Las escaleras de la estación de Torre Arias conducen a la sorpresa de un monumento dedicado a Manuel Rodríguez, Manolete. No proliferan esta clase de distinciones taurinas en la ciudad, más allá del perímetro de Las Ventas. Y es llamativo que se erigiera la escultura al Monstruo en 1997. Por la conmemoración del cincuenta aniversario de su muerte en Linares.
La escultura representa al maestro excesivamente contorsionado. Hubiera sido mejor destacarlo en la verticalidad mística, pero no vamos a ponernos exquisitos con los reproches estéticos. Ni con el férreo vallado que custodia al torero cordobés. Sirve de protección contra los antitaurinos. Y concede a Manolete la distinción formal de un héroe popular.
Acudir a honrarlo es un buen propósito en la sensibilidad de cualquier aficionado, aunque la verdadera experiencia de bajarse en la parada de Torre Arias consiste en el vergel que identifica la quinta homónima en la calle Alcalá 551. Parece un secreto de la ciudad. Un parque intransitado y exuberante entre cuyas restricciones figuran salirse de los caminos, organizar fogatas, malear la vegetación y pasearse con los perros.
La discriminación que tanto disgusta los mascoteros se justifica en las connotaciones botánicas y científicas del parque mismo. Por los huertos. Por las especies protegidas. Y por el escrúpulo con que se ordenan las variedades, entre cactus, álamos negros y blancos, castaños de indias, avellanos, manzanos, guindos, olivos y almendros… en flor.
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Cultura
Resulta que han florecido los almendros a primeros de febrero, aunque el mayor esplendor del fenómeno se localiza en el parque aledaño de Torre Arias. La Quinta de los Molinos –así se llama– es más conocida entre los madrileños y la caracterizan la vistosidad y el estupor de los pétalos blancos, como si hubiera nevado sobre las copas de los árboles.
Es una buena idea transitar de una quinta a la otra. Apenas las separa una estación de metro, aunque tiene sentido recorrer la distancia caminando. Por la excepcionalidad del paraíso en el barrio de Canillejas-San Blas. Y por el contraste que restriegan a la vista los edificios megalómanos de enfrente. El más insólito es la gran sede alternativa del Banco de España. Ninguna inscripción lo identifica, pero sí lo hace implícitamente el despliegue de seguridad y la arquitectura opulenta de fortaleza en ladrillo.
Tiene sentido el material en su connotación de muralla. Y lo tiene porque también es de ladrillo el palacio de la Quinta de Torre Arias. Los orígenes se relacionan con los tiempos de Felipe II (siglo XVI), cuando el monarca dispuso y predispuso el área de esparcimiento, pero el aspecto actual se remonta al criterio medievalista, estilizado y retrospectivo que le concedió el marqués de Bedmar en el último tercio del siglo XIX.
El promontorio donde se ubica el castillo feudal formaliza la perspectiva más suntuosa de la Torre Arias. Reviste interés pasearse entre las caballerizas, la porqueriza, las bodegas, el matadero, aunque resulta aún más bucólico y lúdico perderse entre los senderos y los vericuetos de la quinta. Impresiona el murmullo de los arroyos y de las fuentes. Y desconcierta (para bien) que un vergel de semejante originalidad conserve la idiosincrasia de un gran secreto que los transeúntes comparten con un libro en las manos.
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