El de Vicente Boluda es uno de los principales grupos navieros europeos, uno de los líderes mundiales en el remolque portuario. Su nombre está en el frontispicio desde su cargo como presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios, a partir de 2011, y su misión reivindicadora del Corredor Mediterráneo. Aunque su momento de mayor popularidad llegó en 2009 con su conquista (efímera) de la presidencia del Real Madrid.
Como el deseo humano del arraigo se superpone a cualquier cosa, algunos de los últimos movimientos de Boluda, lejos de las grandes operaciones empresariales, han encajado en el microcosmos de su Valencia. Una recuperación de antiguos clásicos que, como el cocktail de gambas, siempre acaban volviendo a la mesa.
En verano de 2022 se quedaba con la vieja coctelería Aquarium, en el centro sentimental de la Valencia burguesa. El bar en la Gran Vía Marqués del Turia que, desde 1957, año de la riada, ha ido surtiendo de cócteles a infinidad de generaciones, unidas por el fervor a las maneras clásicas del lugar, hoy en pleno auge y haciendo lleno cada día.
Con una temática marina, su interior es un camarote en el que ahogar las penas, pero también surcar nuevos mares: en sus tripas se han cerrado centenares de operaciones millonarias, se han vendido clubes de fútbol y se ha bebido toda una ciudad a tragos. La triada cooperativa en el timón que formaban Arturo, Indalecio y José, los tres socios de la casa, sucedieron a otros tres fundadores: Santiago, Cañote y Cerezo, que achicaron aguas en el 57 y se quedaron hasta la jubilación. Ante la retirada de la saga actual, y el riesgo de que Aquarium estuviera en peligro, Boluda se quedó una de las joyas de la Valencia old money. Cliente habitual, apenas ha cambiado nada y los platos y el estilo siguen intactos. Eso sí, el QR la carta ahora lleva a la dirección del Grupo Boluda.
En las últimas semanas, la nueva muesca, más al norte, pasa por el viejo hotel Monte Picayo, en Puçol. Tan viejuno como los huevos rellenos y que protagonizó parte del lujo de la sociedad valenciana en transición, cuando a partir de la ley de 1977 el Gobierno de España aprobó el desarrollo de casinos. Monte Picayo, encaramado en un montículo, fue el hotel-casino más aspiracional de los ochenta, con el empresario Gómez Escardó de patriarca.
¿Más español o de su autonomía? Los valencianos, como los castellanomanchegos
Vicent Molins. Valencia
Sus puertas eran una aduana en la escalera social. Desde empresarios de la naranja que celebran entre sus muros el progreso trófico, hasta momentos álgidos, entre el kitch y leves gotas de modernidad: la boda de Ángel Cristo y Bárbara Rey, las estancias de Julio Iglesias, las concentraciones del Barça de Cruyff o el paso de los Ceaucescu. Aristocracia y Lina Morgan, el combinado del Picayo definía el batiburrillo de una España en movimiento de apertura.
Pero la ruleta dejó de girar tras el estallido de la crisis inmobiliaria y el esplendor decadente acabó de despeñarse. Si en 1999 Cirsa y Manuel Lao se quedaron con las instalaciones, en 2014 acabó de cerrar las puertas por un cambio de usos que lo hacía insostenible. En 2006 ya había caído el hotel. Después de años de barbecho, y con gestos que auguraba un nuevo mambo -en 2018 Blackstone lo incorporó a su cartera-, ahora Boluda se ha incorporado al baile. Según adelanta Las Provincias, el empresario ha comprado el Casino -próximo a la nueva gigafactoría en Sagunto- para ubicar parte de sus oficinas y levantar un hotel de lujo.
Por todo esto el Jardín del Túria es la gran avenida española de la cultura
Vicent Molins. Valencia
El porqué de las apuestas de Boluda por la recuperación de estos clásicos no responde tanto a una estrategia prefijada, o una nueva línea de negocio, como al aprovechamiento de buenas oportunidades y a ese simbolismo arraigado de reflotar hitos locales. Es una manera de detener el tiempo, para recuperarlo. Viajar a ese instante de cierta soberanía local en la que la burguesía tomaba con sus manos el destino del territorio. Permanentemente, a su vera en los actos de AVE, Juan Roig representa esa misma idea de ciudad en la que los empresarios locales quieren dejar huellas perceptibles.
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