmo".

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