Las lecciones del bar canario donde (casi) todos los trabajadores son migrantes: "Vienen con otra mentalidad"

Las lecciones del bar canario donde (casi) todos los trabajadores son migrantes:

Es una mañana de verano cuando el reloj marca las 12 en el Puerto de La Cruz, uno de los municipios más turísticos de Tenerife y de Canarias. Bajo un sol de justicia, el cobijo de una sombrilla en una cafetería es el mejor lugar para hacer un descanso. Viene el camarero. "Buenos días, ¿qué desea?", mientras en la mano da la carta del restaurante. Levantas la mirada y enfrente hay una sonrisa, una persona amable y un nombre con una historia de superación y orgullo detrás: Kawsu Ceesay, de 18 años y de Gambia.

"Llegué hace dos años y pico a La Gomera, aunque no recuerdo el tiempo que estuve en el mar, solo sé que no pasé miedo", comenta Cessay. En un castellano casi perfecto, entabla una conversación, aunque no quiere recordar la vida que dejó atrás. "Soy carpintero, me saqué el título en Gambia y trabajaba allá de esta profesión, pero no me gusta, prefiero seguir estudiando aquí porque me gusta mucho estudiar y, dentro de uno o dos años, estudiaré informática, aunque sea complicado", asegura.

Nos lo dice sin descuidar ninguna de las 16 mesas que tiene la terraza del bar donde empezó a trabajar hace un año y donde, en pocos días, será el encargado al coger su jefe vacaciones: "No quiero ser encargado porque es mucha responsabilidad, no me gusta", señala. Mientras, pasa Carlos González, gerente del restaurante El Camino y, entre risas, le comenta que no tarde mucho que tiene comandas que sacar.

Ceesay no tiene familia en Canarias, sin embargo, con el sueldo ayuda a su familia en Gambia. "Están muy felices de que esté trabajando y el próximo mes, o más adelante, cuando coja vacaciones, iré a visitarles". En su mirada, se refleja ilusión y esperanza de un reencuentro que no todos los migrantes pueden hacer, el de regresar a casa con la certeza de un futuro mejor que el que dejó al salir en cayuco del país africano.

Lucía Mora. Tenerife

Este joven de 18 años vive en un piso de alquiler en La Laguna, se está sacando el carnet de conducir, del que tendrá el examen en pocos días, y juega de delantero en la Unión Deportiva Longuera-Toscal. La historia fue otra aventura como todas las de Cessay. "Yo estaba jugando en una cancha, me vieron, me hicieron una prueba y ahora estoy de delantero en el equipo, llevo 11 goles en 9 partidos", afirma. Sin embargo, y entre risas y algo de timidez, también dice que allí conoció a una chica de aquí con la que lleva 9 meses.

Él es un chico con suerte, de hecho lo reconoce, pero recomienda a todos aquellos que llegan como él, los que también cruzan la ruta mortífera canaria, que "aprendan español porque es fundamental y obligatorio, sin el idioma no se hace nada". Este joven lo aprendió en el Instituto de Educación Secundaria (IES) Manuel González en La Orotava aunque, al cumplir la mayoría de edad, tuvo que dejarlo y aprenderlo en el bar.

Finaliza la conversación reconociendo que nunca ha recibido comentarios racistas en su trabajo, sino todo lo contrario, algo que no es de extrañar viendo la amabilidad, cercanía y atención con la que continúa atendiendo las mesas. Mientras coge las comandas, sirve y hasta cobra, Carlos González lo mira con la admiración que cualquier jefe orgulloso lo haría: "Esto es lo que quiero yo en mi bar, gente joven, que trabaje, que le ponga ganas y no estén con apatía todo el día".

En su negocio tiene 14 empleados, pero Cessay no es el único que llegó en cayuco. "Tengo un chico marroquí de limpieza que no para, en el bar se puede comer en el suelo; un chico de Mali que vive en Tejina (en la zona metropolitana de Tenerife) que coge dos guaguas para ir y dos para volver, nunca llega tarde, y un chico de Senegal que estaba trabajando aquí, se fue a otro restaurante y a los dos meses volvió porque quería únicamente trabajar en este". Además, tras la barra hay también canarios, un cubano y un argentino.

El empresario afirma que al principio era reacio a contratar a personas de fuera, pero ' un día dejó a un lado los prejuicios'. (L. M.)El empresario afirma que al principio era reacio a contratar a personas de fuera, pero ' un día dejó a un lado los prejuicios'. (L. M.) El empresario afirma que al principio era reacio a contratar a personas de fuera, pero ' un día dejó a un lado los prejuicios'. (L. M.)

"Todos reciben un trato igual y se ayudan entre ellos, son personas buenísimas, supertrabajadores, jóvenes, con ganas de darlo todo y eso lo demuestran todos los días cuando vienen", expresa González orgulloso. "No me considero buen empresario, sí buena persona, yo fui emigrante en Suecia, sé lo que es irte fuera de casa a trabajar y sé que sin una oportunidad para trabajar, no progresas", manifiesta.

"Quiero clientes adaptados al 2024"

Este empresario, que reformuló su negocio tras el coronavirus, recuerda que al principio era reacio a contratar a personas de fuera, más cuando llegaban en embarcaciones a las Islas, pero "no era por mí, sino por la clientela y que entiendo que haya mucha gente con miles de mentalidades". Sin embargo, un día dejó a un lado los prejuicios y decidió que tenía que buscar una fórmula que le gustara a un porcentaje elevado de clientes y es la que tiene: "personas de mentalidad progresista, adaptada al 2024, no quiero gente que se haya quedado en 1980 por ver a gente de color atendiendo en una mesa".

Mientras tanto, Cessay no dejaba de sacar platos e incluso mirábamos atónitos como recomendaba "papas arrugadas, carne, calamares o tortilla" a unos alemanes que se acercaban al bar. "Yo animo a los empresarios a que contraten a gente que quiera trabajar, que no mire ni razas ni colores, porque eso te hace volver para atrás en la historia y estos chicos quieren salir adelante", explica.

Marcos Lema

Respecto a los migrantes, aclara que "vienen con otra mentalidad, la de trabajar y ganarse la vida, porque muchos de ellos se han criado a base de palos y traumas, apenas que les des el mínimo afecto o cariño, te lo reconocen y te lo agradecen. Estos chicos nunca te fallan". González aclara que muchas veces "lo único que quieren es comprarse una gorra, un mp3, una patineta eléctrica o sacarse el carnet; lo que quiere cualquier persona joven con ganas de comerse el mundo", concluye.

La hora de comer se acerca. El bar, que no ha parado de recibir gente, se llena, y es momento de abandonar el encuentro, porque González, como uno más, ya se tiene que poner manos a la obra y atender a otras tantas nacionalidades que se acercan a almorzar. Cessay grita la comanda mientras saca el datáfono para cobrarle a una mesa que se va, no sin antes agradecerles el trato. Nos despedimos de este Restaurante El Camino que deja claro, en su nombre, que se hace camino al andar y de andar saben muchos estos jóvenes que, buscando un futuro mejor, se encuentran con empresarios como Carlos que caminan con ellos a su lado.



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