Ayer nos enfrentamos a Francia en la Eurocopa, y hace unos días Francia se enfrentó a Francia, a ella misma, a sus miedos, anhelos y a sus incertidumbres,...
Ayer nos enfrentamos a Francia en la Eurocopa, y hace unos días Francia se enfrentó a Francia, a ella misma, a sus miedos, anhelos y a sus incertidumbres, una batalla complicada que ganó la izquierda.
En estos tiempos en los que la inmigración está en el centro del debate europeo y tambalea gobiernos, ver a las dos estrellas de la selección española, Lamine Yamal, hijo de marroquí y ecuatoguineana, y Nico Williams, cuya familia proviene de Ghana, dar la batalla por un país, el suyo, España, con su tez oscura y el mismo sudor que el que recorre el blanco rostro de Cucurella, me confirma lo irónico de la vida.
Supongo que cuando se habla de las lecciones que da el deporte se refieren a esto. Esos inmigrantes, que tanto asustan y sobran en Francia o en España a algunos, son el antídoto contra la baja natalidad, el envejecimiento de la población y la falta de mano de obra para ocupar determinados puestos que los españoles y españolas no quieren desarrollar, por no hablar de la aportación al PIB nacional. Realidades conocidas pero muchas veces olvidadas por culpa de los discursos xenófobos y maniqueos de algunos partidos que suenan más fuerte.
Así que, como las cifras no valen, apelemos a los sentimientos, que siempre funcionan más en la posmodernidad hueca en la que vivimos, el fútbol. Hay unos descendientes de inmigrantes que consiguen victorias y regalan momentos de éxtasis patriótico a los mismos que se parten el pecho por la bandera española, pero luego reniegan de los inmigrantes con la edad de Yamal que llegan a nuestro país y los llaman delincuentes. Ayer fue un bonito partido porque no existió la derrota, ayer nadie perdió, ganamos todos, Mbappé y Williams, Francia y España.
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