Alcanzar el cénit al inicio de la carrera profesional, con tres obras maestras como Los duelistas (1977), Alien (1979) y Blade Runner (1982), puede resultar una carga pesada pero también un negocio rentable. La filmografía de Ridley Scott se cimentó en unos comienzos deslumbrantes seguidos de un honroso descenso a la normalidad. El bombardeo de marketing y cierto autoengaño, dada la relevancia histórica de Napoleón Bonaparte e interpretativa de Joaquin Phoenix, explicarían las altas expectativas creadas ante otra película de un cineasta que solo rozó aquel nivel inaugural hace más de dos décadas, con Thelma y Louis (1991) y Gladiator (2000).
La caricatura del político corso que traza la cinta del realizador inglés se ajusta a la vieja historiografía conservadora británica, nacida tras Waterloo en la Europa de la Restauración, y que doscientos años después aún parece respirar en el imaginario anglosajón. La paradoja es que las identidades nacionales modernas que hoy explican qué es ser británico, alemán, austríaco, ruso o español tienen su origen en el liberalismo político y revolucionario expandido por Napoleón. La invasión francesa, o el temor a ella en el caso británico, construyó por primera vez un sentimiento identitario compartido en cada uno de estos territorios.
A lo largo del siglo XIX, la política pasaría de la corte a los parlamentos constitucionales, las naciones ganarían soberanía frente al derecho divino del rey, y los periódicos de diversas tendencias alumbrarían el nacimiento de la opinión pública. La victoria militar de las monarquías absolutistas frente a Napoleón solo retrasó lo inevitable.
El levantamiento de Valencia
Durante el siglo XVIII, la Francia borbónica católica fue aliada natural del Reino de España contra los protestantes británicos. La Revolución Francesa alteró la geopolítica mundial hasta el punto que, en 1808, la guerra llegó al territorio peninsular no solo como lucha entre franceses y sublevados españoles, sino también en forma de conflicto entre potencias extranjeras y como guerra civil española.
La histórica derrota de Napoleón ante un ejército de conejos
E. Zamorano
El 23 de mayo de 1808, detrás de la Lonja de Valencia, en la actual Plaza de la Compañía, antes de Les Panses, alguien leyó la Gaceta de Madrid que informaba sobre la abdicación de Fernando VII y Carlos IV en Bayona, en favor de Napoleón. El levantamiento popular, guiado por las arengas del bajo clero y acatado por las autoridades locales tras la presión social, se convirtió en un bando de reclutamiento general. Se creó la Junta Suprema para la Defensa del Reino de Valencia con representantes de los estamentos del Antiguo Régimen y ésta declaró formalmente la guerra al emperador francés.
Unos doscientos comerciantes franceses, refugiados en la Ciudadela, fueron asesinados a cuchillo en el lugar, otros serían ejecutados en la Plaza de Toros. La estrategia militar de Napoleón, tras conocer la noticia del levantamiento en Valencia, fue enviar columnas de castigo rápidas que confluyeran y sofocaran la rebelión con urgencia. Daniel Aquillué es Doctor en Historia Contemporánea y autor de España con honra: una historia del siglo XIX español (1793-1923). “Valencia fue una de las primeras ciudades, junto con Cartagena, Oviedo y Zaragoza, que se levantaron contra Napoleón dando comienzo a la guerra", explica.
Semanas después, Bonaparte "movilizó a las tropas francesas del mariscal Moncey, desde Madrid, para castigar a la ciudad el 28 de junio, pero la resistencia valenciana derrotó a las fuerzas napoleónicas en las Torres de Quart". Pensó que aquella rebelión se solucionaría con "unas columnas de castigo y algunos tiros de cañón", pero "Valencia aguantó”.
Aquella resistencia valenciana fue fundamental para la consiguiente escalada del conflicto y la defensa de Zaragoza, en agosto de 1808. “Tras la retirada de Moncey a Madrid, el ejército valenciano, al mando del general Felipe de Saint-Marcq, socorrió a la capital aragonesa durante su primer sitio. Llegando desde el sur, envolvieron a las fuerzas francesas del general Verdier”, explica el historiador.
"Durante el segundo asedio a Zaragoza, en diciembre, los valencianos que venían de luchar en Tudela, se encerraron en la ciudad para combatir en primera línea de fuego, destacando su defensa del Convento de San Francisco". También fue relevante además de este sostén militar, continúa, la "enorme cantidad de carros de suministros de arroz y legumbres llegados desde Valencia para alimentar a la población aragonesa”.
Conquista y retirada de Valencia por Suchet
En el primer piso del Museo de Bellas Artes de Valencia, a mano derecha según se accede a la sala de retratistas, entre políticos y espadones nacionales del siglo XIX, Louis Gabriel Suchet, duque de La Albufera, luce orgulloso una media sonrisa dibujada por el pintor valenciano Vicente López. El Duque de la Albufera era casi un virrey que no rendía cuentas ante Jose I Bonaparte. “Suchet, como gobernador napoleónico de Aragón, respondía directamente ante Napoleón. Conquistó el sur de Aragón, la desembocadura del Ebro en Cataluña y las tierras valencianas.
En enero de 1812, Suchet tomó la ciudad de Valencia, lo que supuso el último éxito militar de Napoleón en España y le valió ascender de general a mariscal. Ningún otro militar francés lo logró durante la guerra peninsular”, comenta Aquillué. “El fanatismo en Valencia es más elevado que en Cataluña y Aragón. Los curas son muy poderosos y mueven el pueblo según su voluntad”, escribiría Suchet en Memorias del Mariscal Suchet sobre sus campañas en España 1808-1814. La guerra en la Península Ibérica fue el principio del fin para Napoleón. Significó un sumidero por el que desaparecieron hombres, recursos, generales y cuantioso dinero.
“Se enquistó como un conflicto de desgaste interminable con frentes constantes antes de Rusia. Bonaparte tuvo que acudir personalmente al Reino de España, algo que no entraba en sus planes, destinó a los mejores mariscales del Estado Mayor francés y movilizó alrededor de 300.000 hombres, entre 1810 y 1811, para mantener lo logrado. En el momento en que el corso retiró a 150.000 para el frente ruso, se produjo la gran ofensiva anglo-portuguesa y española comandada por Wellington”, incide el contemporanista.
La derrota de José I Bonaparte ante Wellington en Vitoria, a finales de junio de 1813, convirtió en insostenible el flanco este. Suchet abandonó Valencia el 5 de julio de aquel año, dejando el gobierno interino al Marqués de Dosaguas. “He abandonado Valencia esta mañana a las seis, después de haberme asegurado de que todas las tropas habían pasado y que en la ciudad reinaba el orden. Durante 19 meses me he enorgullecido del buen espíritu de los habitantes de Valencia. Todo el tiempo que hemos ocupado esa capital, no se ha cometido ni un solo asesinato, siendo que antes de la llegada del ejército imperial eran muy frecuentes”, narra en sus memorias.
Napoleón y la creación de la identidad española
No fue hasta la encrucijada entre los años veinte y treinta del siglo XIX cuando se empezó a hablar de Guerra de la Independencia. “Durante el momento del conflicto bélico, el término utilizado fue Guerra contra Napoleón o Guerra de España. En cuanto a sentimientos de identidad colectiva en 1808, el discurso movilizador del momento es Dios, patria y rey, y existía cierta noción de traición de Napoleón al rey como cabeza de la monarquía del Antiguo Régimen, pero también de engaño al pueblo español que recibió como aliadas a las tropas francesas”, argumenta el investigador.
La guerra contra Napoleón se transformó en un mito fundacional sobre los orígenes de varias naciones actuales. España no fue una excepción. “La guerra conformó una identidad colectiva que, a lo largo del siglo XIX, transitó hacia una identidad nacional española que no existía anteriormente. Y quizá más importante que esto fue cómo se ha usado la Guerra de la Independencia durante los últimos 200 años como mito fundacional de la nación actual. De hecho, en la cultura popular y en el nacionalismo más cotidiano ha sido más relevante el conflicto contra Napoleón que la revolución política posible gracias a la quiebra de la monarquía española: las Cortes de Cádiz”, concluye Aquillué.
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