Se ha puesto a despotricar Rocío Monasterio contra la bandera de la Comunidad de Madrid. Y no solo denuncia la simbología comunista (¿?) de la enseña autonómica, sino que propone sustituirla por la anterior.
El problema de complacer a la lideresa ultraderechista acaso consiste en que no existe la bandera anterior. Porque la Comunidad de Madrid tampoco existía hasta que adquirió su definición administrativa e institucional en 1983. Por esa razón fue necesario revestirla de idiosincrasia.
Y por ese motivo se recurrió al diseñador José María Cruz Novillo y al historiador Santiago Amón. Mi padre, las cosas como son. Y la referencia editorial de una bandera cuyo mayor éxito proviene de la popularidad y de la veneración que ha adquirido cuarenta años después, hasta el extremo de que Pilar Rubio ha decidido tatuársela en el antebrazo.
Cuesta creer que la mujer de Sergio Ramos lo haya hecho por afinidades comunistas. Y cuesta más trabajo entender la ligereza con que Monasterio reacciona a la simbología de la bandera como si fuera un exabrupto del PCE. Será por el color rojo encendido. O será por las estrellas de cinco puntas. O será porque la sugestión castrista le distorsiona las neuronas.
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Ignacio S. Calleja
Bien haría Monasterio en documentarse. Y en abominar de la bandera sustitutiva que ella misma propone. Que no es la de la inexistente Comunidad previa, sino la de la Diputación, un pastiche heráldico en fondo verde que ningún madrileño ni foráneo reconocería como propio.
Todo lo contrario sucede con el pabellón vigente. Una bandera pop. Y un ejemplo de identificación que rebasa los argumentos iconográficos. Los propuso Santiago Amón desde la erudición y desde la lucidez.
Resumiendo las cosas, las siete estrellas identifican la osa mayor en el cielo de Guadarrama porque es una osa y no un oso el animal que simboliza Madrid. ¿Y el color? ¿Por qué el rojo carmesí y no el morado de Castilla?
"La aparición del morado como color específicamente distintivo de Castilla no se remonta más allá del siglo XVII y débese en parte a confusión promovida por el conde duque de Olivares o derivadas, según cuentan, del pendón morado que él hacía ondear en un regimiento suyo, de nombre Castilla. Con sobrada ironía alguien trajo al lance aquello del pendón morado de Castilla, que no era ni pendón, ni morado, ni de Castilla. Era, en efecto, estandarte y no pendón. Lucía en él el rojo carmesí y no el morado. Mal podía por tal modo simbolizar, a Castilla lo que tan ajeno le resultaba".
Así explica Santiago Amón los argumentos de la confusión cromática. Y reivindica la legitimidad de un color, el rojo, que identifica Castilla y Madrid, mucho antes de que se adoptara como referencia de la bandera comunista.
A un político no se le pide necesariamente que resuelva los problemas que hay, pero bien se le puede exigir que no se ponga a crear los problemas que no existen. Menos aún desde los prejuicios iconográficos y desde la vacuidad, aunque no vamos a ocultar a Rocío Monasterio la primera reacción cuando Cruz Novillo y mi padre enseñaron la bandera a Joaquín Leguina, el último presidente autonómico del PSOE: "Les ha quedado un poco vietnamita, ¿no?".
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