Todo está listo en el instituto Suzanne Valadon para acoger a 120 personas que duermen en la calle, muchas de ellas inmigrantes. Ya están instaladas las camas plegables en las aulas y duchas desmontables. Es un viernes gris y lluvioso en París. A este viejo edificio, hasta ahora desocupado, han acudido líderes vecinales y políticos con un mensaje: hay que proteger a los inmigrantes. Sea como sea. Diga lo que diga la ley, adoptada esta semana con los votos de la extrema derecha, que endurece el acceso de los extranjeros a algunos beneficios del robusto estado del bienestar francés. Hay, entre los presentes, alguien para quien estas medidas tocan una fibra íntima.
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