El dulce por antonomasia de la Navidad históricamente se vendía (y aún continúa esta actividad) en Barcelona en porterías de una de sus avenidas más emblemáticas como es La Puerta del Ángel y la calle Cucurulla. La historia que justifica este singular emplazamiento tiene que ver con el desarrollo urbanístico de la capital catalana a partir de 1854, momento en que empiezan a derribarse las antiguas murallas medievales, pero también con la relación del pueblo alicantino de Xixona y Barcelona.
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