¿Es La Cibeles el símbolo del Madrid o en realidad…?

¿Es La Cibeles el símbolo del Madrid o en realidad…?

Hubo un amago de polémica cuando a Morata le sorprendió –le desagradó– que el lugar elegido para la celebración de la Eurocopa fuera la Cibeles. Porque es el templo recurrente de los ritos madridistas. Y porque el delantero del Atleti –camino del Milan– no se ha sobrepuesto al trato que recibió de la Casa Blanca, pese a haberse formado allí como futbolista.

Tiene razón y se equivoca a la vez Morata. Tiene razón porque es verdad que la Cibeles se ha convertido en la diosa que protege el ciclo virtuoso del Madrid y que es una tradición colocarle la bufanda merengona en el cuello, pero la función y el uso de la plaza justifican su origen en la celebración de la goleada que España le atizó a Dinamarca en el Mundial de México.

Sucedió, por tanto, en 1986. Y de manera espontánea. Los hinchas de la selección convinieron que la Cibeles era un punto estratégico idóneo en el centro de la ciudad. Ni siquiera se encontraba allí entonces la sede del Ayuntamiento. El Palacio de Telecomunicaciones operaba como la casa madre de Correos y no despertaba particular fascinación iconográfica.

Sí lo hacía la Plaza de la Cibeles como punto de confluencia inmejorable. La bajada de la Puerta de Alcalá y el descenso de la otra vertiente predisponen el encuentro del gentío en el eje de Madrid. Son los vecinos de la ciudad los que conceden el uso a los espacios urbanísticos (y no al revés). Lo demuestra el desprecio popular a la inhóspita Plaza de Colón. Y lo prueba, al contrario, la idoneidad de La Cibeles para las grandes celebraciones.

Guillermo Martínez

Mérito originario de Emilio Butragueño, precisamente porque el delantero madrileño y madridista fue el artífice de la goleada contra los daneses en el estadio de Querétaro. Anotó el Buitre cuatro de los cinco goles de la selección. Y nos clasificamos con euforia para los octavos de final.

Impresiona evocar el “acontecimiento” porque la escasa competitividad de La Roja en aquellos años –o décadas– explica que los madrileños se movilizaran masivamente para jalear un turno clasificatorio. ¡Estábamos en cuartos de final! ¡Había que salir a la calle para celebrarlo!

E hicimos bien, pues la tanda de penaltis en cuartos de final contra la Bélgica del guardameta Pfaff nos descarriló y redundó en el fatalismo del equipo nacional hasta que Luis Aragonés y Fernando Torres cambiaron el destino en la Eurocopa de 2012 a expensas de la reputación de Alemania.

La inercia nos ha resultado propicia desde entonces hasta el pasado domingo. Y les ha resultado aún más propicia a los intereses de los madridistas, hasta el extremo de convertirse en rutinarias las celebraciones de las ligas y de las Champions… En recuerdo implícito de Butragueño.

Necesitaban los atléticos un lugar de celebración alternativo, un espacio de perfecto antagonismo. Y fue así como nació la devoción a Neptuno, concretamente cuando los hinchas rojiblancos celebraron masivamente la conquista de la Copa en 1991. Un año después, la victoria en la misma competición ante el Madrid de la quinta del Buitre reforzó la costumbre y se hizo ya inevitable, definitiva, con el glorioso doblete de 1996.



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