La clave para disfrutar de un buen mes de agosto en la gran ciudad

La clave para disfrutar de un buen mes de agosto en la gran ciudad

En Madrid se está bien en agosto. Hay mucha menos gente, el tráfico es infinitamente mejor y la ciudad no está saturada, como suele ocurrir durante el año. Es una época en la que esa inmediatez que caracterizaba la vida de la ciudad, que desapareció en el instante en que se comenzaron a sacar entradas con meses de antelación, a hacer reservas para cualquier cosa, y a cuadrar agendas con amigos con mucha antelación se convirtió en la norma ciudadana. Agosto permite salir a ver qué pasa, dar una vuelta a ver con quién te encuentras, charlar con gente a lo que no sueles ver, coincidir en la ciudad. Todo se hace más manejable.

Para otras personas, agosto en Madrid es una suerte de maldición, una penitencia añadida al hecho de residir en la ciudad durante todo el año. El calor es insufrible, los ruidos se notan mucho más, es el momento de las obras en edificios, en las calles o en el transporte público, hay muchos menos sitios abiertos, hay poca oferta cultural, los conocidos se han marchado. Muchos de ellos se han visto obligados a quedarse por trabajo y se sienten molestos cuando alguien les señala que Madrid es un buen lugar para pasar el mes.

Hay muchas zonas de la ciudad en las que apenas se ve a nadie en la calle; en el centro, sin embargo, hay vida, y con mucho menos agobio

Ambas cosas son ciertas, porque los agostos urbanos son una mezcla de elementos positivos y negativos que se perciben bien desde lo geográfico: muchos comercios y bares de barrio cierran, no solo porque necesiten vacaciones, sino porque no les sale rentable tenerlos abiertos, son demasiados gastos para poca recompensa. Sin embargo, las franquicias, las cadenas, los comercios y establecimientos de las zonas céntricas y los de los centros comerciales continúan como si las vacaciones no existieran. Coger un taxi o ir en coche al centro es bastante cómodo (e incluso más barato), pero ir en Metro se convierte en un suplicio: los trenes pasan cada más tiempo y en las horas punta siguen teniendo mucha gente, e incluso se va tan apretado o más que durante el año, y eso si no hay líneas interrumpidas por obras. Hay muchas zonas de la ciudad en las que se pasea por la calle y no se ve a nadie, mientras que en el centro hay vida, pero sin el agobio cotidiano. Esa diferencia se repite en casi todos los aspectos (el calor es mucho menos soportable en barrios trabajadores que en las urbanizaciones con piscina), y forma parte de una separación en las condiciones de vida que es un elemento esencial en la vida urbana.

Esta diferencia de visiones puede entenderse fácilmente si aplicamos un simple factor: en Madrid se está muy bien en agosto cuando tienes dinero. Es más fácil ir a lugares sin reserva, se tarda menos, no hay agobios, el verano se presta más a no tener prisa. Cuando no lo tienes, la vida es diferente y las condiciones de la ciudad pesan más.

Las vacaciones como termómetro

Nada nuevo, pero suele olvidarse. Empezando porque el aspecto esencial no es tanto si la vida en la ciudad es mejor o peor en el mes que más gente se marcha, sino si se cuenta o no con la posibilidad de marcharse. Hay mucha gente que no se va de vacaciones porque no puede, es decir, porque carece de los recursos necesarios para hacerlo. Y, cuando se van, es por un periodo breve de tiempo y midiendo al milímetro los gastos.

Viene esto a cuento porque las habituales discusiones sobre si la vida en Madrid en agosto es buena o mala no suelen ser más que pasatiempos de personas que tienen opción de marcharse, ya sea en esta época, en otras porque se guardan días para cuando los buenos destinos son más asequibles, porque prefieren repartir los periodos vacacionales durante el año o porque han elegido un mes distinto al de agosto.

Pasar las vacaciones en la ciudad es un indicativo claro de la posición social que se ocupa

La cuestión fundamental que se refleja en el hecho de las vacaciones en la ciudad es si las puedes tener en otro sitio y a qué precio. El ocio vacacional es uno de los elementos más significativos en lo que se refiere a signo de estatus. No solo porque las clases con más recursos aprovechen para visitar lugares que les generan capital simbólico, de modo que puedan contarlo al regreso o mientras disfrutan de ellas, sino porque cada vez es más caro salir de la ciudad, y más si es un tiempo prolongado. Las vacaciones son un símbolo de prestigio ahora más que nunca, y por eso hay quienes se endeudan para poder tomarlas, otros que se explayan a la hora de relatar sus atractivos destinos y otros que prefieren salir menos tiempo, pero a sitios más llamativos. Por el contrario, no poder afrontar unas vacaciones revela claramente una posición social frágil, como lo es pasar los días de descanso en el pueblo con la familia.

Salvando los elementos simbólicos y aspiracionales, las vacaciones son un reflejo de la situación económica de los países. Basta ver cuánta gente se queda en ciudades como Madrid o Barcelona en el mes de agosto, y a qué barrios pertenecen, para que quede retratado el momento económico de sus ciudadanos. Si se va bastante más o menos gente que los años anteriores, es que algo está ocurriendo.

La gente invisible

Este, sin embargo, es un problema que tiende a no salir demasiado en las conversaciones. Las clases con más recursos disfrutan contando lo bien que lo pasaron, y las clases formadas, y más si ocupan posiciones precarias, quejándose de lo mal que se está en Madrid en agosto. Unos subrayan sus placeres, otros sus malestares. Es también un correlato de las posiciones políticas madrileñas. La vida ideológica de la ciudad está dividida entre quienes alaban la cantidad de posibilidades que Madrid ofrece para quienes tienen el capital preciso, y quienes subrayan los inconvenientes de la masificación, las viviendas caras, la contaminación y la incomodidad del transporte público. Pero de fondo está el hecho de que las clases con menos recursos no pueden optar a las opciones de los primeros, sufren los inconvenientes de los segundos y además carecen de los recursos para situarse al nivel de unos y otros.

Afirmaba Jaime Miquel que uno de los problemas de la izquierda es el bajo nivel de voto en los barrios populares. Necesitaría incrementar su participación en al menos un 8% para contar con posibilidades de recuperar Madrid. Hasta ahora no lo han conseguido, y los niveles de voto de los barrios con más recursos son bastante más elevados que los de las zonas con menos poder adquisitivo. Esta separación de la política de las clases con menos recursos tiene varias explicaciones, pero una de ellas es la falta de atractivo de las ofertas que se les hacen. Quizá el hecho de que ninguno de los dos bloques esté reparando en la falta de poder adquisitivo y en las estrecheces que sufren sea una de ellas: unos afirman que en Madrid se vive genial y cuentan las enormes opciones que la villa ofrece, pero solo si tienes dinero, y los otros hablan de cómo arreglar las condiciones de vida, pero ponen bastante menos énfasis en el dinero que en el calor y en los servicios públicos. Es curioso ver cómo las discusiones banales sobre si se está o no bien en Madrid en agosto están atravesadas de estas miradas, para las que las situaciones de un número no menor de gente se convierten en invisible.



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