La nueva novela de Alejandro Marcos, terror rural
En los últimos meses hemos podido disfrutar en Motel Margot de varias entregas de terror español, novela de terruño, Lovecraft peninsular… temblores patrios. Hemos disfrutado de temblorosos estadios como el turbio y deslizante gusano de Naturaleza muerta de Emilio Bueso (solo queda agarrar la linterna con las pilas más gastadas y descender las escaleras roídas que llevan al sótano. ¿Lo notas? Es el agua que se filtra desde la albufera) o la fronteriza turolense de subterráneas alimañas de ANTE DIOSES INDIFERENTES de Iván Ledesma (Que la despoblación nos mantenga peligrosamente desprotegidos frente a las hambrientas manifestaciones de la tradición), también de las viñetas de Carlos Giménez y su mar monstruoso, el alarido en la noche de Marina Enríquez desde Argentina o los exabruptos de Amanece en ciudad despojo de Mario Rivière. Y más que está por llegar, desde David Jasso hasta Gemma Files. Pero hoy, esta noche, en la hora imperecedera en la que la noche se harta de legañas y cadáveres de nonatos, hablaremos de La hora de las moscas de Alejandro Marcos, editado por Plaza&Janés, una novela de espíritus rurales, de afónicos griteríos en la Castilla despoblada, de heridas mal curadas que siguen en su afán purulento década tras década.
La hora de las moscas está ambientada en Curva de Arla, un pueblo de Castilla, una visión maldita de una obra de Miguel Delibes, abundante en personajes bien construidos (profesores de instituto atrapados por el tiempo y el espacio, sacerdotes pesarosos, planos albañiles de instintos primarios…), de ausencia de reglas en un mundo que no se rige por lo científico, en esa simbiosis tétrica que se acaba formando, con un cementerio como puerta del mal, el mal implacable y construido a base de memoria, espíritus o «pesares», que funcionan como elementos sardónicos de podredumbre completa y los protagonistas.
Tiempo de silencio, monólogos, la idea cristina de Satán como algo muy lejano, entrañas, hurañas almas empobrecidas que no entiende que sus vidas se han podrido, sangre pura, sangre antigua, adorar a las sombras, buscar cuerpos jóvenes, corazones no estropeados. La mirada sobre los personajes, que comienzan el viaje incrédulos para terminarlo en una mezcla de angustia y sensación de ausencia de protección. Lenguas de duende, tractor, sangre y sed. Separación de máscaras, una batalla, la narrativa como el alma, con la idea de que un lápiz está contenidas todas las historias, hasta la más humilde, con sus respectivas imágenes. Daños, frailecillos, ujanos, martinico, un efluvio de folklore, pleno de hierro (volveremos a la Files), los mismos vapores, de latas de lenteja.
Cito: «La bala que lo mató se quedó enganchada de mi mano», y vuelvo a citar: «Veo al bisabuelo llegando a la Curva y veo a la Curva alegrándose».
Los saltos temporales son nutritivos, bien documentados, desde el de la niña Rosario en 1905, monstruosa y deforme, con una madre deseosa de bohemia y happening, hasta la historia de tragedia en el final del siglo XIX, con fuego, infidelidad y vergüenza, casi en una terrible histo... {getToc} $title={Tabla de Contenidos}