El peligro de confundir periodismo con los que revientan la información


         El peligro de confundir periodismo con los que revientan la información

Claves para diferenciar a un periodista de un agitador de emociones.

Las redes sociales no sólo han cambiado la forma de acceder a la información, también están haciéndonos creer que el periodismo es reventar, reprochar e incluso acosar. La gresca corre como nunca por plataformas como Twitter, Telegram y otras aplicaciones sin filtros y sin rival. En estos lugares, es fácil encontrarse con vídeos de personas sintiéndose reporteros persiguiendo a personalidades públicas a voz en grito. Se visten con la bandera del periodismo, aunque son la antítesis del periodismo real. No contribuyen a la sociedad con perspectiva sosegada, prefieren ser trileros de la crispación. Que da muchos likes. Y muchos maleables fans. Siempre listos para irritarse en una misma dirección.

Cómo diferenciar a un periodista de un agitador de emociones: la clave está en si escucha o simplemente increpa. De hecho, los vídeos virales de predicadores disfrazándose de periodistas suelen tener en común que poco importa lo que dice la persona a la que simulan preguntar. Su función prioritaria consiste en hostigar, repitiendo y repitiendo el mensaje que se pretende calar.

Es la prueba infalible para distinguir a un reprochador de un profesional del oficio periodístico. El periodista tiene más preguntas que respuestas. El jaranero rodea para provocar e intentar desquiciar al que considera su rival. Si pierde los nervios del agobio al que ha sido sometido, objetivo cumplido: quedará en evidencia. Ya se sabe, o ya deberíamos saberlo, el show a la caza del choque personal arrasa en visionados. Antes lo sufrían los famosos de la prensa rosa. Ahora, lo padecen desde políticos hasta manifestantes anónimos. Incluso presentadores de entretenimiento, como Jorge Javier Vázquez. Él curtido en tantas horas de televisión, él que ha conocido la evolución de todas las tácticas reporteriles, eligió el astuto silencio ante el monólogo de recriminación encendida que vivió al salir de una charla sobre diversidad en el Congreso de los Diputados.

Al final, rebatir in situ a los polemistas de la viralidad sirve de poco. La batalla está perdida. Porque los razonamientos requieren un tiempo para la comprensión del que no disponemos en la fugaz velocidad de consumo de las redes sociales. Nuestra atención (y la de los algoritmos) prioriza aquello que nos indigna sobre aquello que nos aporta.

Así vamos dando la espalda al dato contrastado, ya que suele ser menos simple y más complejo de entender. Peor aún si desmonta nuestros excitados anhelos. Preferimos el jaleo que nos da la razón. Y, embobados, nos quedamos ovacionando a los que creemos que están dejando en evidencia a personas a las que simplemente tenemos manía. Qué peligroso para la democracia, qué peligroso atrincherarse confundiendo periodismo con exaltadores de la inquina.

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